Eliana
Onetti
Yo no había visto… ¡Hay tantas cosas que no
vemos! ¿verdad? Por eso es bueno llevar
los ojos del espíritu bien abiertos, para poder percibir lo imperceptible, para
saborearlo a plenitud, para entender y enriquecernos…
Pues bien, yo no había visto aquella
casa aislada y hermosa a la vera del famoso río que quiso, cansado de ser como
era, convertirse en otra cosa. ¡Sabéis lo que le pasó! Se metió por el ojo de la
aguja que una costurera perdió en sus aguas y se convirtió en un hilo de cristal
de Bohemia. Desde entonces, llora su imprudencia cosido en el escote del
vestido de la Reina Vanidad.
Pero, volviendo a la casa, os diré
que tenía el porte altivo de los
castillos del Loira y que los jardines
que la rodeaban eran hermosos y señoriales; verdes y amenos.
Una sola puerta –inmensa, solemne y
sólida- esperaba, con sus herrajes de bronce que brillaban al sol, para dar
paso a las personas importantes y ricas que eran visita habitual.
Por sus ventanas, enormes ojos de cíclope, se colaban los
sueños de los pobres que admiraban desde lejos su esplendor y quedaban presos
de las armaduras de acero que hacían guardia en el interior.
Aquella casa era tan extraordinaria
que me cautivó y siempre que podía me acercaba para admirarla mejor.
Una vez vi cómo un chaval del lugar,
flaco y desharrapado, se metió dentro por la trampilla de la despensa, atraído
por el reconfortante olor a cocido que se escapaba de la cocina y ascendía por
la enorme chimenea.
No volví a verlo, pero, desde ese
día, envueltos en el humo gris que se escapa del hogar, se elevan sus deseos de
libertad que gritan sin voz pidiendo auxilio; llamando, inútilmente, a su mamá.
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