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domingo, 1 de mayo de 2016

LAS TARJETAS POSTALES CUBANAS "PARQUES Y PLAZAS DE CIUDAD DE LA HABANA"


        

Generalmente la imagen de una plaza antigua resulta de gran interés porque en ella se unen arquitectura, naturaleza y la presencia humana para regalarnos pintorescos testimonios del pasado de una ciudad. Por otra parte los parques no se quedan atrás al conjugar su selecta vegetación y geométricos jardines con la presencia del hombre que los atiende y visita buscando acercarse a una naturaleza cada día más lejana y añorada. Parientes cercanos, a veces ambos se confunden al ser en su origen espacios abiertos dentro del desarrollo urbano. Todo ello no ha llevado a formar una interesante colección referida a los varios parques y plazas que abundaron en la ciudad de la Habana, sobre todo aquellos que florecieron o surgieron en la época republicana, lo cual motivo que se vieran ampliamente reflejados en las variadas emisiones de tarjetas postales que abundaron por entonces.
Para una mejor comprensión y disfrute de las imágenes que conforman las galerías de esta página hagamos a continuación un rápido recorrido por la historia de los sitios de este género mas connotados del pasado habanero:

Las primeras plazas:
A mediados del siglo XVI la villa de San Cristóbal de la Habana tenía, en los alrededores del puerto, tres importantes plazas públicas donde se hallaban las viviendas de sus principales vecinos, y que fueron, en su origen, espacios abiertos sin árboles, donde podía congregarse la población cuando fuese requerida su presencia por las autoridades coloniales. Con el tiempo fueron surgiendo otras, casi siempre frente a los templos religiosos, como espacios abiertos  para el aparcamiento de los carruajes y la congregación de sus habitantes, tanto en días de celebraciones como para simplemente comerciar con productos de toda índole. De ellas algunas perduraron hasta la actualidad y otras fueron desapareciendo absorbidas por el perentorio desarrollo urbano. De  las que florecieron en  la época republicana quedaron para la posteridad variadas imágenes gracias al auge de la tarjeta postal.


La Plaza de San Francisco
Se cree que esta plaza existía desde 1559, pero fue de 1574 a 1591 cuando se edificó junto a ella la Iglesia y Convento de San Francisco de Asís, lo que le dio al lugar el nombre definitivo de Plaza de San Francisco. Fue en sus inicios un mercado público hasta que éste se trasladó por petición de los frailes franciscanos. No obstante, por su cercanía del puerto, siguió siendo durante toda la colonia, y aun en los primeros tiempos republicanos, el centro de una zona dedicada a toda clase de transacciones mercantiles, lugar de espera, carga y descarga de los carretones que acudían al muelle y a los almacenes situados en sus proximidades, y depósito de frutos y mercancías diversas. Era además el lugar por donde desembarcaban los inmigrantes que venían de la Metrópoli “a hacer la América”, en busca de riquezas que a menudo no encontraban.
En 1836 fue erigida en la plaza, por el Conde de Villanueva, la llamada Fuente de Los Leones, de singular belleza, obra del escultor italiano Giuseppe Gaggini, pero el temor a que fuera destruida accidentalmente a causa del intenso tráfico de aquel lugar, hizo que fuera trasladada, en 1844, a la entonces Alameda de Isabel II. En tiempos republicanos, al remodelarse el antiguo Campo de Marte, fue instalada en el nuevo Parque de la Fraternidad, hasta que en 1963 fue restituida a su lugar de origen en la Plaza de San Francisco.
También se levantó en la plaza, hacia 1843, un pequeño edificio de proporciones cuadradas, conocido popularmente como el Principal, por estar establecida en él la guardia principal de la plaza. El edificio fue demolido en los años de la República, al construirse, junto a la plaza, el nuevo edificio de la Aduana.
En los tiempos coloniales, la Plaza de San Francisco fue también escenario de las ferias de San Francisco, que comenzaban el tres de octubre y proporcionaban esparcimiento más o menos lícito a la población habanera. Allí imperaba, por encima de todo, el juego. En mesas distribuidas por la plaza, se jugaba a la lotería, las cartas, los dados, y toda clase de juegos de azar. En el café El León de Oro y otras casas de los alrededores existían bancas a las que acudían a probar su fortuna las clases distinguidas de la ciudad y en el mencionado café se cree que se instaló, por primera vez en Cuba, la ruleta.


La Plaza Vieja
Esta plaza, que ocupa un cuadrilátero formado por las calles Muralla, San Ignacio, Teniente Rey y Mercaderes, fue llamada, en sus inicios Plaza Nueva, por ser posterior a las dos antes mencionadas. Estuvo dedicada durante largos años a la venta de productos alimenticios, y en 1835 construyó en ella el general Tacón un edificio que serviría de mercado, con el nombre de Mercado de Cristina, en el que, al decir del novelista cubano Cirilo Villaverde, “era un hervidero de animales y cosas diversas, de gente de todas condiciones y colores, en que prevalecía el negro; recinto harto estrecho, desaseado, húmedo y sombrío...”. Al establecerse cerca de allí la que se llamó Plaza Nueva del Cristo, que también sirvió de mercado, la que era Plaza Nueva comenzó a ser denominada Plaza Vieja, nombre que conserva en nuestros días.
La Plaza Vieja mantiene un aspecto típicamente colonial, debido a las antiguas casas que la rodean, mansiones señoriales de la vieja aristocracia habanera, entre las que se destaca la casa solariega de los Condes de Jaruco, en la esquina de Muralla y San Ignacio, donde nació, en 1789, la famosa escritora cubana Condesa de Merlín.
A lo largo de su existencia, la plaza tuvo una gran diversidad de nombres, entre ellos: Plaza Nueva, Plaza Real, Plaza Mayor, Plaza del Mercado, Plaza de la Verdura, Plaza de Fernando VII, Plaza de la Constitución, Plaza de Cristina, Plaza de la Concordia, Parque Juan Bruno Zayas y Plaza Julián Grimau, pero sobre todos ellos se ha mantenido siempre el nombre de Plaza Vieja.



La Plaza del Cristo
Esta plaza se llamó en sus inicios Plaza Nueva del Cristo, y más tarde, simplemente, Plaza del Cristo. Fue formada en 1640, al costado de la iglesia del Santo Cristo, hasta la calle de Teniente Rey, y desde la de Villegas hasta la de Bernaza. En ella funcionó extraoficialmente, desde 1814, un mercado de aves, verduras y frutas, y en 1836 el general Tacón construyó en el lugar un grupo de casillas de mampostería, al que le dio el nombre de Mercado del Cristo.
Entre los edificios que rodean la plaza, sólo es notable la casona situada en la esquina de Teniente Rey y Bernaza, donde estuvo ubicado, hasta mediados del siglo XVII, el Palacio Episcopal de La Habana.
Esta es una de las pocas plazas coloniales que casi desde sus comienzos contó con arbolado, y finalmente, en 1865, se convirtió en un pequeño parque al que se le dio el nombre de Michelena, por el entonces gobernador civil de La Habana, José María Michelena, pero el nombre, como sucede con todos los nuevos que se aplican a lugares antiguos, no ha perdurado, y se le sigue llamando Parque del Cristo.


La Plaza de la Catedral
Esta plaza fue, en su origen, una malsana ciénaga, en la que fabricó el gobernador Gabriel de Luján, en 1587, un aljibe que se surtía de los manantiales que brotaban en aquel lugar, donde hacían aguada las naves surtas en el puerto. Así se fue conformando un espacio casi cuadrado que recibió el nombre de Plaza de la Ciénaga, y en uno de sus costados se abrió un boquete, donde desembocaba la Zanja Real, el primer acueducto que tuvo La Habana, lugar que fue conocido más tarde con el nombre de Callejón del Chorro.
Al paso del tiempo, la ciénaga se fue desecando y la plaza se convirtió en mercado y corral de ganado, lo que hizo de ella un lugar poco atractivo para los habaneros, hasta que en 1777 fue edificada junto a uno de sus lados la iglesia del Colegio de los Jesuitas, que más tarde pasó a ser la Santa Iglesia Catedral de la Virgen María de la Inmaculada Concepción, o más sencillamente, la Catedral de La Habana.
Desde un poco antes de construirse la iglesia, alrededor de la Plaza de la Ciénaga se habían edificado algunas de las más importantes mansiones coloniales de aquella época, y al terminarse el templo, aquel espacio, que a partir de entonces recibió el nombre de Plaza de la Catedral, quedó enmarcado por la Catedral en el lado norte; frente a ella, en el sur de la plaza, el Palacio de los Condes de Casa Bayona, levantado en 1720 por el gobernador Luis Chacón; y a los costados, en el este, el Palacio del Conde de Lombillo, construido en 1737 por la familia Pedroso, y a su lado el del Marqués de Arcos, edificado en 1741 para el tesorero de la Real Hacienda Diego Peñalver Angulo, cuyo hijo, Ignacio Peñalver, recibió poco después el título nobiliario que dio nombre a la construcción; mientras en el lado opuesto, al oeste, se levantó por el antiguo regidor Francisco Ponce de León, alrededor de 1760, el Palacio de los Marqueses de Aguas Claras. Años después, ya en el siglo XIX, a continuación de este último palacio se fabricó otro pequeño edificio que recibió el nombre de Casa de Baños, donde se instalaron los llamados “baños de la Catedral”, que se surtían del mencionado aljibe en el centro de la plaza.
Con estas construcciones cambió por completo el carácter de la plaza, que de antiguo desaguadero, mercado y corral de ganado, se convirtió en uno de los lugares más bellos de La Habana colonial, donde se celebraban brillantes fiestas y ceremonias religiosas que le hicieron conquistar el primer lugar en la vida social de la ciudad, hasta que el crecimiento urbanístico y el desplazamiento de las actividades hacia otros entornos le hicieron perder la animación de otros tiempos, aunque conservando siempre su bien ganado prestigio.
La Plaza de San Juan de Dios
Fue conformada esta plaza en el lugar que ocupó el antiguo Hospital de San Juan de Dios, el primero que tuvo la ciudad, entre las calles Aguiar, Habana, Empedrado y Progreso o San Juan de Dios, y fue, junto con la del Cristo, las dos únicas plazas coloniales en las que se sembraron árboles, lo que hizo que se les considerara como verdaderos parques. Así esta plaza ha sido siempre conocida como Parque de San Juan de Dios. En su centro fue erigida una estatua del notable literato español Miguel de Cervantes Saavedra, obra del escultor italiano Carlos Nicoli, inaugurada el 1º de noviembre de 1908.
La Plaza de las Ursulinas
Este lugar que un simple espacio abierto, de poca extensión, junto a las Murallas, donde por largo tiempo se efectuaron las ejecuciones públicas, hasta que en 1810 se dispuso que se realizaran en la explanada frente al Castillo de la Punta. Al derribarse las Murallas, se fue conformando una pequeña plaza sobre la que después fue calle de Egido, entre las de Muralla y Sol, y en la esquina de esta última calle se construyó, en 1774, la llamada Casa de Recogidas de San Juan Nepomuceno, para albergar a mujeres condenadas a penas de cárcel, así como también a divorciadas y “doncellas pobres depositadas con destino a matrimonio”. En 1815, este edificio fue entregado por el obispo Juan José Díaz de Espada y Landa a un grupo de monjas ursulinas que habían llegado a Cuba en 1803, procedentes de Nueva Orleans, y que fueron las primeras religiosas que se dedicaron a la enseñanza en Cuba. La edificación fue convertida en colegio y convento, y el espacio adyacente recibió el nombre de Plaza de las Ursulinas.
La Plaza de Albear
Llamada también Plazoleta o Parquecito de Albear, este espacio está conformado por un reducido perímetro entre las calles de Monserrate, Bernaza, Obispo y O’Reilly, a una cuadra de distancia del Parque Central, aunque directamente frente a la estatua de José Martí. En sus inicios tuvo el nombre de Plaza de Monserrate, hasta que en 1895 fue dedicada al ingeniero Francisco de Albear y Lara, constructor, entre otras obras significativas, del Canal de Vento o Canal de Albear, el principal acueducto de la ciudad, y con ese fin se erigió en dicha plaza una estatua de mármol del ilustre ingeniero, en el centro de una fuente de cuatro surtidores. La estatua fue realizada por el escultor cubano José Vilalta de Saavedra e inaugurada el 15 de marzo del propio año.

Los parques del centro de la ciudad:
Desde los tiempos coloniales existieron algunos parque en la capital cubana, la mayoría de ellos de poca importancia debido a que sobraban los espacios arbolados y libres en una época de poco desarrollo urbanístico. Sin embargo con la llegada de la etapa republicana y el rápido crecimiento de la ciudad  se vio esta necesitada, como toda urbe de cierta importancia, de las llamadas “áreas verdes”, que contribuyen a aliviar a la población de las molestias aparejadas al desarrollo constructivo y fabril.
El Parque de la Punta
Este pequeño parque colonial fue construido muy cerca del mar, frente al Castillo de la Punta, por un costado, y delante de la fachada de la Cárcel de Tacón. Por su cercanía con la Explanada de la Punta, donde se efectuaban los ajusticiamientos públicos, fue arrasado en 1887 a causa de un extraordinario desorden producido por la multitud que presenciaba, llena de pánico, la ejecución de un reo que opuso a su desenlace una feroz resistencia. Reconstruido con posterioridad, en los primeros tiempos republicanos, se colocó en su centro una fuente dedicada al dios Neptuno, que más tarde fue trasladada al Vedado y sustituida por el monumento a José de la Luz y Caballero. En 1935 el parque fue destruido para la ampliación del Malecón y el monumento emplazado en uno de los tramos de la Avenida del Puerto.
El Campo de Marte
El Campo de Marte fue creado en 1740 como terreno dedicado a ejercicios militares, y ampliado en 1763 por el ingeniero belga Agustín Cramer. En sus comienzos tuvo una gran extensión, pero poco a poco fue perdiendo dimensiones a causa de las necesidades urbanísticas propias del crecimiento de la ciudad, sin que se realizara en el lugar ninguna obra de embellecimiento hasta que por iniciativa del obispo Juan José Díaz de Espada y Landa se le construyeron calles limitantes y se sembraron plantas y árboles.
Fue el capitán general Miguel Tacón, en 1835, el primer gobernante que se preocupó por restaurar el Campo de Marte, el que fue delimitado en forma de trapecio de 250 por 150 varas, y cercado con envergaduras de lanzas de hierro con mampostería de un sólo metro de altura, para que los transeúntes pudieran seguir contemplando el espectáculo de los ejercicios militares. Desde entonces, el Campo de Marte quedó comprendido entre la Alameda de Isabel II (más tarde Paseo del Prado), la Calzada del Monte y las calles  Amistad y Dragones.
El Parque Colón
Años después de la restauración hecha por el capitán general Tacón, se pensó levantar en el Campo de Marte una estatua del descubridor Cristóbal Colón, donde serían también depositadas las supuestas cenizas del gran almirante que se hallaban en la Catedral, pero el proyecto tuvo la firme oposición de las autoridades eclesiásticas, por lo que fue en definitiva abandonado. Sin embargo, se le dio a aquel terreno, donde ya los ejercicios militares se habían reducido al mínimo, el nombre de Parque Colón. En 1892, el alcalde habanero Segundo Álvarez realizó obras de embellecimiento que devolvieron la alegría a aquel campo convertido, hasta entonces, en un lodazal.
 Durante la primera intervención norteamericana, el Parque Colón volvió a tener un uso militar, al servir de campamento para varias unidades de las tropas ocupantes. Con posterioridad, ya en tiempos republicanos, se embelleció más aún el lugar con la construcción de avenidas, jardines, fuentes y una tentativa de jardín zoológico, todo lo cual fue de nuevo destruido por el ciclón que azotó la capital el 20 de octubre de 1926.
El Parque de la Fraternidad Americana         
Por último, en 1928, con motivo de efectuarse en la capital cubana la Sexta Conferencia Internacional Americana, el entonces Secretario de Obras Públicas, doctor Carlos Miguel de Céspedes, planificó el embellecimiento de aquella zona que había adquirido un rango importante con la construcción del Capitolio Nacional. A ese fin, el Parque Colón fue totalmente remodelado para convertirlo en una gran plaza moderna, que recibió el nombre de Plaza de la Fraternidad Americana. En su centro fue colocada una ceiba traída desde El Tulipán, en el Cerro, la que fue abonada con tierra de las veintiuna repúblicas americanas, traída por los jefes de las misiones que participaron en la Sexta Conferencia.
También fue colocada en una de sus áreas la Fuente de los Leones, procedente de la Plaza de San Francisco, y se erigieron sendos bustos de figuras representativas del pensamiento y la fraternidad americana, como Juárez, Bolívar, Lincoln, Petión, Artigas, Miranda, Hostos, Hidalgo y Morazán.
El Parque Antonio Maceo
En el lugar que ocupó, en los tiempos coloniales, una antigua posición fortificada española con el nombre de Batería de la Reina, junto a una entrada de mar conocida como la Caleta de San Lázaro, fue construido el Parque Antonio Maceo, abarcando el espacio comprendido entre la Avenida del Malecón y las calles San Lázaro, Belascoaín y Marina. En su centro se erigió el monumento al Titán de Bronce, Mayor General Antonio Maceo Grajales, obra del escultor italiano Domenico Boni, inaugurado por el presidente de la República Mario García Menocal el 20 de mayo de 1916.
En el costado del parque que da hacia la calle Belascoaín existió una artística pérgola aledaña a un gran estanque que hacía del lugar un atractivo espacio para la población infantil de la zona, obras eliminadas en posteriores modificaciones. En el lado opuesto, hacia la calle Marina, cuenta con una amplia fuente lumínica, y cercano a ella se conserva el viejo Torreón de San Lázaro, reminiscencia histórica de los tiempos coloniales.
El Parque Máximo Gómez
En los primeros tiempos republicanos, en un terreno yermo existente entre la entrada del canal de la bahía y el Mercado de Colón, aledaño al lugar donde más tarde se levantaría el Palacio de la Presidencia, se construyó una Avenida de las Palmas, la que fue luego pavimentada y embellecida dentro del plan constructivo de 1928, para convertirla en vía de acceso al nuevo edificio del Palacio Presidencial, y se le dio el nombre de Avenida de las Misiones. Al comienzo de esta avenida se conformó el llamado Parque Máximo Gómez, en torno a la estatua ecuestre del General en Jefe del Ejército Libertador Máximo Gómez Báez, ejecutada en bronce sobre pedestal de mármol y granito por el artista italiano Aldo Gamba, y develada el 18 de noviembre de 1935, aniversario del natalicio del Generalísimo, por la señora Margarita Gómez, una de las hijas del prócer, y el presidente de la República, coronel Carlos Mendieta.
En los últimos tiempos el parque fue notablemente mutilado al construirse en ese lugar la entrada del túnel que une a La Habana con la costa del otro lado de la bahía, donde se alzan las fortalezas del Morro y la Cabaña.
El Parque de los Mártires
Situado al final del Paseo del Prado, frente al Castillo de la Punta, este parque fue creado en 1939, en los terrenos donde se levantaba el edificio de la Cárcel de La Habana. En este parque se conserva, como importante reliquia histórica, la capilla y una de las celdas bartolinas del edificio penitenciario, en la que guardaron prisión, durante la época colonial, numerosos patriotas revolucionarios, entre ellos el Apóstol José Martí, y donde pasaron sus últimos momentos muchos mártires de la epopeya emancipadora, como Graciliano Montes de Oca, Narciso López, Eduardo Facciolo, Ramón Pintó, Francisco D’Strampes y otros, ejecutados en garrote vil frente a la Cárcel, en la explanada de la Punta.
También en el Parque de los Mártires existe un monumento en forma de templete de estilo griego, que rodea el lienzo de pared ante el cual fueron ejecutados los estudiantes de Medicina fusilados el 27 de noviembre de 1871. El trozo de pared formaba parte de los Barracones de Ingenieros, al costado de la Cárcel, y fue conservado por gestiones de Fermín Valdés Domínguez al demolerse aquel edificio en 1901, durante la primera intervención norteamericana. Este sitio se ha mantenido, a través de los años, como lugar de peregrinación donde finalizaban los desfiles y manifestaciones estudiantiles provenientes de la Colina Universitaria.
El Parque Alfredo Zayas
Este parque fue creado en 1925 al fondo del Palacio Presidencial, entre las calles Monserrate, Zulueta, Colón y Trocadero, para erigir en él una estatua de mármol de Carrara, con la figura del doctor Alfredo Zayas Alfonso, el que fuera conspirador independentista, delegado a la Convención Constituyente y más tarde presidente de la República. El monumento fue inaugurado el 20 de mayo de dicho año, el día en que el doctor Zayas abandonó la presidencia, al cumplirse el período para el que había sido electo. Años después, en el período revolucionario, la estatua  fue removida y el parque remodelado para construir el Memorial del yate Granma.
El Parque Jerez
Este minúsculo parque triangular, formado en los primeros tiempos republicanos  entre las calles Monserrate y San Juan de Díos, al comienzo de la de Neptuno, recibió el nombre de Pepe Jerez, un famoso Jefe de la Policía Secreta de La Habana que había sido oficial del Ejército Libertador. A partir de 1951 se le llamó Parque Supervielle, al colocarse allí un busto del doctor Manuel Fernández Supervielle, Alcalde de La Habana, que se quitó la vida al no poder cumplir la promesa hecha a sus electores de resolver la escasez de agua que aquejaba en aquellos tiempos a la ciudad.
El Parque Finlay
En 1921, por decreto presidencial de 14 de abril, fueron cedidos a la Secretaría de Sanidad y Beneficencia los terrenos situados frente al edificio de dicha dependencia, entre las calles Belascoaín, División, Estrella y Maloja, los que fueron convertidos en un parque dedicado a la figura del doctor Carlos J. Finlay, descubridor del agente transmisor de la fiebre amarilla. Allí se erigió un monumento al doctor Finlay, rodeado de sendos bustos de sus colaboradores, los doctores Claudio Delgado y Juan Guiteras, y los miembros de la comisión norteamericana Jesse W. Lazear y William C. Gorgas. Tanto el monumento como los bustos son obra del escultor español Ramón Mateu, y la estatua fue inaugurada el 17 de mayo de 1921, mientras los bustos, que todavía no estaban terminados, fueron colocados con posterioridad.
El Parque Trillo
Debe su nombre a un rico propietario de la barriada en que se encuentra, que donó el terreno entre las calles San Rafael, San Miguel, Aramburu y Hospital, para que fuera construido dicho parque. En él fue erigida, en 1948, una sencilla estatua en bronce del Mayor General Quintín Bandera, figura excepcional de nuestras tres guerras independentistas. La estatua fue ejecutada por el profesor Florencio Gelabert, pero adolecía de algunos defectos, por lo que el artista la sustituyó por otra que representa al guerrero en actitud combatiente, y que fue inaugurada el 23 de agosto de 1953, al cumplirse cuarenta y siete años de la muerte del mambí.

Parques del Vedado:
El Parque Gonzalo de Quesada. Situado en la barriada del Vedado, entre las calles Calzada, Quinta, C y D, este parque fue creado durante el gobierno del general Mario García Menocal con el nombre de Parque Villalón, por el apellido del Secretario de Obras Públicas de aquel período que tenía frente a él su residencia, y allí se emplazó la Fuente de Neptuno procedente del Parquecito de la Punta. En 1915 se situó en el parque un sencillo busto del patriota y discípulo de Martí, Gonzalo de Quesada y Aróstegui, que originalmente se hallaba en el Paseo del Prado, frente a la calle Teniente Rey, y a partir de entonces el lugar recibió el nombre de Parque Gonzalo de Quesada.
El Parque Mariana Grajales. Otro de los parques del Vedado, situado entre las calles 23, 25, C y D, donde fue inaugurada el 7 de diciembre de 1931 un monumento dedicado a Mariana Grajales, Madre de los Maceo, obra del escultor cubano Teodoro Ramos Blanco, vencedor en el concurso nacional celebrado a los fines de su ejecución.
El Parque Víctor Hugo. Entre las calles H, I, 19 y 21. Recibió ese nombre por iniciativa del Historiador de la Ciudad Emilio Roig de Leuchsenring, y se situó allí un busto del ilustre poeta francés, realizado por el escultor Juan J. Sicre, que fue inaugurado el 20 de diciembre de 1937.
Parque José Martí. Este es un amplio espacio frente al mar, a lo largo del Malecón, y que se extiende desde la calle G hasta la calle J. Fue construido a mediados de la década de 1940, como parque de recreo infantil, pero al pasar los años resultó abandonado hasta los años 70 en que fue renovado y convertido en un gran campo deportivo con amplios gimnasios y piscinas, para el disfrute de la población habanera.

Parques del Cerro
El Parque del Tulipán. Fue a comienzos de la República un amplio terreno con árboles y paseos, para el disfrute de la burguesía criolla que vivía en las fastuosas residencias que desde los tiempos coloniales eran edificadas en aquella barriada. Allí fue sembrada el 20 de mayo de 1902, al instaurarse la República, una ceiba que años más tarde, en 1928, fue trasladada al Parque de la Fraternidad Americana y es denominada desde entonces el Árbol de la Fraternidad. Las necesidades urbanísticas hicieron disminuir la extensión de este parque, que hoy está reducido a una manzana entre las calles Tulipán, La Rosa, Vista Hermosa y Falgueras.
El Parque de Palatino. Este fue un amplio parque de diversiones, con paseos, jardines y múltiples locales de variados entretenimientos, propiedad de la Cervecería Tívoli, en cuyos terrenos estaba enclavado. El parque, que tuvo su origen durante la intervención militar norteamericana, existió hasta bien avanzada la etapa republicana, y los terrenos estaban  enmarcados entre la Calzada de Palatino, la calle Atocha, la Zanja Real y la línea del ferrocarril por donde muchos años después se construyó la Vía Blanca.
                    
Parques de Jesús del Monte:
El Parque de Santa Emilia, en el reparto Santos Suárez, entre las calles Santa Emilia, Zapotes, San Indalecio y San Benigno.
El Parque Mendoza, formado por dos manzanas que, como caso singular, no son adyacentes, sino que están separadas por otra compuesta por residencias particulares. Ambas manzanas están delimitadas por las calles San Mariano y Vista Alegre, pero una va de Juan Delgado a Destrampes y la otra de Figueroa a Cortina.
El Parque Felipe Poey, en Luyanó, entre las calles Justicia, Fábrica, Santa Felicia y Herrera, construido en 1938 en homenaje al ilustre naturalista habanero.
El Parque de Lawton, en la barriada de ese nombre, entre las calles Dolores, Tejar, Lawton y San Anastasio.
El Parque Emilia de Córdova, en el Reparto Sevillano, entre las calles San Miguel, Lagueruela, Gelabert y Revolución, donde fue erigida en 1927 una estatua a Emilia de Córdova y Rubio, luchadora independentista que fungió como auxiliar del Ejército Libertador en la guerra del 95, y se destacó más tarde, durante la ocupación militar norteamericana, cuando mediante sus gestiones logró por primera vez en Cuba que las mujeres fueran admitidas en los empleos públicos.

Otros parques, plazas y jardines importantes:
La Quinta de los Molinos
En tiempos remotos de la colonia, en una antigua estancia situada cerca del Castillo del Príncipe, existían dos molinos de tabaco arrendados por don Martín Aróstegui a la antigua Factoría. En este lugar, en 1834, el capitán general Miguel Tacón dispuso que se trasladasen allí las plantas del Jardín Botánico situado hasta entonces en un pequeño terreno cerca de las Puertas de Tierra de las Murallas, y poco después, en 1837,  ordenó que se construyese una pequeña quinta para residencia veraniega de los capitanes generales así como para que pudiesen vivir allí, después de entregar el mando, mientras esperaban su salida para España. Así se fabricaron las primeras casas en aquel lugar, que después se llamó Quinta de los Molinos. Años más tarde fueron ampliadas y se edificaron otras construcciones, a la vez que se hicieron paseos y otras reformas para embellecer el lugar, hasta que por último fueron cercados los terrenos con las verjas que primero habían rodeado el Campo de Marte.
En 1871, a raíz de los sucesos que culminaron en el fusilamiento de los estudiantes de Medicina el 27 de noviembre, otros compañeros suyos, acusados también por el mismo hecho, fueron condenados a penas de prisión, y unos fueron enviados a las Canteras de San Lázaro y otros a la Quinta de los Molinos, donde tenían que trabajar duramente en la limpieza de los jardines y paseos, mientras vivían confinados en una especie de barracón bajo la vigilancia de los guardias del Presidio.
Al cesar la dominación española y ser ocupada militarmente la Isla por los Estados Unidos, el 24 de febrero de 1899 hizo su entrada triunfal en La Habana el Generalísimo Máximo Gómez, a quien el pueblo recibió con delirante entusiasmo y lo acompañó hasta la Quinta de los Molinos, que en un gesto de inusitada cortesía le había sido asignada como residencia oficial, y en la cual permaneció el invencible guerrero mambí durante los primeros tiempos de su estancia en la capital cubana. Por este hecho, de gran relevancia histórica, la Quinta de los Molinos se conserva cuidadosamente como interesante reliquia de nuestra historia.
El Jardín Botánico
La creación del Jardín Botánico fue promovida, a finales del siglo XVIII, por la Sociedad Económica de Amigos del País, y en 1817, a instancias del Superintendente de Hacienda Alejandro Ramírez, se fomentó su instalación en un pequeño terreno de media caballería de  extensión, en extramuros, cerca de las Puertas de Tierra de las Murallas, y desde 1824 impartió allí la enseñanza de la agricultura en general, el destacado botánico español Ramón de la Sagra. En 1834, con el nombre de Instituto Agronómico, fue instalado por el capitán general Miguel Tacón en terrenos de la estancia de los Molinos, más tarde llamada  Quinta de los Molinos, junto a las faldas del Castillo del Príncipe, y en 1860 se convirtió en dependencia de la recién creada Escuela de Agronomía de la Universidad de La Habana.
El Jardín Zoológico
Se sabe que desde la creación de la residencia veraniega de los capitanes generales en la que fue después Quinta de los Molinos, fueron llevados allí, para recreación de aquellos gobernantes, algunos animales, en especial aves acuáticas. Algún tiempo después, en una finca que poseía la Compañía de Jesús en la barriada de Luyanó, se fomentó un pequeño proyecto de colección zoológica con fines instructivos, para los alumnos del Colegio de Belén. Sin embargo, no fue hasta 1909 que se creó en La Habana lo que podía considerarse como los inicios de un parque zoológico, al reunirse en el Campo de Marte, por iniciativa de un ciudadano habanero nombrado José Díaz Vidal, una colección de animales que llegó a tener hasta 900 ejemplares de diversas especies, y que contó con una excelente acogida por parte de la población, aunque careció del necesario apoyo oficial, por lo que desapareció en 1920.
Finalmente, en octubre de 1938, por decreto del presidente Federico Laredo Bru, fue creado el Parque Zoológico, en parte del lugar que ocupa hoy el actual Jardín Zoológico, cerca del llamado Crucero de la Ciénaga y de la carretera de Aldecoa, el que fue considerado como un adjunto del Bosque de La Habana, entonces en formación, atendido por un patronato formado por individuos e instituciones particulares y con la cooperación económica del Gobierno Municipal de La Habana, el Gobierno provincial y agrupaciones privadas. Su primer director fue el doctor Carlos Aguayo, profesor titular de la Cátedra de Zoología de la Universidad habanera, y siempre mantuvo la entusiasta colaboración del citado José Díaz Vidal, que era en ese tiempo director del Vivero Forestal. Ya en 1941 contaba con unos 500 ejemplares de 200 especies diferentes, pero a pesar del esfuerzo de quienes lo atendían, por falta de apoyo oficial, atravesó momentos difíciles y estuvo a punto de desaparecer, hasta que fue recuperado en 1959, y fue objeto de grandes mejoras y una ampliación notable por terrenos adyacentes del ferrocarril de Ciénaga y del extinguido Reclusorio de Aldecoa, recibiendo entonces el nombre de Jardín Zoológico de La Habana. A fines de 1961 ya alcanzaba una población animal de más de 5000 ejemplares, y desde ese tiempo se han multiplicado las facilidades para el público visitante, en especial los niños, que cuentan con un amplio parque infantil y un buen servicio de guías, que lo hacen merecedor de la complacencia y el deleite de grandes y chicos.
El Parque Almendares
Desde los primeros años republicanos surgieron diversos proyectos para la creación del Bosque de La Habana. En 1912, el publicista Carlos de Velasco, en la revista Cuba Contemporánea, proponía la creación de un gran parque en el bosque que existía a orillas del río Almendares, y en 1926 otro proyecto similar fue preparado por la Secretaría de Obras Públicas. Asimismo, durante el gobierno de Machado, el urbanista francés Forestier incluyó al Bosque de La Habana en su plan de mejoramiento urbano de la ciudad. Unos años después, la agrupación llamada Amigos de la Ciudad realizó una gran  campaña para la creación de un vasto parque en ambas márgenes del río Almendares, desde su desembocadura hasta los Manantiales de Vento, extendiéndose por hacia el este por detrás del Cementerio de Colón hasta la Ermita de los Catalanes, y por el sur hasta la Avenida de Rancho Boyeros y la Calzada del Cerro, con lo que abarcaría un perímetro de 58 caballerías. Por último, en 1937, en virtud de un decreto presidencial del doctor Laredo Bru, se inauguró oficialmente el Bosque de La Habana, por el momento con sólo 8 caballerías de extensión, aunque más tarde se le agregaron otras 14 caballerías, mediante la expropiación de dos fincas cercanas. Sin embargo el ambicioso proyecto no se llevó a la práctica hasta que a inicios de los años sesenta surgió el actual parque, que se extiende por ambas márgenes del río, aunque con mayor anchura por la izquierda, desde un poco antes de debajo del Puente Almendares, al final de la calle 23 del Vedado, hasta la altura de los Jardines de la Tropical. Este lugar ha sido habilitado con diversas instalaciones que incluyen cafetería, parque infantil, embarcadero, astillero, piscinas, áreas de descanso y terrenos preparados para la práctica de múltiples deportes.

Detalles sobre la muestra:
Aunque no todos los sitios referidos anteriormente están representados en esta página hemos querido incluirlos para dar un panorama completo sobre el tema. Algunos por su antigüedad y otros por su modernidad no coincidieron con el periodo de tiempo en que abundaron las emisiones de tarjetas postales.
Nótese que no aparecen en esta reseña el Parque Central y la Plaza de Armas, los cuales merecieron páginas independientes debido a su importancia histórica y urbanística.

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