ENTRE DON QUIJOTE Y SANCHO
Mireya Robles
En el capítulo inicial de Don Quijote de la Mancha, Cervantes nos quiere hacer testigos, llevándonos de la mano, para observar, como si fuera a través del lente de una cámara fotográfica, al hidalgo que, gracias al milagro de su locura, se convertirá en caballero andante. Quiere que estemos presentes en ese momento y que lo recibamos no como un hecho inventado, el destino que un autor otorga a un ente de ficción, sino como un hecho que florece desde su propia autenticidad. Ya en el prólogo, aunque no podamos desentendernos del tono burlón que encierra, a la vez, cierta sabiduría, nos habla, categóricamente, de la existencia “del famoso don Quijote de la Mancha, de quien hay opinión, por todos los habitadores del distrito del campo de Montiel, que fue el más casto enamorado y el más valiente caballero que de muchos años a esta parte se vio en aquellos contornos”. (1) Ya, de entrada, le está dando a sus alusiones a don Quijote, un carácter de documento, disolviendo el plano de ficción en una realidad que tiene carácter testimonial. La misma impresión tenemos cuando se refiere, repetidamente, a Cide Hamete Benengeli, quien no inventa la historia de don Quijote, sino que simplemente la recoge y la deja escrita como el testimonio de la existencia de un hombre y su forma de ser. En este caso, aunque con el mismo propósito –el de presentarnos un documento más que una obra de ficción–, procede Cervantes a la inversa, y, además, sustituye al hidalgo-caballero por la historia del mismo. En el prólogo, él, Cervantes, habla de un personaje literario –don Quijote– como si fuera un ser real. En el capítulo IX de la primera parte –episodio de la lucha entre don Quijote y el vizcaíno– Cervantes entra en el cuerpo de la novela, se integra al mundo de personajes, y su interés lo lleva a informarse del resultado de la lucha entre don Quijote y el vizcaíno; información que recibe a través de lo que se ha escrito sobre don Quijote. ¿Por qué encuentra Cervantes la historia de don Quijote y no a don Quijote mismo, quien hubiera podido informarlo? Porque esta distancia entre el plano real (Cervantes, autor) y el plano de ficción literaria (don Quijote, personaje) conserva intacto el elemento de leyenda. De otra forma, se disiparía la bruma entre personaje y lector, y con la bruma, el misterio, la inaccesibilidad que hace que el lector se sienta atraído hacia el personaje literario. Otra variación de esta técnica: don Quijote (en la segunda parte), quiere saber qué es lo que los lectores que han leído la primera parte, piensan de él. Pero es interesante notar que esos lectores son también personajes, los más importantes, el duque y la duquesa. En este caso queda consignada la vida de don Quijote (personaje) en historia, pero en una historia que circula dentro del plano de ficción, entre otros personajes. Siguiendo una técnica que podríamos llamar de documentación, no nos da Cervantes un nombre específico para delimitar espacio: nos informa simplemente, que se trata de “un lugar de la Mancha”. Tampoco nos precisa el apellido exacto: Quijada o Quesada, aunque también pudiera ser Quejana. Es, paradójicamente, esta imprecisión lo que más nos acerca a la impresión de autenticidad: es posible que en la vida real no nos acordemos de un nombre (un lugar de la Mancha), o que no lo sepamos a ciencia cierta (Quijada, Quesada, Quejana), pero es imposible que un autor no sepa cómo se llama el lugar donde enmarca la obra, o cómo se llama exactamente el personaje que ha creado. Por esta técnica, lo que podría ser un lugar mencionado en una obra de ficción, se convierte en lugar geográfico impreciso; y el personaje que hubiera tenido un nombre exacto, se convierte en un ser real cuyo nombre no conocemos exactamente pero que aceptamos como ente real porque hay “autores que deste caso escriben”. (2) Esta impresión nebulosa que nos lleva a tientas a la realidad de “un lugar” y “un hidalgo”, se disipa cuando Cervantes nos completa y aclara las piezas que faltan al darnos los rasgos prosopográficos: “complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro”; cuando nos habla de sus costumbres: “gran madrugador y amigo de la caza”; cuando en lugar de darnos un balance de su estado económico, nos presenta su forma modesta de vida, en el contenido de una olla en la que había “de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos”, y los cuales “consumían las tres cuartas partes de su hacienda”. (3) Asistimos entonces a la transformación cuando el hidalgo “rematado ya su juicio” decide “hacerse caballero andante, y irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban”. Con la transformación, adquiere, además, un sentido de propósito: deshacer “todo género de agravio” y, al ponerse en ocasiones y peligros que ha de vencer, cobrar eterno nombre y fama. (4) Si para el hidalgo vecino de la Mancha no era menester un nombre preciso, para el personaje que, desde el momento en que se transforma en caballero se convierte en leyenda, es necesario un nombre preciso: don Quijote de la Mancha, así como también tendrá nombre específico su caballo, Rocinante, por ser parte de la leyenda de don Quijote, así como su dama, a quien nunca vemos, por ser un ideal, pero que para mantenerla como tal, identificable, no puede presentarse bajo nombres vacilantes. Se llamará, pues, Dulcinea del Toboso. Nombre y lugar de origen, como para que no se pueda dudar de su existencia. Para que, si don Quijote no la puede ver nunca, pueda, al menos, soñarla.
Ante nuestros ojos, un personaje que se ha creado a sí mismo desde su locura, perfilándose hacia su leyenda. Él mismo ha escogido los elementos que han de integrar su formación: un nombre, armas, caballo, dama, escudero. Como norma de conducta, el ideal caballeresco; y una condición: ser armado caballero. Le vemos formarse sin ayuda de nadie, y, ya listo para adentrarse en los caminos de aventuras, en un día caluroso de julio, él solo, hacer posible su primera salida. Es armado caballero; participa como tal en la aventura de Juan Haldudo el rico y su criado Andrés. Regresa. Es cierto que aún le faltaba uno de los elementos para ser caballero andante: el escudero. Estamos ya en el capítulo VII cuando se menciona por primera vez al que ha de acompañarlo: Sancho Panza. Pero Sancho Panza no es un simple elemento que ha de completar el cuadro caballeresco de don Quijote. Si así fuera, muy poco nos diría Cervantes de él. Lo presentaría tal vez como una callada sombra incapaz de atraer nuestra atención. Por el contrario, desde el primer momento, y aun antes de saber su nombre, ya sabemos algo de él: que es un vecino labrador, que es pobre, que tiene poca sal en la mollera, que es capaz de vencerlo la ilusión del poder, que es capaz de creer en ínsulas y soñarse gobernador de alguna de ellas. Pero tenemos que considerar que, si Sancho se ilusiona, es porque don Quijote lo ha contagiado de su mundo de sueños. Es decir, porque se ha producido un flujo humano dentro del cual, aunque en distintos planos, don Quijote y Sancho se encuentran en una comunidad de sentimientos. Sancho no es el simple escudero, es ese otro ser humano con el que don Quijote comparte su primera ilusión. Desde el punto de vista humano, es obvia, pues, la importancia que Sancho tiene para don Quijote. Desde el punto de vista literario, Sancho hace posible que el monólogo se convierta en diálogo. Un diálogo que sirve para salvar el pensamiento de don Quijote. Para que no broten sus ideas y se pierdan en un espacio unidimensional. Ahí está Sancho para combatirlas, aprobarlas, reírse, aceptarlas. Ahí está Sancho para crear otras dimensiones.
Cuando dice Casalduero, refiriéndose a los personajes de 1605: “De la misma manera que el Barbero ni se opone al Cura ni le complementa, ocurriendo lo mismo con la Sobrina y el Ama, don Quijote y Sancho ni se oponen uno al otro ni se complementan”,(5) imaginamos que se refiere al hecho de que cada uno tiene características que le son propias y que pueden existir en cada uno de ellos para formarles una personalidad independiente, pero no por ello, necesariamente, distinta: Caballero y Escudero “son de la misma índole, con una diferencia de proporción. El espíritu cómico se encuentra también en la relación de estas proporciones diversas, las cuales se traducen plásticamente”. (6) En la segunda parte, de 1615, ya señala Casalduero una interdependencia entre los dos personajes:
En 1605, Don Quijote y Sancho ni se oponían ni se complementaban; las
dos figuras eran lo mismo: lo que cambiaba era su dimensión, la cual, al
ponerse en relación una figura con otra, forma un todo nuevo. En 1615,
este juego de dos medidas autónomas diferentes formando un todo, ya no
existe. De un lado se subraya la mutua dependencia, la cual hace resaltar
la diferente calidad de ambas figuras, que forcejean continuamente por
separarse, y llega un momento en que tienen que separarse. Ese momento
en el cual Don Quijote se cree por primera vez caballero y Sancho
verdadero gobernador. (7)
Don Quijote se entrega a las historias de amor que le cuentan, de forma tal que se identifica con la situación y la imita: la narración de Cardenio “encuadra la penitencia de don Quijote, quien, como al oír la historia de Marcela se puso a soñar en su amor, ahora tiene necesidad de llorar los desdenes de Dulcinea”. (8) Ya se sabe que don Quijote a través de toda la novela, imita a los héroes de las novelas de caballerías. Pero Sancho, a la vez, con intención o sin ella, imita a don Quijote en su galantería, en su forma de hablar: “pero como la cudicia rompe el saco, a mí me ha rasgado mis esperanzas, pues cuando más vivas las tenía de alcanzar aquella negra y malhadada ínsula que tantas veces vuestra merced me ha prometido, veo que en pago y trueco della, me quiere ahora dejar en un lugar apartado del trato humano. Por un solo Dios, señor mío, que non se me faga tal desaguisado “[…]” (9) Por supuesto, hay ocasiones en que Sancho remeda a don Quijote para burlarse de él, como en el episodio de los batanes, cuando don Quijote comprobó que el ruido que habían oído toda la noche lo producían seis mazos de batán. Habla Sancho: “Has de saber, ¡oh Sancho amigo!, que yo nací, por querer del cielo, en esta nuestra edad de hierro, para resucitar en ella la dorada o de oro. Yo soy aquel para quien están guardados los peligros, las hazañas grandes, los valerosos fechos…” (10) También imita Sancho la galantería de don Quijote cuando la duquesa lo salva de que los criados le laven las barbas con agua sucia:
De grandes señoras, grandes mercedes se esperan; ésta que la vuestra
merced hoy me ha fecho no puede pagarse con menos si no es con
desear verme armado caballero andante, para ocuparme todos los días
de mi vida en servir a tan alta señora. Labrador soy, Sancho Panza me
llamo, casado soy, hijos tengo y de escudero sirvo; si con alguna destas
cosas puedo servir a vuestra grandeza, menos tardaré yo en obedecer
que vuestra señoría en mandar. (11)
Hemos visto, además, cómo Sancho entra en el mundo de don Quijote y lo toma como una realidad. Cuando don Quijote se niega a casarse con la princesa Micomicona (Dorotea), Sancho se enfurece porque teme perder las ventajas que esto puede traerle: “Voto a mí, y juro a mí, que no tiene vuestra merced, señor don Quijote, cabal juicio. Pues, ¿Cómo es posible que pone vuestra merced en duda el casarse con tan alta princesa como aquesta? ¿Piensa que le ha de ofrecer la fortuna tras cada cantillo semejante ventura como la de ahora se le ofrece?” Y añade: “Cásese, cásese luego, encomiéndole yo a Satanás, y tome ese reino que se le viene a las manos de vobis vobis, y en siendo rey, hágame marqués o adelantado, y luego, siquiera se lo lleve el diablo todo”. (12) Schevill apunta otro instante en el que Sancho se adentra en las fantasías de don Quijote, al creer al pie de la letra las milagrosas cualidades del bálsamo de Fierabrás. Movido por el deseo de hacerse rico, exclama Sancho:
Si eso hay [los milagros que puede lograr el bálsamo], yo renuncio
desde aquí al gobierno de la prometida ínsula, y no quiero otra cosa,
en pago de mis muchos y buenos servicios, sino que vuestra merced
me dé la receta de ese estremado licor; que para mí tengo que valdrá
la onza adondequiera más de a dos reales, y no he menester yo más
para pasar esta vida honrada y descansadamente. Pero es de saber
agora si tiene mucha costa el hacelle. (13)
Según Madariaga, las figuras originales de don Quijote y Sancho han desaparecido bajo la red de ideas y símbolos propuestos por los críticos. Ideas que pueden ser absurdas o penetrantes, pero inspiradas en su mayoría en un paralelismo que no existe en la novela y que da lugar a una falsa antítesis entre don Quijote y Sancho, agrupando de un lado, para describir a don Quijote, una serie integrada por elementos de valor-fe-idealismo-utopía-progreso; y, por otra parte, para describir a Sancho, se agrupa la serie que contiene los elementos de cobardía-escepticismo-realismo-sentido práctico. (14) Esta antítesis exige que, si don Quijote es valiente, Sancho tiene que ser cobarde. Pero, si bien es cierto que Sancho ha sentido miedo, no quiere eso decir que la cobardía sea un rasgo esencial y consistente en él. El hecho de que se le considere cobarde estriba en que don Quijote no pierde oportunidad de acusar a su escudero de cobardía. Pero hay que considerar que don Quijote era un caballero andante con poca fe en sus credenciales, y sus frecuentes alusiones a la cobardía de Sancho son, en realidad, indirectas aseveraciones de su propio valor. (15) Después de vencer al vizcaíno, exclama don Quijote: “¿Has leído en historias otro que tenga ni haya tenido más brío en acometer, más aliento en el perseverar, más destreza en el herir, ni más maña en el derribar?” (16) No son estas palabras de vanidad, sino un intento de disipar la duda. Esta duda íntima ha sido su más recóndito enemigo, la que le acompaña durante toda su vida para vencerlo al fin quitándole el incentivo de vivir. (17) Siendo el creador de su propia gloria, don Quijote lleva consigo la conciencia de que todo fue una ilusión. Pero su actitud ante este enemigo de la duda es de lucha, en la que muestra de valor y fortaleza espiritual. (18) Señala Madariaga un instante en el que don Quijote le da rienda suelta al temor y huye del peligro que lo amenaza. Es el episodio de los “rebuznadores alcaldes o regidores” cuando Sancho empezó a rebuznar y uno de los del pueblo, creyendo que les hacía burlas, lo apaleó haciéndolo caer al suelo:
Don Quijote, que vio tan mal parado a Sancho, arremetió al que le había
dado, con la lanza sobre mano; pero fueron tantos los que se pusieron en
medio, que no fue posible vengarle; antes, viendo que llovía sobre él un
nublado de piedras, y que le amenazaban mil encaradas ballestas y no
menos cantidad de arcabuces, volvió las riendas a Rocinante, y a todo
lo que su galope pudo, se salió de entre ellos, encomendándose de todo
corazón a Dios, que de aquel peligro le librase, temiendo a cada
paso no le entrase alguna bala por las espaldas y le saliese al pecho;
y a cada punto recogía el aliento, por ver si le faltaba. (19)
Cuando ocurre esto, no culpa don Quijote a los encantadores de haber transformado su realidad, y podemos ver que de esa locura que no le permitía distinguir entre molinos de viento y gigantes, ha pasado don Quijote a tener conciencia de que en el mundo la principal característica de eso que llamamos “realidad” es la de ser susceptible de ser percibida desde distintas interpretaciones. (20) No podemos ignorar la influencia que Sancho ha tenido en este cambio de don Quijote. Sancho, a la vez, ha adquirido soltura e independencia en la forma de expresarse ante los demás y ya hemos visto que le dice a la duquesa que, para servirla, desearía verse armado caballero andante.
Con el encantamiento de Dulcinea, Cervantes inicia una nueva fase de la novela en la cual los dos protagonistas se mueven en planos que ya no distan mucho entre sí. Don Quijote, deprimido y humillado; Sancho, fortalecido, la relación entre ambos ha cambiado. Al casi encontrarse los dos planos de los protagonistas, don Quijote comenzará a declinar y Sancho a elevarse. (21) Vemos a Sancho interrumpir y participar en las conversaciones con los duques; ser gobernador de una ínsula; ser desencantador de Altisidora y de Dulcinea llevándolo esto a tener una nueva opinión de sí mismo hasta el punto de decirle –en la venta– a Alvaro de Tarfe, el personaje del Quijote de Avellaneda: (22) “Sin duda” “que vuestra merced debe estar encantado, como mi señora Dulcinea del Toboso, y pluguiera al cielo que estuviera su desencanto de vuestra merced en darme otros tres mil y tantos azotes como me doy por ella, que yo me los diera sin interés alguno” (23) En esta hora en que Sancho está tan seguro de sus poderes, don Quijote admitiría: “Yo no puedo más”, en el episodio del barco encantado:
– ¡Basta! – dijo entre sí don Quijote –. Aquí será predicar en desierto
querer reducir a esta canalla a que por ruegos haga virtud alguna. Y en esta
aventura se deben de haber encontrado dos valientes encantadores, y
el uno estorba lo que el otro intenta: el uno me deparó el barco, y el otro dio
conmigo al través. Dios lo remedie; que todo este mundo es máquinas y
trazas, contrarias unas de otras. Yo no puedo más.
Y alzando la voz, prosiguió diciendo y mirando a las aceñas:
– Amigos, cualesquiera que seáis, que en esa prisión quedáis encerrados,
Perdonadme; que, por mi desgracia y por la vuestra, yo no os puedo sacar
de vuestra cuita. Para otro caballero debe de estar guardada y reservada
esta aventura. (24)
Esta última frase encierra una renuncia; es un débil pretexto que don Quijote se da a sí mismo para no continuar la lucha. Ya lo ha dicho antes: “Yo no puedo más”.
Don Quijote penetra en la antesala de la muerte cuando es derrotado por el Caballero de la Blanca Luna (Sansón Carrasco). Cervantes indica la importancia que la desilusión tiene en la muerte de don Quijote:
Como las cosas humanas no sean eternas, yendo siempre en declinación
de sus principios hasta llegar a su último fin, especialmente las vidas de
los hombres y como la de don Quijote no tuviese privilegio del cielo para
detener el curso de la suya, llegó su fin y acabamiento cuando él menos lo
pensaba; porque, o ya fuese de melancolía que le causaba el verse vencido,
o ya por la disposición del cielo, que así lo ordenaba, se le arraigó una
calentura que le tuvo seis días en la cama […] (25)
Si bien es cierto que esta declinación de don Quijote y el ascenso de Sancho dieron lugar a que los caminos de Caballero y Escudero se convirtieran en líneas cada vez más divergentes, duele un poco que a pesar de los suspiros y lágrimas que derrama Sancho por don Quijote, y a pesar de sus palabras: “No se muera vuestra merced, señor mío, sino tome mi consejo, y viva mucho años”, el mundo del ámbito familiar de don Quijote continúe su marcha mientras el hidalgo muere, y que en ese ámbito Sancho sienta el regocijo del heredero: “Andaba la casa alborotada; pero, con todo, comía la sobrina, brindaba el ama, y se regocijaba Sancho Panza; que esto de heredar algo borra o templa en el heredero la memoria de la pena que es razón que deje el muerto”. (26)
Aflige que Sancho se aparte del dolor de perder a su amo, sobre todo, si tenemos en cuenta las amables palabras que éste tuvo para él en sus últimos momentos: “y si como estando yo loco fui parte para darle el gobierno de la ínsula, pudiera agora, cuando cuerdo, darle el de un reino, se lo diera, porque la sencillez de su condición y fidelidad de su trato lo merece”. (27)
NOTAS
1. Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha (New York, 1965), p. 25.
2. Ibid., Vol. I, Cap. 1, p. 36.
3. Ibid, p. 35.
4. Ibid., p. 38.
5. Joaquín Casalduero, Sentido y forma del Quijote (Madrid, 1949), p. 43.
6. Ibid., p. 68.
7. Ibid., p. 213.
8. Ibid., p. 35.
9. Cervantes, op. cit., I, XX, p. 180 (nota de Martín de Riquer).
10. Ibid., p. 188.
11. Ibid., II, XXXII, p. 781.
12. Ibid., I, XXX, p. 306.
13. Ibid., Cap. X, p. 99.
14. Salvador de Madariaga, Don Quijote: An Introductory Essay in Psychology (Londres, 1961), pp. 107, 108.
15. Ibid., pp. 122-124.
16. Cervantes, op. cit. I, X, p. 98.
17. Madariaga, op. cit. p. 114
18. Ibid., p. 115.
19. Cervantes, op. cit., II, XXVII, p. 744.
20. Richard L. Predmore, The World of Don Quixote (Cambridge, 1967), p. 34.
21. Madariaga, op. cit. p. 166.
22. Ibid., pp. 168-172.
23. Cervantes, op. cit., II, LXXII, p. 1055.
24. Ibid., II, XXIX, p. 755.
25. Ibid., II, LXXIV, p. 1062.
26. Ibid., p. 1066.
27. Ibid., p. 1065.
BIBLIOGRAFÍA
Casalduero, Joaquín. Sentido y forma del Quijote. Madrid: Ediciones Ínsula, 1949.
Cervantes, Miguel de. Don Quijote de la Mancha (dos volúmenes con notas de Martín de Riquer, de la Real Academia). New York: Las Américas Publishing Company, 1965.
Madariaga, Salvador de. Don Quijote, an Introductory Essay in Psychology. Londres: Oxford University Press, 1961.
Predmore, Richard L. The World of Don Quijote. Cambridge: Harvard University Press, 1967.
Schevill, Rudolph. Cervantes. New York: Frederick Unga Publishing Company, 1966.
Publicado en THESAVRVS, Instituto Caro y Cuervo, Tomo XXXIII, No. 1, Bogotá, Colombia, 1978.
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