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Escrito por Celia María González
Publicado el 30 Noviembre 2001
APROPIACIÓN ROMÁNTICA
APROPIACIÓN ROMÁNTICA
En la medida en que, a través de los siglos, se fue acrecentando la escisión entre campo y ciudad a lo largo de toda la Isla, la cultura de la metrópoli española se hizo omnipresente en la mentalidad colectiva: lenguaje, religión, vestuario, hábitos alimenticios... Sin embargo, para la segunda mitad del siglo XVIII comienza a fomentarse un sentimiento patriótico, el cual responde a los intereses, necesidades y aspiraciones de los criollos, o sea, de los ciudadanos ya nacidos en Cuba. Manifestaciones de ese amor patrio aparecen en el ámbito de la literatura, cuando la atención de los poetas cubanos se vuelve hacia el entorno natural en busca de signos que refrenden una identidad propia, diferente a la española: «el poeta insular, apoyado necesariamente en las actitudes y orientaciones estéticas que le suministra la Metrópoli, se va acercando paulatinamente a su realidad. La realidad inmediata y primera que lo tienta, ya lo hemos dicho, es la naturaleza».17
Si bien están los antecedentes de «Oda a la piña», de Manuel de Zequeira y Arango, y «Silva cubana», de Manuel Justo de Rubalcava, como ejemplos de recurrencia a la naturaleza autóctona por parte de los poetas neoclásicos, el sentimiento de cubanía solamente se afianzará cuando los autores románticos se viren de manera decidida hacia el guajiro y el campo, integrándolos a su yo poético como portadores de los ansiados rasgos diferenciadores. Trátese del criollismo o el siboneyismo, este último con su exaltación de la «raza indígena», ambas corrientes literarias comparten la creación del paisaje insular, ya que «este nace cuando el ojo humano actúa conscientemente sobre la naturaleza envolvente y comienza a discernir determinados fragmentos del escenario natural, caracterizándolos, definiéndolos, particularizándolos. Es un lento, largo, secular proceso».18
La palma real es uno de esos fragmentos paisajísticos y, como tal, constituye motivo recurrente en las obras de todos los poetas románticos cubanos desde la primera mitad del siglo XIX, sean considerados populares o cultos. Junto a la ceiba, el cedro, el jagüey, el güayacan, la caoba, la yagruma, el jurey…, la Roystonea regia integra el amplio repertorio de árboles que, con vocación naturalista, los bardos mencionan prolijamente, caracterizándolos mediante adjetivaciones líricas. Pero serán únicamente las palmas las que evoca José María Heredia cuando, fuera de su patria, recurre al paisaje en busca de una imagen entrañable, como no han logrado hacerlo todavía los escasos pintores cubanos, centrados hasta ese momento en la temática religiosa o el retrato. Ningún ejemplo supera su Oda al Niágara, escrita en 1824 mientras vivía exiliado en Estados Unidos, adonde tuvo que marchar luego de ser descubierta la conspiración separatista a la que pertenecía: Los Caballeros Racionales, rama matancera de los Soles y Rayos de Bolívar. A la impetuosidad de la famosa cascada, Heredia contrapone la ausencia del apacible paisaje insular:
Mas ¿qué en ti busca mi anhelante vista
con inútil afán? ¿Por qué no miro
alrededor de tu caverna inmensa
las palmas ¡ay! las palmas deliciosas,
que en las llanuras de mi ardiente patria
nacen del sol a la sonrisa, y crecen,
y al soplo de las brisas del Océano
bajo un cielo purísimo se mecen?19
La jerarquización de la palma real por encima de otros elementos de la floresta cubana debe mucho a ese extrañamiento del desterrado con respecto a la realidad natural. Es la misma sensación que embarga a Miguel Teurbe Tolón, cuando en su poema ¡Volver a Cuba! se lamenta del invierno de Nueva York y añora el susurro de las yaguas, entre otras fruiciones tropicales. Antes de plasmar gráficamente la palma real en un escudo de armas, ese patriota logró visualizarla en su obra poética; por ejemplo, cuando otea el paisaje de su Matanzas natal en El valle del Yumurí, describiéndolo con suaves pinceladas: Apenas de tus índicos palmares/ Los penachos se ven, en lontananza/ Altivos montes de azulada cumbre/ Te ciñen en redor (…).20
Estos versos permiten señalar otro factor importante: la palma real es tan originaria de la Isla como los indocubanos, por lo que puede sintetizar la esencia natural y humana del paisaje insular, de ahí la metáfora «índicos palmares», que es como decir «aborígenes palmas». Con un hálito tardío de siboneyismo, ambas expresiones serán empleadas por el bayamés José Fornaris y Luque, impulsor de esa tendencia literaria, en un mismo poema que —con el título Las palmas— escribió en 1874, cuando vivía en París, sin asomo de regresar a Cuba. Ajeno a la contienda independentista, el autor de Cantos del Siboney (1855) evoca a Heredia y Teurbe Tolón, además del «tierno Plácido», como poetas que le antecedieron en su nostalgia patriótica.
¿Qué cubano si respira
Bajo el cielo de la patria
No goza oyendo en las tardes
El murmurar de las palmas.
Y si adolorido gime
Por las extranjeras playas
No recuerda con tristeza
Sus racimos de esmeralda?
Heredia, triste expatriado
Al borde de la cascada,
No tiene la vista ansiosa
Buscando las verdes palmas?
Y en las márgenes del Hudson,
¿Tolón no se imaginaba
Verlas surgir tras el seno de
De las ondas azuladas?21
Fornaris se refiere al poema que Teurbe Tolón dedicara a su hermana Teresa, en el que describe su añoranza por el valle del Yumurí, al contemplar repetidamente las puestas de sol desde el oeste de Manhattan, a orillas del río Hudson, sobre Nueva Jersey. Una vez más el poeta desterrado se ufana en trasponer los elementos del paisaje cubano, visualizándolo internamente, sobre el entorno adverso que le rodea: Y con este amable engaño/ Hago que el alma recuerde/ Mi valle de gualda y verde (…) 22 Pero versos más adelante, al atenerse a la realidad, este recurso poético le resulta insuficiente: Mas ¡ay! qué triste me es luego/ No ver aquel techo mío/ En medio este caserío/ Que es todo extranjero hogar (…) Ni divisar cien palmares/ De la sabana al confín (…) 23
De este fermento poético emergió la palma real para convertirse finalmente en símbolo, luego de ser uno de los atributos elegidos por Teurbe Tolón para integrar el escudo de armas que diseñó en 1849 y que fue «adoptado por el general [Narciso] López para sellar los despachos y bonos que como jefe del gobierno provisional de Cuba emitió en 1850 y 1851»,24 según testimonio del novelista Cirilo Villaverde. A este último, secretario de López, se debe también la explicación de por qué eligieron ese árbol como parte del emblema: «el cuartel de la derecha representaba la libertad e independencia de la joven república cubana por medio de una gallarda palma, símbolo de la lozanía y feracidad de su privilegiado suelo, al mismo tiempo que es el más útil de sus árboles».25
¿Pudieron haber sido escogidos otros elementos naturales para integrarlos a la heráldica cubana? Existe un antecedente que demuestra esa posibilidad, al priorizarse las plantas de tabaco, junto a la imagen de una india y la forma del archipiélago cubano, en el artículo 100 del proyecto constitucional de Cuba realizado por Joaquín Infante en 1812. Sin embargo, de este sello o escudo no hay noticia siquiera de que fuera objeto de diseño alguno.26 Sin dudas, el hecho de que Teurbe Tolón fuera un buen dibujante resultó determinante en que su escudo de armas perdurara como compendio gráfico capaz de aunar lirismo patriótico e intencionalidad simbólica, esta última conteniendo implícitamente determinados códigos masónicos, al igual que la bandera de las cinco franjas y una estrella en el triángulo rojo equilátero.27
Por constituir un mismo sistema simbólico, así concebido bajo la égida de Narciso López, bandera y escudo fueron adoptados por otros movimientos separatistas de filiación masónica, como lo prueba la adopción del emblema por Andrés Cassard en 1857 para los cuños de la Logia del Gran Oriente Cubano. 28 Durante ese proceso, el escudo es despojado de los atributos anexionistas: las banderas de Estados Unidos y las trece estrellitas que, colocadas encima del penacho de la palma real, evocan igual número de colonias estadounidenses independientes, por lo que la décimocuarta sería la joven república cubana... Pero no será hasta el inicio de las guerras de independencia que ese sistema simbólico quedará definitivamente reconocido, lo que ocurrió en la Asamblea de Guáimaro, celebrada del 10 al 12 de abril de 1869, cuando fue proclamada la República de Cuba (en Armas), con su constitución, símbolos e himno oficial. Los bonos y documentos oficiales firmados por Carlos Manuel de Céspedes, en su calidad de presidente, llevan el «escudo de la palma real», como sería reconocido en lo adelante.
REAFIRMACIÓN SIMBÓLICA Y UTILITARIA
Durante las guerras independentistas contra el coloniaje español (1868-1898), el valor utilitario y simbólico de la palma real alcanzó su máxima expresión, pudiéndose establecer una correspondencia entre la significación de ese árbol y el proceso de acrisolamiento de la nación cubana. En la manigua, la Roystonea regia fue retomada por los mambises como portadora de cualidades materiales imprescindibles para poder enfrentar las nuevas condiciones que exigía la vida en campaña. Asimismo, adquirió una connotación simbólica más profunda, que superaba con creces a la apropiación romántica del paisaje en lontananza, pues los palmares formaban parte del espacio de actuación donde se decidía el destino de Cuba independiente y la sobrevivencia de los propios patriotas en las situaciones límites de la guerra.
De la palma real salieron casas de campaña, muebles, calzados, jolongos, catauros y sombreros, por solo citar algunos ejemplos. A estos enseres tradicionales, se sumaron otros usos emergentes con el objetivo de satisfacer las necesidades impuestas por el escenario bélico. Con la corteza del árbol fueron creados hasta cañones, al igual que se hicieron de cuero desde los primeros días de la insurrección. En el antiguo Museo de Artillería de Madrid llegaron a exhibirse varios ejemplares de ese armamento, hechos con madera de palma, cogidos a los mambises y enviados como trofeos de guerra a la península durante la Guerra Grande.29
Otro ejemplo es el aprovechamiento de la yagua para fabricar monturas de caballo cuando escaseaba el cuero, o para hacer el llamado «papel de yagua», en el que la oficialidad escribía órdenes y mensajes. Con esa materia vegetal también se improvisaban camillas, muy socorridas durante los combates para agilizar el traslado de los heridos, y se confeccionaban ataúdes, cuando no había madera. Precisamente en relación con las prácticas mortuorias, la palma real adquiere una especial significación, no ya solo por el empleo de yaguas y troncos para envolver los cadáveres, sino porque los enterramientos eran realizados al pie de los palmares, para dejar señalado el sitio donde eran depositados los restos mortales de los mambises.
En su libro Con la pluma y el machete, Ramón Roa deja entrever ese tipo de práctica: «Entonces resolví, y lo llevé a cabo, como medida preliminar, grabar mi nombre en una palmera criolla, con este consolador aditamento: “No se presentó. ¡Murió en el monte!” (…) Redimido ya mi nombre, cifrado de una vez en aquella palma, con el cuchillo que llevaba al cinto, cortando renuevos y cogollos de los árboles, logré hacer un cómodo colchón que separara mis descarnados huesos de la esperanza del inhospitalario suelo. De su tallo separé una yagua que serviríame de mortaja, sobre todo para proteger mis ojos del insaciable pico de las aves de rapiña, cuidado a que seriamente induce, aun al borde del abismo, la incontrastable vanidad humana».30
El protagonismo de la palma real adquiere incluso una dimensión épica, como cuando José Miró Argenter hiperboliza el drama de los caídos en combate en sus Crónicas de la guerra: «Hubo territorios en los que ningún ser humano sobrevivió a la catástrofe, y no hay estadísticas mortuorias. Sin embargo, las últimas defunciones dejaron una inscripción bien elocuente: el osario sobre el campo ¡entregado a la misericordia de Dios! ¡Tal vez la naturaleza entonó el de profundis moviendo el follaje del palmar!».31
Esa veneración se manifiesta en el cuidado y respeto que otorgan a la Roystonea regia los mambises más conscientes y sensibles a la naturaleza, aun cuando esa especie fuera aprovechada con fines prácticos. Entre ellos se impuso la costumbre de desmochar la palma, valiéndose de un instrumento artesanal conocido como trepadera. Este permitía sustraer sus hojas y frutos, sin tener que derribar el árbol. En las fotografías tomadas por los corresponsales de guerra puede observarse cómo se conservan los palmares —altivos, aunque desmochados— junto a los campamentos mambises improvisados con guano, pencas, yaguas...
Uno de los oficiales adeptos a esa práctica, y que incluso aprendió a ejecutarla, fue el Generalísimo Máximo Gómez. En su ya mencionado libro, Roa deja testimonio al respecto: «Un ranchero camagüeyano tenía por allí cerca su bohío, con techo de guano, sin que apareciese que las pencas habían sido cortadas después de derribado el árbol como se practicaba por todas partes bajo la acción de la fiebre destructora que desarrolló la guerra. El general hubo de preguntar quién desmochaba las palmas que allí eran muy altas, a lo que el ranchero le contestó que él mismo, pero con trepaderas. Enterado el general de cómo se hacía y de cómo funcionaba tal ingeniatura hecha de soga de majagua, no tardó en preparar unas, y al día siguiente se levantó muy temprano y nos sorprendió a todos con el espectáculo de subir él a una palma como todo un desmochador de oficio (...)».32
Pero será José Martí quien entroniza definitivamente a la palma real como signo de dignidad y gallardía, tanto en la vertiente lírica de su obra, como en la prosa política. En su discurso «Con todos, y para el bien de todos», pronunciado en el Liceo de Tampa, el 26 de noviembre de 1891, expresa a los emigrados que lo aclaman: «¡Es el sueño mío, es el sueño de todos; las palmas son novias que esperan: y hemos de poner la justicia tan alta como las palmas!».33
Ese mismo sentido de altivez aparece en la semblanza que —con el título «Un cubano»— publicara en Patria para homenajear a Carlos Roloff, ascendido a general en la contienda de 1868 y a ministro de guerra en 1895. De este patriota cubano de origen polaco, dice Martí: «es persona que tiene ganada la palma alta sobre su sepultura».34 La imagen se repite cuando, al reclamar tributo para el sargento Pablo Martínez, escribe: «es justo que haya aún palmas en Cuba, porque cuando la tiniebla se acabe, y seamos dignos de poner la mano en ellas, al mulato Pablo, ¡de la palma más alta le hemos de tejer una corona!».35
La exaltación martiana de la palma real como símbolo de cubanía llega a hacerse personal en uno de sus más conocidos Versos sencillos (1891): Yo soy un hombre sincero/ de donde crece la palma/ y antes de morirme quiero/ echar mis versos del alma.36 Con Martí ya no se trata de la palma «llorosa» del desterrado, ni de preconizar su procedencia «índica», sino que ese árbol encarna el sentido de ascención hacia la meta redentora, incluso, cuando derribado, se aferra a la vida: «una palma caída, con mucha raíz del hilo que la prende aún a la tierra»,37 anota en su Diario de campaña. De Monte Cristi a Cabo Haitiano. Y por último, en una de sus cartas escritas antes de morir, dirigida a Carmen Miyares de Mantilla e hijos, les ofrece con ternura esa visión cenital de la Roystonea regia: «una palma y una estrella vi, alta sobre el monte, cuando llegué aquí antier».38
EXHALTACIÓN DE LA PALMA
La estatua de José Martí es el primer monumento erigido tras la proclamación de la República en 1902, e incorpora como parte del conjunto escultórico a las palmas reales: 28 en total, para señalar la fecha del nacimiento del Apóstol, en enero de 1853. De este modo, la Roystonea regia es elegida desde un inicio para «la construcción de una metanarrativa que localiza en las luchas por la independencia los orígenes gloriosos, las hazañas fundacionales y las imágenes emblemáticas de la nación».39
Aparece el paisaje épico de la pintura histórica, donde la palma real es jerarquizada para identificar los escenarios de combate, como hace Armando García Menocal en su cuadro Muerte de Maceo (1908). El pintor mambí se basó en los diarios de campaña de Miró Argenter y de Alberto Nodarse, con tal de reconstruir la caída del Titán de Bronce en el palmar de San Pedro. El protagonismo del entorno campestre como espacio de actuación durante la gesta emancipadora contrasta con la imagen apacible del campo cubano que Esteban Chartrand y otros paisajistas románticos cultivaron en el siglo XIX.
En términos visuales resulta muy significativo que la Roystonea regia comience a ser integrada en el paisaje urbano a mediados de la década de los años 20, al ponerse en marcha el Plan Director de La Habana, dirigido por Jean-Claude Nicolas Forestier. Encaminado a la modernización de la urbe habanera, el proyecto del arquitecto francés incluyó la edición de una trama diversificada, con algunas preeminencias monumentales, así como la renovación de viales, elementos de mobiliario urbano y áreas verdes. Dentro de estas últimas sobresalió la alineación múltiple de palmas reales en la Avenida de las Misiones y en la Avenida del Puerto, conformando «un sistema monumental natural que define la antesala de La Habana, primera perspectiva de la ciudad desde el acceso marítimo».40
A medida que tiene lugar su reapropiación simbólica, la Roystonea regia es cada vez más asociada en el imaginario popular con las virtudes deseadas para una cubanidad que se debate entre sus propias miserias y desencantos. Como símbolo de honor y resistencia, la ve el compositor Sindo Garay en su canción El huracán y la palma, que compusiera tras el paso del devastador ciclón de 1926: Pero hay una palma/ Que Dios solamente,/ Le dijo al cubano/ Cultiva su honor./ Que erguida y valiente,/ Con blanco capullo,/ Que sirve de espada/Doblada hacia el suelo,/ Besando la tierra/Batió el huracán.41
Llega un momento en que esa metanarrativa nacionalista se resiente por la retórica coyuntural y vacua de los políticos de turno, quienes aprovechan el sentimiento patriótico popular para dotar de algún sentido a sus campañas, como es el caso de las llamadas «cenas martianas». Contra este tipo de práctica demagógica se pronunció en innumerables ocasiones Emilio Roig de Leuchsenring, Historiador de la Ciudad de La Habana, quien se preocupó siempre por el respeto de los símbolos patrios, incluida la palma real, a la que veía como el principal vehículo para inculcar en la sociedad, especialmente en niños y jóvenes, el cuidado y protección de la naturaleza.
Al promover la celebración de la Fiesta de la Palma como «la exaltación anual, solemne y pública de nuestro árbol más típico y característico»,42 enumeraba sus «señaladísimos beneficios (...) al mismo tiempo que fue en nuestras épicas contiendas libertadoras, atalaya, parapeto y escudo de nuestros héroes de la independencia, así como tumba y cruz de nuestros mártires».43 Como una singular simbiosis de valores (utilitario y simbólico), así ha de verse el significado de la palma real, cuya salvaguarda en la actualidad trasciende el ámbito del patrimonio forestal, para convertirse en profesión de cubanía.
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1Gaceta Oficial de la República de Cuba: Edición Ordinaria, La Habana, 31 de agosto de 1998, Año XCVI, Número 46.
2Antonio Núñez Jiménez y Liliana Núñez Velis: La comida en el monte. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1998, p.9.
3José Juan Arrom: «La lengua de los taínos: aportes lingüísticos al conocimiento de su cosmovisión», en La cultura taína. Sociedad Estatal Quinto Centenario, 1989, pp.53-63.
4Sergio Valdés Bernal: Las lenguas indígenas en América y el español de Cuba. T.I. Editorial Academia, 1991.
5La Historia de las Indias, de Bartolomé de las Casas, es considerada la principal fuente documental sobre los extraviados diario de a bordo de Cristóbal Colón y su copia de Barcelona (1493).
6, 7Bartolomé de las Casas: Ob. cit., p. 228 y 226.
8Alicia García Santana: Baracoa, la ciudad primada de Cuba. Greta editores, España, p. 24.
9Nicolás Fort y Roldán: Cuba indígena. Imprenta de R. Romano y R. Rojas, Madrid, 1881, p.58.
10Luis Lápidus: «Sombras y luz en la ciudad vieja. La vivienda colonial cubana». Arquitectura y urbanismo. Vol. XXII, No. 2, 2002.
11Daniel Taboada Espiniella: «El bohío y el patrimonio intangible. Relaciones peligrosas», en Oralidad, para el rescate de la tradición oral en América Latina y el Caribe, Anuario 16, 2009, p. 60.
12Manuel Rivero de la Calle: «Supervivencias de descendientes de indoamericanos en la zona de Yateras, Oriente», en Cuba arqueológica. Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 1978, pp. 149-176.
13Lourdes S. Domínguez: «Fuentes arqueológicas en el estudio de la esclavitud en Cuba», en La esclavitud en Cuba. Instituto de Ciencias Históricas, La Habana, 1986, p. 268.
14Lydia Cabrera: El monte. Editorial Letras Cubanas, 2009, p. 247.
15Enrique Beldarraín Chaple: «Los retos de la antropología médica en Cuba». En Cuba Arqueológica(www.cubaarqueologica.org)
16Lydia Cabrera: Ob. Cit., p. 247.
17,18,19Cintio Vitier: Lo cubano en la poesía. Editorial Letras Cubanas, 2002.
20,21,22,23Samuel Feijóo: Cantos a la naturaleza cubana del siglo XIX. Editora del Consejo Nacional de Universidades, 1964.
24,25,26,27,28Enrique Gay-Calbó: Los símbolos de la nación cubana. Editorial Boloña, 1999.
29Ismael Sarmientos Ramírez: «La artesanía popular tradicional cubana: del legado aborigen al utillaje mambí». Centro de Investigaciones de la Cultura Cubana Juan Marinello, p. 109.
30Ramón Roa: Con la pluma y el machete. Academia de la Historia de Cuba, 1950.
31José Miró Argenter: Crónicas de la guerra.Editorial Lex, 1899.
32Ramón Roa: Ob.cit.
33,34,35,36,37,38José Martí: Obras completas. Centro de Estudios Martianos, Karisma digital, noviembre de 2001.
39Marial Iglesias Utset: Las metáforas del cambio en la vida cotidiana: Cuba 1898-1902. Ediciones Unión, 2010.
40Roberto Segre:«El sistema monumental en la Ciudad de La Habana», en La Habana Elegante (www.lahabanaelegante.com)
41S.Cabrera:«El alma entre el huracán y la palma»,en La Jiribilla (www.lajiribilla.cu)
42,43Emilio Roig de Leuchsenring (El curioso parlanchín, pseud.):«La exaltación de la palma», en Carteles, no. 2, 9 de noviembre de 1927.
Celia M. González
Opus Habana
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