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domingo, 15 de mayo de 2016

JOVELLANOS, UN PUEBLO DONDE SE INSTALÓ LA NOSTALGIA


PEDRO ACOSTAJovellanos | Enero 19, 2016

"Aquí la gente vive de robar en la antigua fábrica Gravi que ahora se llama Jovel", aclara el conductor de un bicitaxi a su cliente durante un paseo por Jovellanos. La industria que hizo famoso al pueblo por su excelente pasta dental ahora pertenece a la empresa de capital mixto Suchel, con productos de poca personalidad y peor sabor.
El deslucimiento de su fábrica insignia es sólo uno de los tantos problemas de este pueblo en la provincia de Matanzas, atravesado por la carretera y la línea central del ferrocarril. Si hace seis décadas la zona contaba con una economía en crecimiento, hoy sus habitantes recuerdan las glorias pasadas e imaginan lo que pudo llegar a ser.
Toda la transportación de la ciudad se hace en coches tirados por caballos o a golpe de pedal de bicicleta. "Para salir del pueblo están los camiones particulares, pero en la noche se vuelve difícil atrapar uno", explica el conductor de un viejo jeep que hace la ruta hacia Matanzas.
El lugar dejó de ser destino de trabajadores hasta convertirse en una cantera de mano de obra para las áreas turísticas de Varadero. "Aquí no hay mucho que hacer, así que la gente se va y los más jóvenes son los primeros", asegura Ramón, nacido hace 56 años en Jovellanos y quien este jueves almorzaba con unos parientes residentes en Miami en una paladar del poblado.
Con el sugerente nombre de Kitsch, adornado con lámparas y muebles barrocos, el restaurante privado es uno de los pocos que existen en la pequeña ciudad. Los jóvenes se quejan de que no haya ninguna discoteca y deban conformarse con un deprimente cabaret a la salida del pueblo, muy visitado por las moscas y los borrachos.
Joaquín, de 79 años, asegura que no se fue de Jovellanos porque siempre creyó que "la cosa iba a mejorar". "Cuando vine a darme cuenta, ya se me había hecho tarde para largarme". Trabajó en uno de los dos ingenios de azúcar que en tiempo de cosecha "no paraban de moler", narra con ilusión. Ahora, "los dos están cerrados e inservibles, pura chatarra tirada en el campo", se lamenta.
En las calles de la pequeña ciudad muchas casas han colgado en sus fachadas un cartel de "Se vende". Por un poco más de 12.000 pesos convertibles, Alina ofrece la vivienda donde nació y que mandó a construir su abuelo. Tiene cinco habitaciones y una extensa terraza. "No quiero quedarme aquí, porque tengo que darle un futuro a mis hijos", dice. Su plan es alquilar por unos meses en la capital y finalmente emigrar a Estados Unidos con ese dinero.
Como en cualquier punto de la geografía cubana, en este pueblo los timbiriches particulares le han ganado la partida a las cafeterías estatales. Los vendedores de bisutería y útiles ofertan furtivamente su mercancía en los portales de la calle principal. "Sí, una vez tuvimos tres ferreterías, cuatro tiendas, dos mueblerías y una imprenta, pero eso fue hace tiempo", recuerda Joaquín.
Rebautizado como Jovellanos en 1870, debido a las gestiones de una alcalde de origen asturiano, el poblado que inicialmente se conoció bajo el nombre de Bemba, llegó a tener a mediados del siglo pasado una biblioteca y dos cines, uno de lo cuales hacía las veces de sala de teatro. En estos momento solo funciona uno, mientras que del otro apenas queda un edificio de puertas tapiadas y fachada descolorida.
La sede municipal del Partido Comunista se ubica en una hermosa edificación donde una vez radicó la Asociación de Pequeños Colonos del territorio. "Tanto que criticaron a los terratenientes de antes y mira cómo han dejado destruir la tierra", comenta Joaquín, quien recuerda que la región llegó a "alardear" de sus fincas con frutales e importantes cultivos de viandas y granos.
En 1959 se planificaba construir una planta de dulces en conserva en el terreno baldío frente al molino de arroz y la planta eléctrica, pero "llegó el Comandante y mandó a parar", ironizan los pobladores.
En más de medio siglo apenas se erigió en Jovellanos una planta de ensamblaje de motores con tecnología búlgara que hace años dejó de funcionar. También se instaló una moderna fundición, que poco tiempo después de su puesta en marcha tuvo que ser desmontada.
Según comenta un jovellanense que estuvo cerca de aquella obra y posteriormente emigró hacia La Habana, "los inversionistas de la fundición no habían tenido en cuenta la demanda eléctrica de esas labores y cuando la industria echaba a andar, dejaba a oscuras todo el poblado".
Tampoco existen ya la fábrica de refrescos que fue orgullo de la región, ni la de soga, ni el tostadero de café, ni el matadero de res, la productora de bloques o las vaquerías. Todas las conversaciones con los residentes de más de 60 años terminan invariablemente en un repaso de esas glorias pasadas.
Algunos más jóvenes dicen recordar incluso el sabor de la Gravi, "la reina de las pastas dentales", aunque por su edad es poco probable. En Jovellanos, los que no quieren aceptar el destino de su pueblo se refugian en el pasado para escapar del presente.

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