Narciso López
(Tomado
de Huellas de Gloria, Frases Históricas Cubanas,
Emeterio
S. Santovenia, Editorial Trópico, La Habana, 1928)
Iniciada el 13 de septiembre
de 1798, la vida de Narciso López tocó las más contradictorias situaciones en
el problema de la emancipación americana. En su juventud encontró a Venezuela,
su patria trabajando por hacerse libre. Su lanza se alzó para ayudar a los
enemigos de la independencia. Continuando al servicio de los ejércitos reales,
luego de ser expulsados de Venezuela, pasó a Cuba y a España. En España obtuvo
concepto de militar aguerrido y valiente y altas preeminencias. Trasladado a
Cuba y nombrado teniente gobernador de la jurisdicción de Trinidad, allí tomó
su evolución hacia los principios antes combatidos. Por su Por su
compenetración con los gobernados, negándose a emplear la opresión burocrática
propia de aquella época de la historia de Cuba, fue separado del cargo. Rompió
entonces, en el mundo de sus pensamientos, la alianza que a España lo había
unido. Los incondicionales de España, a su turno, lo espiaron, lo persiguieron,
lo acosaron. Surgieron así dos bandos irreconciliables. Tras el fracaso del
movimiento que debió estallar en Las Villas a mediados de 1848 y la toma de
Cárdenas el 19 de mayo de 1850, empeñando López en no abandonar el proyecto de
arrojar de Cuba a las autoridades españolas, sobrevino la expedición del Pampero,
generadora de una lucha
encarnizada, sin cuartel entre el caudillo y sus adversarios.
Comprendió
Narciso López, apenas organizadas las operaciones que siguieron a su desembarco
en las Playitas del Morrillo, el 12 de agosto de 1851, que el país no lo
secundaba. En Vuelta Abajo, de igual modo que en Puerto Príncipe y en Trinidad,
el pueblo no había penetrado en el sentido de la revolución, ni se había
detenido, consiguientemente, a analizar la pureza de los medios empleados ni el
alcance de sus consecuencias. No faltaban defensores del ideal cubano, prontos
a la inmolación. Pero no se experimentaban los efectos de la acción intensa de
un partido o la extraordinaria de un apóstol. Los conspiradores de la víspera
abandonaron al invasor. Los españoles, en diversas columnas, echaron numerosas
fuerzas sobre él, que se alejó de Las Pozas, se internó en el bosque, peleó en
el asiento de El Cuzco, vivaqueó en Peña Blanca, repelió fiera acometida en el
cafetal de Arrasti y sostuvo en el de Frías combate contra otro general, Manuel
de Enna, quien, mortalmente herido, no tardo en sucumbir. La desgracia lo
condujo a saber cómo sus soldados, hechos prisioneros en Bahía Honda, en
Candelaria, en San Cristóbal, en plena selva, eran fusilados sin forma alguna
de proceso. Realizó un postrer esfuerzo en Manitorena al enfrentarse a las
tropas mandada por Elizalde. Disperso el contingente insurrecto, vagando a la
ventura, ya por el demolido ingenio Aguacate, ya por las serranías de
Arroyo grande, en la vertiente meridional de la cordillera de los Organos, por
cumbres casi inaccesibles, bajo los rigores de un cruel temporal de agua, fue
López a caer en manos de un traidor, protegido suyo de otros días, José Antonio
Castañeda, quien lo entregó, en Pinos el Rangel, el 29 de agosto de 1851, a sus
enemigos.
La campaña
de Vuelta Abajo, no menos desastrosa que breve, sirvió a los adversarios de la
independencia de Cuba para asestar el golpe de gracia a los esfuerzos
redentores realizados por López. Apenas enterados de su proximidad a playas
cubanas, se excedieron en diligencias para recibirlo con hostilidad. A despecho
de sus afanes, de la actividad de sus tropas y del denuedo _Morrillo, hasta el trance de Pinos
del Rangel, el infortunio se obstinó en perseguir a los expedicionarios del Pampero.
La furia de
los intransigentes se desató sobre Narciso López tan luego como se consumó el
desastre de Pinos del Rangel. Una vez aprehendido, lo trasladaron de San
Cristóbal a Mariel, pasando por Guanajay, donde un español noble, Manuel
Bustamante, tuvo abiertos sus brazos para el caído. De Mariel a La Habana lo
condujeron en el bajel Pizarro. A las och de la noche del
31 de agosto llegó López a la capital de la Isla. Todo, a partir de ese
momento, fue tormentosamente acelerado. En las horas transcurridas de las once
de aquella noche a las siete de la mañana del 1ro de septiembre de 1851, entró
en capilla, dictó sus disposiciones de última voluntad y subió las gradas del
patíbulo, levantado en el campo de La Punta. . Al borde ya de lo desconocido,
brotaron de sus labios estas palabras proféticas:
-
Mi muerte no cambiará los destinos de Cuba.
-
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