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lunes, 15 de febrero de 2016

Historia de la Biblioteca Nacional

Castillo de la Real Fuerza

De su memoria.

Anterior al surgimiento de la Biblioteca Nacional de Cuba el 18 de octubre de 1901, existía la tradición cubana de bibliotecas privadas y públicas. Se sabe de importantes colecciones privadas existentes desde el siglo XVII, como la del presbítero Nicolás Estévez Borges (2 000 volúmenes), deán de la Catedral de Cuba. A finales del siglo XVIII, con el fin de desarrollar los estudios que se impartían, surgió una pequeña biblioteca en el Real y Conciliar Colegio Seminario de San Carlos y San Ambrosio. Lo importante de la misma es que, por prescripción estatutaria, los profesores del Seminario estaban obligados a escribir los libros de texto de las asignaturas que impartían. Gracias a ello, nos han llegado los textos de Filosofía Electiva de José Agustín Caballero y las Lecciones de Filosofía de Félix Varela, nuestros primeros filósofos y científicos cuyas primeras ediciones atesora la Biblioteca Nacional. Tres años antes de que concluyera el Siglo de las Luces se crea en la recién constituida Sociedad Económica de Amigos del País la biblioteca pública de la institución, la más antigua de Cuba y que, para comienzos del siglo XX, ya atesoraba 41 487 volúmenes.

Las más destacadas personalidades del mundo científico e intelectual cubano, casi todas pertenecientes a la más alta aristocracia azucarera del país, desarrollaron, durante el Siglo decimonónico, importantes bibliotecas particulares entre las que se destacaron las de Francisco de Arango y Parreño, Nicolás Calvo y O’Farril, Antonio Bachiller y Morales, Domingo del Monte, Vidal Morales y Morales, José Silverio Jorrín, Néstor Ponce de León, Domingo Figuerola Caneda, entre otros. Lo que hace valiosas a estas colecciones es que sus volúmenes fueron editados por prestigiosas casas editoriales europeas, norteamérica y cubanas en lujosas y artísticas encuadernaciones y cuidadas ediciones; a la vez, constituyen piezas excepcionales de la producción científica e intelectual mundial y cubana. El interés por la lectura y el libro era evidente en diversas clases y sectores sociales a finales del siglo XIX. Durante las tres últimas décadas, como consecuencia del surgimiento de sociedades culturales, de recreación y del trabajo de algunas logias masónicas, comenzaron a crearse bibliotecas públicas de muy escasos recursos. Así, al terminar la centuria decimonónica, existía un consenso generalizado sobre la necesidad de desarrollar las bibliotecas como el símbolo más evidente y la expresión más genuina de la cultura científica y literaria que alcanzara cada comunidad.

Por otra parte, la no-existencia de una biblioteca nacional hasta 1901 tenía, como origen, la inexistencia del estado nacional y la condición colonial de Cuba. Desde 1899, ya se observa el interés porque, entre las nuevas instituciones que debían nacer con el estado cubano estuviese la Biblioteca y el Archivo nacionales.


La Biblioteca Nacional de Cuba fue creada el 18 de octubre de 1901, mediante la ley militar No. 234 del Gobierno Interventor norteamericano en el cual se nombraba a su primer director. Su original ubicación estuvo en un salón de 30 x 7.5 metros, en el Castillo de la Fuerza, donde radicaba el Archivo General. Sus primeros libros los donó su primer director, Don Domingo Figuerola Caneda, y consistió en su colección personal de 3 000 volúmenes. A partir de ese momento, lo más granado de la intelectualidad cubana, consientes del valor de la nueva institución, comenzó a entregar en donación sus colecciones particulares. Este es el origen de valiosos fondos como los de Antonio Bachiller y Morales, Francisco Sellén y Manuel Pérez Beato. Poco después, en julio de 1902, la institución recién creada es trasladada a los altos de la antigua Maestranza de Artillería.

En 1909, la Sra. Pilar Arazosa de Muller dona una pequeña imprenta que permitirá comenzar a editar los primeros números de la Revista de la Biblioteca Nacional, fundada por Domingo Figuerola Caneda, quién dirigió la institución hasta 1920.

Según el testimonio de Francisco de Paula Coronado, segundo director de la Biblioteca Nacional, en 1929 las estanterías de la Biblioteca Nacional fueron trasladadas al Capitolio Nacional, entonces en construcción. Los libros se colocaron en cajas y se trasladaron a una nave del viejo Presidio, en la calle Prado. Un incendio que allí se produjo destruyó importantes documentos y libros. Otras obras que no cupieron en las cajas, quedaron amontonadas en los rincones a expensas de los daños que producen el polvo y la humedad. La situación de la Biblioteca Nacional, llegó a tal grado de deterioro debido a la desidia de los gobiernos de la época. Ello provoca que el destacado historiador de la ciudad de La Habana, Emilio Roig de Leuchsenring, funde en 1936, la Sociedad “Amigos de la Biblioteca Nacional”. Por medio de la misma denunció el caos educativo y cultural que vivía Cuba y, en especial, su máxima institución bibliotecaria. Este movimiento unió a lo más destacado de la intelectualidad cubana, por no sólo salvar la Biblioteca Nacional, sino también por dignificarla y desarrollarla como institución insignia de la cultura nacional.

iEn 1938, después de una fuerte represión contra el movimiento progresista cubano, el jefe de la Policía Nacional, José Eleuterio Pedraza, traslada otra vez la Biblioteca Nacional hacia el Castillo de la Fuerza. Como consecuencia de la forma precipitada y poco cuidadosa en que se realizó la mudanza, se incrementaron los daños y fueron aún más seriamente afectados los fondos de la institución.

Con el propósito de reorganizar la Biblioteca, se nombró asesor técnico de la institución a una de las figuras más reconocidas de la intelectualidad cubana de la época, José Antonio Ramos. El mismo se responsabilizó con la catalogación y clasificación de los fondos existentes. Ramos es quien suprime la anterior clasificación de la Biblioteca por la llamada decimal, con las modificaciones de Bruselas y otras de su propia creación. Gracias a las gestiones de Ramos, se producen varios acontecimientos que serán trascendentes en la historia de la Biblioteca Nacional: se crea la Junta de Patronos que promueve el desarrollo institucional, tanto en la adquisición de libros como de financiamiento para el mejoramiento de la institución. El 21 de marzo de 1941, al amparo de la constitución de 1940, se promulga la Ley No. 20, mediante la cual el estado cubano determina el destino de lo recaudado en la zafra de 1941. En su artículo 21, la ley establece un impuesto de medio centavo sobre cada saco de azúcar de 325 libras. El importe de esta recaudación sería entregado a la Junta de Patronos para que se encargara de la compra del terreno y la construcción de un edificio destinado a la Biblioteca Nacional y al cual debía dotarse de las estanterías, muebles y talleres necesarios.

Pese a las dificultades que enfrentaba la Institución, lo más destacado de esta época es el desarrollo de sus colecciones con importantes donativos, la presencia de su Revista dentro del marco cultural cubano y, particularmente, el esfuerzo de los más prestigiosos intelectuales de la época para que en todo proyecto cultural relevante estuviese presente la Biblioteca Nacional. Para inicios de la década de los 50 ya la institución era poseedora de uno de los más importantes fondos bibliográficos y documentales del país. No debemos olvidar, que la preservación y cuidado de estos fondos, estuvieron siempre a cargo de un meritorio número de bibliotecarios que de manera callada, desapercibida, mal remunerada y no muchas veces reconocida, dieron lo mejor de sí en este empeño.

En 1949, por iniciativa de Don Fernando Ortíz, la Junta de Patronos acuerda designar con el nombre de José Martí al edificio que se proyectaba construir. La Junta adquiere por 300 000 pesos el terreno correspondiente. La colocación de su primera piedra tuvo lugar el 28 de enero de 1952. Una vez aprobado el plano de situación, comenzaron los trabajos por el entonces Ministerio de Obras Públicas. El 12 de junio de 1957, mediante el decreto número 1664, se dispone la entrega del edificio a la Junta de Patronos, así como el traslado de la Biblioteca Nacional al nuevo inmueble. Enclavada en la por entonces Plaza Cívica, hoy Plaza de la Revolución, la moderna institución constituyó una de las edificaciones más notables de su época. Una torre de 15 pisos, garantizaba un buen acomodo de los fondos existentes y por adquirir de la Biblioteca Nacional. Amplias e iluminadas salas de lectura y un equipamiento técnico para la preservación y conservación de los libros y documentos, una pequeña imprenta, sala teatro de conferencias y una moderna sala de música, colocaban a la Biblioteca en el lugar físico, espiritual e intelectual que habían soñado científicos, académicos, hombres de la cultura y, sobre todo, los propios bibliotecarios. Finalmente, tenía el espacio que le permitiría aspirar a ser la institución insignia de la Cultura Nacional.

En 1959, el triunfo de la Revolución Cubana determinó cambios en las estructuras sociales y económicas del país. El 5 de enero de ese año entran en la Biblioteca Nacional las fuerzas revolucionarias. La vida científica e intelectual adquirió una nueva dimensión. La Biblioteca Nacional entraba en una nueva etapa de redefiniciones, crecimiento e inserción en todo el renacimiento que se estaba produciendo en el país.

La reconocida bibliotecóloga y Doctora en Ciencias Sociales y Derecho Público, Dra. María Teresa Freyre de Andrade, asume la dirección de la Biblioteca Nacional y redefine sus objetivos, funcionamiento y normativas. A ella se debe una profunda reorganización, recatalogación y reclasificación de las colecciones existentes en los fondos y las que en el futuro se adquirieran mediante el empleo de las reglas de catalogación de la American Library Association, y para clasificar con el Sistema Dewey. Se ampliaron los departamentos ya existentes y se crearon otros ante las nuevas tareas que la Biblioteca Nacional debía asumir en su doble condición de Biblioteca Nacional y Biblioteca Pública. Se establecieron además los departamentos de Selección, Consulta y Referencia, Arte, Juvenil, Biblioteca y Mantenimiento (1959). Dos de las más audaces y novedosas creaciones de esta etapa fue la Biblioteca Juvenil y la Biblioteca Circulante para Adultos.

El proceso de desarrollo educacional y cultural del país, que implicó la Campaña de Alfabetización, el desarrollo de maestros voluntarios, las escuelas en fábricas, las Facultades Obreras Campesinas, las campañas por el Sexto y Noveno grado, y otras iniciativas encaminadas a crear un pueblo culto y lector, necesariamente tenía que tener un Sistema de Bibliotecas que colocara el libro al alcance de un creciente público que no siempre tenía la posibilidad de su adquisición. Uno de los pasos más trascendentes en la historia de la Revolución Cubana fue la creación de la Red Nacional de Bibliotecas Públicas. Esta red, que hoy cuenta con 412 bibliotecas repartidas por todo el territorio nacional, coloca al Sistema Nacional de Bibliotecas Públicas en condiciones de llevar el libro a los más recónditos lugares del país. Entre 1959 y 1967 fueron entregados en las principales ciudades y pueblos del país algunos de los edificios más significativos y patrimoniales para instalar en ellos las Bibliotecas Provinciales, Municipales y Sucursales. El hecho tiene mucho de simbolismo; los edificios pertenecientes a estas bibliotecas ocupan un lugar destacado en cada una de las comunidades donde se encuentran. La Biblioteca Nacional de Cuba José Martí es la rectora del Sistema Nacional de Bibliotecas Públicas.


El constante desarrollo del Sistema Nacional de Bibliotecas Públicas impuso la necesidad de formar personal capacitado y especializado, por lo que se hizo necesaria la creación de la Escuela de Capacitación Bibliotecaria (1962), que posteriormente llevó el nombre de Escuela de Técnicos de Bibliotecas. 

El incremento de las colecciones fue otro de los elementos caracterizadores de este momento. No sólo se contó con sumas para la adquisición de libros y para la suscripción a revistas cubanas y extranjeras, sino que, mediante el movimiento de bibliotecas recuperadas, se enriquecieron de forma notable los fondos atesorados en el centro y de las bibliotecas que se abrieron en diversas partes de la capital y de todo el país. También crecieron las colecciones cubanas del siglo XIX, cuando se determinó, en 1960, que los títulos publicados en la colonia y hasta 1902, existentes en la Biblioteca de la Sociedad Económica de Amigos del País pasaran a la Biblioteca Nacional.

Estos primeros años de la Revolución fueron de intenso trabajo debido a los proyectos culturales y científicos impulsados por la Biblioteca Nacional. La institución irradió una serie de funciones, de actividades divulgadoras de las últimas tendencias en las artes plásticas, en la literatura, en las bibliotecas, en la música. Se impartieron cursos, seminarios, charlas, conferencias, conciertos que colocaron a la Biblioteca como uno de los centros científicos y culturales más importantes del país y de referencia obligada tanto nacional como internacionalmente.

Entre los acontecimientos más importantes de la época para la Biblioteca Nacional, fue que la primera conmemoración del 26 de Julio después del triunfo de la Revolución y en la Plaza de la Revolución, tuvo como tribuna su terraza norte. Desde ella el Comandante Fidel Castro, líder de la revolución naciente, habló a los miles de campesinos que por primera vez visitaban La Habana.

Un hecho de singular relevancia fue la celebración de los encuentros entre los escritores, artistas, dramaturgos y figuras de la cultura en general celebrados los días 16, 23 y 30 de junio en la sala-teatro de nuestra Biblioteca Nacional. El discurso de clausura de dichos encuentros estuvo a cargo del Comandante Fidel Castro y constituye un referente obligado sobre la política cultural de la Revolución Cubana. Este discurso es conocido con el título con el que se publicó: Palabras a los intelectuales.

Entre el 6 y el 8 de junio de 1964 se efectuó el primer Fórum de Bibliotecarios. En el mismo se analizaron los programas de estudios bibliotecarios en la Universidad de La Habana y la Campaña de Lectura Popular. Esta última constituyó uno de los proyectos más significativos de este período por cuanto perseguía cultivar el hábito de lectura entre los recién alfabetizados y los sectores más populares y disímiles de nuestra sociedad. El director ejecutivo de la campaña fue el doctor Salvador Bueno. Se organizaron dos cursos para formar guías de lectores que llevaran a los diferentes centros laborales, escuelas y barrios esta actividad: uno en la Biblioteca Nacional José Martí, impartido por el doctor Salvador Bueno, y el otro, en la Biblioteca Municipal Enrique José Varona, de Marianao, a cargo de la escritora de radio y televisión, Mercedes Antón.

La impronta de la Biblioteca Nacional en la cultura cubana, constatable a través de las numerosas obras publicadas en los últimos cincuenta años, tiene su hábitat en las salas especializadas, las cuales constituyen uno de los centros de investigación más importantes del país, particularmente la Sala Cubana, que llevó durante muchos años el nombre de Colección Cubana, y que en la actualidad rescató este nombre. En el interior de estas salas se desarrolló un espacio de investigación y creación que lleva el nombre, entre otros muchos, de Cintio Vitier, Fina García Marruz, Eliseo Diego, Graziella Pogolotti, Salvador Bueno, Argeliers León, Juan Pérez de la Riva, Aleida Plasencia, María Elena Jubrías, Amalia Rodríguez, Israel Echevarría, Audry Mancebo, Zoila Lapique, Araceli y Josefina García Carranza, Julio Le Riverend, Ramón de Armas. Hubo numerosos científicos e intelectuales, que no pertenecieron formalmente a la institución y, sin embargo, también se sintieron parte de ella y, en ella encontraron la información que le dio forma e idea a la obra creada.

En las décadas de los 70 y 80 del siglo pasado el trabajo interno de desarrollo de las colecciones y de servicio al público, tanto de la Biblioteca Nacional como de las del Sistema de Bibliotecas Públicas, les permitió estar presentes en gran parte de las actividades culturales y científicas del país. No obstante, las difíciles condiciones económicas por las que pasó la nación durante los años 90 afectaron sensiblemente su funcionamiento. Pese a ello, las bibliotecas cubanas nunca cerraron sus puertas, los bibliotecarios estuvieron, día a día, cuidando y preservando el patrimonio bibliográfico, documental y sonoro de la nación cubana. En los años finales de esa década, se inicia un período de lenta y difícil recuperación. La Revista de la Biblioteca Nacional, que había estado durante seis años sin ver la luz, reinicia su publicación; se elaboran los primeros planes para la informatización de la Biblioteca Nacional; y surgen, con gran aceptación, los Clubes Minerva.

Desde la década de los 60, la Biblioteca Nacional ha tenido una presencia importante en el mundo internacional del libro. Ha participado sistemáticamente en los congresos de IFLA llevando a ellos sus experiencias y preocupaciones; es miembro fundadora de ABINIA y tiene numerosos acuerdos bilaterales con otras Bibliotecas Nacionales del mundo.

Hoy, los retos que enfrenta no son menores que en otros tiempos: el completamiento de sus catálogos, la elaboración de la bibliografía cubana, la informatización del sistema interno y de servicio al público de la institución, la creación de una red nacional digital del Sistema Nacional de Bibliotecas, la creación de la Biblioteca Digital, la Biblioteca de Clásicos Cubanos en soporte papel y digital, la creación de la Memoria Cubana Digital, la creación de un sistema de publicaciones, la recuperación y digitalización de los fondos sonoros de la biblioteca, la remodelación, acondicionamiento y ampliación de sus instalaciones, entre otros. Ante estos retos, la labor diaria y el espíritu de los trabajadores de cada una de nuestras bibliotecas y del público asiduo a ellas, será trabajar unidos y pensar con inteligencia, conocimiento y ánimo creador en la Biblioteca que debemos construir y que necesitamos en este siglo XXI. Nuestra Biblioteca Nacional y nuestro Sistema Nacional de Bibliotecas Públicas constituyen organismos vivos que se nutren de sus tradiciones, de sus experiencias y de toda la tecnología y los avances científicos que desarrolla el mundo de la información para brindar un mejor servicio a los más variados intereses de nuestros diversos usuarios y continuar desarrollando científicamente la biblioteca cubana del siglo XXI.

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