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viernes, 1 de junio de 2018

Dolor de España

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Eduardo Lolo, escritor, bibliógrafo y catedrático jubilado residente en Nueva York, es miembro de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE) y Comendador de la Imperial Orden Hispánica de Carlos V.

31 oct.- Procedentes de los Estados Unidos, mi esposa y yo arribamos en octubre de 2017 a un Madrid de balcones espontáneamente engalanados con la bandera española, como cuando la coronación del rey Felipe VI en 2014, de la cual fuimos testigos. Entonces era fiesta; ahora, incertidumbre.
El cambio se debe a la difícil situación que vive el pueblo español en estos momentos por la anunciada y finalmente emitida declaración unilateral de independencia de Cataluña por parte de un supuesto parlamento -y digo supuesto porque solamente un grupo de parlamentarios podía parlar.
La forma en que se ha venido desarrollando desde un principio el secesionismo en Cataluña apunta, indiscutiblemente, hacia el totalitarismo como sistema político: coartar la libertad de expresión de parlamentarios y ciudadanos que piensan distinto, la tergiversación de la realidad por parte de una prensa cómplice o controlada, el adoctrinamiento, el asedio y hasta la discriminación de los niños en las escuelas, etc. etc. En fin, algo muy diferente de movimientos semejantes en Escocia y en Canadá, donde siempre se respetaron las reglas de convivencia civilizada de la democracia y las normas de sus respectivas constituciones.
Una República de Cataluña, en la forma en que ha sido concebida, nacería con el germen de su propia ruina en tanto que sueño asociado a la libertad y el respeto a los derechos humanos de todos los catalanes. La propia clase política regional que la promueve ha sido ejemplo de corrupción, imposición política y caudillismo despótico. Algunos de sus más altos representantes han terminado tras las rejas, y es de presumirse que otros muchos todavía permanecen libres solo gracias al poder del dinero y las prebendas políticas de clanes de corte mafioso. Financieramente, todo anuncio de redistribución de la riqueza ha terminado, inexorablemente, redistribuyendo la pobreza y el incongruente advenimiento de una nomenclatura política amasando fortunas que los ricos del viejo régimen no habrían ni siquiera soñado. Una Cataluña independiente no sería una excepción; la avalancha de la ignominia ya ha comenzado. El parto catalán de una república tarada de infamia, como se aprecia en la actualidad, sería una bancarrota histórica para toda Cataluña.
Sin embargo, soy optimista. Estoy seguro de que el resto de España no va a dejar abandonada a parte fundamental de sí misma; ello es el clamor de muchos catalanes de bien. Además, espero que los catalanes confundidos o adoctrinados escuchen, finalmente, al resto de sus hermanos de la Península y no les pase como a los venezolanos, que creían que los cubanos exiliados estaban exagerando al vaticinarles la destrucción del país por la pérdida de la democracia.
El totalitarismo es uno solo, con disfraces ideológicos varios, tanto de izquierda como de derecha, unidos o semejantes en sus extremos: nacionalismo, antiimperialismo, fundamentalismo religioso, populismo, liberalismo, proteccionismo, etc., etc. En cualesquiera de sus variantes la democracia se torna demagogia; la tolerancia, intransigencia; la cordialidad, insolencia; y la veracidad en medias verdades (que implica que sean, al menos, medias mentiras).
Bajo un régimen totalitarista el mundo se vuelve, paulatinamente, al revés, pero una forzada mirada inversa por medio del engaño en un principio y luego del terror crea el espejismo de que está al derecho. El nuevo Mesías es infalible, omnipotente y omnipresente: el Führer, el Gran Timonel, Il Duce, El Comandante en Jefe, etc., etc. En Hispanoamérica hemos tenido una buena colección de ellos: hay ejemplos no muy lejanos en el tiempo con la etiqueta de izquierda (Hugo Chávez), de derecha (Anastasio Somoza) o de los que viajan de una a otra (Fidel Castro), pues en definitiva para el totalitarismo la ideología no es más que un útil vestuario de ocasión, a seleccionar pragmáticamente de acuerdo con las circunstancias.
Sin embargo, lo peor de todo es que el totalitarismo se basa en la esperanza frustrada de las masas y la falsa imagen de pertenencia a un clan que creen superior: "nosotros" (los buenos) versus "los demás" (los malos). Toda idea diferente (ni siquiera tiene que ser contraria) se convierte en anatema a silenciar, hasta con la muerte de quien la esgrima, convertido en "el enemigo" a eliminar, aunque hasta ayer haya sido un afable familiar, un buen amigo de toda la vida o un solidario compañero de trabajo de muchos años.
Todos los "convertidos" en la nueva "fe" quieren para sí el papel del David que derrota a Goliat, para al final ser devorados por un imprevisto Goliat disfrazado de ilusión supuestamente tangible. Se trata de una vieja historia en forma de Hidra, o de una Hidra en forma de historia, pues el orden de los horrores no afecta el espanto. Ojalá que tampoco esta vez la mitad de España muera de la otra mitad.

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