Foto tomada de: Amazon |
René León
Para dar comienzo a la historia de la
Academia de la Historia de Cuba, tenemos que irnos allá a finales del 1800, que
nuestros pensadores e historiadores se encontraban la mayoría de ellos en
Francia. Entre ellos Domingo Figarola Caneda, miembro de la Comisión nombrada en 1891 para escoger y enviar libros
de los cubanos en el exilio y en Cuba a la Real Academia Española, para ser
parte de la Antología de poetas hispanoamericanos, comisión que estaba
compuesta por Menéndez Pelayo.
Domingo Figarola Canela, era miembro,
Director y fundador de la Biblioteca Nacional y de otras academia entre ellas
de la Asociación de Bibliotecarios de Inglaterra y
honorario de la los Bibliotecarios
Franceses.
Fue el primer director de la publicación de la
Academia que se publicaba en el Archivo, utilizando una pequeña imprenta que
fue donada por la Sra. Pilar Arazosa de Mueller, siendo los primeros números de
la Revista de la Biblioteca Nacional, impresos
en el antiguo edificio. La Biblioteca en ese momento contaba con un presupuesto
bien reducido.
La primera donación de libros lo hizo
Figarola Caneda, unos 2,000 volúmenes de su colección privada. Otros intelectuales
cubanos donaron sus colecciones, tales como Antonio Bachiller Morales,
Francisco Sellén, Manuel Pérez Beato, Manuel Sanguily, Evelio Rodríguez Lendian, José A. González Lanuza,
Fernando Figueredo y Socarrás y otros más siguieron donando libros.
La ubicación de la biblioteca estuvo en los
altos del Castillo de la Fuerza, en un pequeño espacio, allí radicaba el
Archivo General, permaneció en ese lugar hasta el 17 de agosto de 1902 que es
traslado a la Antigua Maestranza de Artillería.
En los primeros años la biblioteca era
atendida por mujeres en calidad de asistentes, y alumnas de pedagogía de la
Universidad y normalistas. Era visitada en aquellos momentos por un promedio de
800 a 1000 personas mensuales. Los libros preferidos eran los de Literatura,
Historia de Cuba, Medicina y otros. Años después, llegó a haber en la
Biblioteca unos 250,000 volúmenes. El gobierno solo daba $ 1,400 pesos para la
compra de libros.
Figarola realizaba una gran obra en la
Biblioteca tratando de mejorar las condiciones, lo mismo del local, como el
mantenimiento en general. Con él colaboraba la poetisa María Villar Buceta. El
Dr. Figarola y la poetisa Buceta coincidían en la necesidad de crear un
personal técnico de Bibliotecarios.
Domingo Figarola Caneda dirigió la Biblioteca
hasta 1920, siendo sustituido por Francisco de Paula Coronado. En 1929 la
Biblioteca es trasladada al Capitolio Nacional. Entonces en construcción.
Entre los libros de Domingo Figarola, se pueden
mencionar:
Biografía
de Don Saturnino Valverde (Habana, 1881);
Guía
Oficial de la Exposición de Matanzas (Matanzas, 1881)
Biografía
de Rafael M. Merchán (Habana, 1905)
El
Dr. Ramón Mesa y Suarez Inclán, noticia bibliográfica (Habana, 1909)
Cartografía
Cubana del British, Museum, catálogo cronológico de cartas, planos y mapas de
los siglos XVI al XIX (Habana, 1910)
El Historiador Dr. Emeterio Santovenia,
miembro de la Academia y compañero y amigo de Figarola Caneda, nos dice sobre
él:
“Los
recuerdos de Figarola Caneda son casi inseparables de la Biblioteca Nacional. A
la fundación y dirección de ella llevó él su amor a los libros, a la expansión
de la cultura y a la reconstrucción histórica. Fue natural que no concibiera el
desempeño de su encumbrado oficio sin un servicio tipográfico y un órgano de
divulgación de altos conocimientos. Logró tener en la Biblioteca una imprenta,
arrebatada luego de sus limpias manos por la inexcusable torpeza o la mala
pasión de un ministro. En esa imprenta se componía la Revista de la Biblioteca
Nacional, víctima también de la miopía oficial”.
“En la Biblioteca Nacional, en la REVISTA, en
la Academia de la Historia de Cuba y en su hogar, siempre acogedor, Don Domingo era el maestro generoso,
aparentemente malhumorado, pero al cabo cordial, de los que alcanzábamos el
favor y el honor de su amistad. Francisco González del Valle, Emilio Roig de
Leuchsenring, Gerardo Castellanos y yo hemos recordado públicamente las
excelentes enseñanza debidas a Figarola-Caneda por cubanos de una generación
muy distante de la suya. Él nos instruyó en el manejo de viejos papeles y en el
arte de preparar libros para la imprenta. Y el único precio que ponía a sus
lecciones consistía en que las siguiésemos honrada y escrupulosamente”.
Antiguamente para ser admitido en la Academia
el seleccionado tenía que presentar un tema que luego sería respondido por un
miembro. Después de ser aceptado. No se admitían a personas por amistad, había
que pasar como todas las personas el discurso de presentación.
La Academia en el Exilio ha cambiado mucho.
Así
es la vida.
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