Dr.
Raul del Pino
Los animales, fieles, sin maldad,
sin trastiendas, sin rencores, llenos de amor que brindan libre y sin medida.
¡Cuánto tenemos que aprender de los animales! Será que la intención divina en
crearlos, fue que tratásemos de emularlos, de aprender de ellos, de
contagiarnos con su amor incondicional.
Son ustedes parte de la Creación. De la misma
mano fueron hechos. La misma fuente creativa los concibió y con un soplo divino
fueron puestos en nuestras vidas como instrumentos del amor incondicional.
A veces pienso que mi gran deseo de
querer y proteger a los animales, quizás obedezca a algún tipo de obsesión o
necesidad enfermiza. Mas estoy convencido que los animales deben ser amados y
protegidos. Es nuestro deber hacerlo, puesto que son indefensos, hermanados a nosotros por el plan de la Creación. Criaturas
con sentimientos, sensibilidad y composiciones biológicas similares a las
nuestras. Criaturas que lo dan todo sin pedir nada. Criaturas indefensas ante
el poder destructivo del hombre. El universo todo, tiene sólo una mejilla,
maltratar a un animal es dar una bofetada a todo el universo.
Son los animales, criaturas
inocentes, que no saben de odios, envidias, ni rencores. Criaturas que aman por
amar, eternos niños, que sólo piden un sustento para poder sobrevivir.
En los ojos de los animales, si los
miramos con los ojos del alma, sin duda veremos el sentimiento eterno,
reflejado en los mismos. Ellos se comunican sin palabras, sin rodeos, sin las
telarañas de la mente humana. Sus miradas son limpias, cristalinas, semejantes
a las miradas ingenuas de los niños.
Es innato en nuestros hermanos el
perdón, el amar con lealtad y fidelidad. La traición no existe en ellos.
Reconocen y aprecian el amor, aunque no lo exigen.
Maravilloso regalo al hombre son los
animales. Sus vidas deberían generar en nosotros un sentido de compasión,
hacernos más sensibles ya que siendo más sensibles, con seguridad, pudiéramos
entregarnos más al amor y a la compasión.
Seguramente, conocer la verdadera naturaleza de los
animales, nos llevaría a tratar de imitarlos. Sin duda sentiríamos más el amor,
ese gran regalo divino que nos lleva a la verdadera y única felicidad.
Aspiraríamos a ser mejores con el prójimo y con nosotros mismos. Cuando
permitimos ser abrazados por el dulce hechizo de esos seres especiales,
nuestras existencias adquieren una nueva, refrescante e inefable sacudida de
bienestar. He aquí la manifestación de ese regalo que son los animales.
P.S.: Le dedico estas líneas a mis
perros y gatos o, mejor dicho, a mis fieles y queridos amigos.
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