Enriqueta Faber |
(e
icono, sin quererlo, de la igualdad de oportunidades entre los sexos)
Roberto Soto Santana, de la Academia de la Historia de Cuba
Henriette
Faver Caven (sucesivamente conocida como Enrique y Enriqueta Faber) nació en
Lausana (Suiza) no se sabe bien si en 1786 o en 1791. Huérfana desde la niñez,
fue criada por un tío que era coronel de un regimiento suizo al servicio de la
Francia revolucionaria. Su tío la casó con un militar, Jean Baptiste Renau, con
quien tuvo una hija que falleció a los ocho días de nacer. Viuda a los 18 años
de edad, y sin la protección de su tío –al haber fallecido igualmente éste-, a
partir de ese momento decidió vestir como hombre.
Obtuvo
en París el grado de médico cirujano y, en 1812, sirvió como médico militar en
la aventura napoleónica de Rusia. En 1813 fue apresada en Vitoria (Álava),
durante la Campaña Peninsular, por las tropas Aliadas al mando del duque de
Wellington. Firmado el 30 de mayo de 1814 el Tratado de París, por el que se
puso fin a la guerra entre Francia y la Coalición integrada por el Reino Unido,
el Imperio Ruso, el Imperio Austriaco, y los reinos de Portugal, Suecia y
Prusia, Henriette –siempre bajo el atuendo masculino- se trasladó primero a la
isla antillana francesa de Guadalupe y, a continuación, a Cuba, en cuyo puerto
santiaguero desembarcó el 19 de enero de 1819.
En
la treintena de su vida, tenía una estatura de sólo cuatro pies y diez
pulgadas, tez blanca, ojos azules, cabellos y cejas del color del trigo. Sin
dilación se trasladó a La Habana con el propósito, coronado con el éxito, de obtener
audiencia del nuevo Gobernador de la Isla, Juan Manuel de Cagigal, y que éste
le otorgara carta de domicilio junto con la autorización para ejercer la
Medicina.
La
Carta de Domicilio decía que “don Juan Manuel Cagigal, Caballero Gran Cruz de
las Reales Ordenes de Isabel la Católica y San Hermenegildo, Teniente General
de los Reales Ejércitos, Gobernador de la Plaza de La Habana, Capitán General
de la Isla de Cuba y de las dos Floridas…[al] expresado don Enrique Faber, que
es de nación suizo, de estado casado, de edad de 25 años, de profesión
médico-cirujano, le concedo esta carta de domicilio, con la cual podrá
establecerse en el lugar de esta Isla que le convenga ejercer su oficio o
profesión…”
El
Título de Cirujano Romancista le fue expedido por el Dr. Nicolás del Valle
(protomédico regente del Tribunal del Protomedicato de La Habana e Isla de
Cuba) y por el Dr. Lorenzo Hernández (médico consultor honorario y segundo protomédico),
quienes le reconocieron capacidad para tratar en toda la Isla “todo género de
enfermedades correspondientes a ella, visitando enfermos, enseñando discípulos
y practicando cuanto los cirujanos aprobados y reválidos pueden y deben
ejecutar”. Sus mismos examinadores lo propusieron para el cargo de Fiscal del
Protomedicato en Baracoa, adonde se trasladó provisto de cartas de
recomendación del Intendente Alejandro Ramírez y del Padre Félix Varela,
entonces titular de la Cátedra de Constitución del Seminario San Carlos.
En
Baracoa atendió como paciente a una joven huérfana enferma de tisis, llamada
Juana de León, a quien le propuso matrimonio, que se celebró el 11 de agosto de
1819 en la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de Baracoa. Pasaron unos meses
después de los esponsales, y habrá que suponer que quien supuestamente era el
Dr. Enrique Faber justificó la falta de consumación del enlace en la delicadeza
de su aplazamiento a fin de no conturbar la recuperación de la quebrantada
salud de su esposa.
Debiendo
trasladarse a La Habana, escrúpulos de conciencia le hicieron confesar su
fementida masculinidad nada menos que ante el Obispo Juan José Díaz de Espada y
Landa, quien le reconvino y llamó a hacer privada reparación cerca de su esposa
Juan, tras darle cuenta de su impostura, hiciera lo necesario para recibir una
sanción penal y vistiera hábito monjil hasta purgar sus culpas.
De
todas estas sanaciones materiales y espirituales, “el Dr. Faber” solamente
cumplió la primera, poniendo fin a la convivencia con Juana de León, tras lo
que seguramente fue un amargo trago para su “mujer” y un sonado disgusto para
el “médico” suizo (en verdad, “médica” –la primera en recibir dicho título en
Cuba, aunque bajo el supuesto y la apariencia equívocos de ser hombre-). El 10
de enero de 1833, Juana de León presentó querella criminal contra Enriqueta, a
fin de conseguir la nulidad del matrimonio. En sus alegatos, afirmó que decidió
casarse “atendidas las circunstancias de orfandad y desamparo en que se veía”,
sin ocurrírsele “sospechar [que] los designios de ese monstruo fuesen dirigidos
a profanar los sacramentos”, sosteniendo además que Enriqueta consumó
artificialmente el matrimonio en forma “que la decencia no permite referir”,
comprobando posteriormente –mientras la misma dormía- que el Dr. Faber era
mujer y no hombre.
Enriqueta
fue detenida el 6 de febrero de 1833 y sometida a un reconocimiento facultativo
que comprobó “que se hallaba dotada de todas las partes pudendas propias del
sexo femenino”. El 19 de junio, fue sentenciada a diez años de reclusión en la
Casa de Corrigendas, en la ciudad de La Habana, “bajo la especial
vigilancia de las autoridades competentes, con calidad de que cumplidos
permanecerá recluida hasta que haya ocasión de ser remitida a cualquier punto
extranjero, el más lejano posible de la Isla, con absoluto prohibición de
volver a entrar con pretexto alguno en los dominios españoles, apercibida de
que encontrándosela en cualquiera de ellos se le impondrá doble reclusión, con
las demás penas que haya lugar".
En
la apelación de la condena, presentada ante la Audiencia de Puerto Príncipe, su
abogado el Lic. Manuel de Vidaurre planteó que “Enriqueta Faber no es una
criminal. La sociedad es más culpable que ella, desde el momento en que ha
negado a las mujeres los derechos civiles y políticos, convirtiéndolas en
muebles para los placeres del hombre. Mi patrocinada obró cuerdamente al
vestirse con el traje masculino, no sólo porque las leyes no lo prohiben, sino
porque pareciendo hombre podía estudiar, trabajar y tener libertad de acción,
en todos los sentidos, para la ejecución de las buenas obras. ¿Qué criminal es
ésta que ama y respeta a sus padres, que sigue a su marido por entre cañonazos
de las grandes batallas, que cura a los heridos, que recoge y educa a negros
desamparados, y que se casa nada más que para darle sosiego a una infeliz
huérfana enferma? Ella, aunque mujer, no quería aspirar al triste y cómodo
recurso de la prostitución”. La Audiencia resolvió la apelación, rebajando la
condena de diez a cuatro años, no remitiéndola a prisión sino al servicio del
Hospital habanero de Paula, "a donde será conducida en traje propio de su sexo, los cuales cumplidos
saldrá de la Isla con extrañamiento perpetuo del territorio español".
Embarcada
a los EE.UU., terminó sus días, de muerte natural, frisando los sesenta años de
edad, en la ciudad de New Orleans –donde continuó atendiendo a enfermos-.
Bibliografía:
D’Ottavio Cattani AE. Favez o el secreto de
Henriette Faver Caven. Revista Medicina y Cine. Universidad de Salamanca.
Diciembre 2008. [http://fundacion.usal.es/revistamedicina/nuevo/component/docman/doc_download/301-vol4-num4-originales02-es]
Emilio Roig de Leuchsenring, escribiendo bajo el seudónimo de
“Cristóbal de La Habana”, en la revista habanera VANIDADES, en las ediciones
del 15 de julio y del 10 de agosto de 1946.
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