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viernes, 1 de junio de 2018

El pabellón cubano para la Exposición Panamericana de Buffalo en 1901 (I)

27 de noviembre de 2015
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Otra de las obras importantes realizadas fuera de Cuba, durante el período de intervención norteamericano (1898-1902), fue el pabellón cubano para la Exposición Panamericana de Buffalo en 1901. El proyecto de la ciudad americana estuvo a cargo de Mr. James Ackerman, arquitecto del Departamento de Obras Públicas del gobierno estadounidense, pero la obra fue supervisada por el ingeniero cubano José Ramón Villalón. El diseño escogido para representar a Cuba fue una versión de la arquitectura colonial destacando algunos rasgos nacionales, como los arcos barrocos, inspirados en los del Palacio del Segundo Cabo; columnas clásicas en el exterior como en las calzadas habaneras y una cúpula de tejas sobre la cual se alzó la Giraldilla, símbolo de La Habana. Como bien apunta el historiador Carlos Venegas en su artículo “La arquitectura de la intervención (1898-1902)”, en Espacios, silencios y los sentidos de la libertad. Cuba entre 1878 y 1912: “Este fue el primer intento de recrear un estilo neocolonial en la Isla, en momentos en que la tradición se rechazaba como un contenido propio de la dominación española”.

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El pabellón cubano recreó los elementos compositivos de la arquitectura colonial dentro de la imposición del más consumado eclecticismo que dominaba, desde finales del siglo XIX, los escenarios expositivos internacionales. Por otra parte, realzaba lo que hasta el momento había sido “lo nacional” aún bajo la égida de España, pasando incluso de la modernidad traída a la isla por el gobierno estadounidense. El edificio de Cuba estuvo situado muy cerca de la avenida de la exposición, entre los de Chile y Honduras.


Las arquitecturas nacidas al amparo de exposiciones tan diversas llegaron a combinar los patrones locales con la idiosincrasia de los lugares sedes, así como la influencia del contexto de la red de exposiciones modernas. En la primera década del siglo XX, estos eventos fueron cubiertos ampliamente por la prensa en el mundo y pueden apreciarse de este modo las similitudes en cuanto al discurso arquitectónico. Así se sucedieron las exposiciones de Turín 1902, Sant Louis 1904, Lieja 1905, Milán 1906, Madrid 1907 y Zaragoza 1908. Por su parte, los códigos del eclecticismo permitieron actuar con un lenguaje libre y flexible capaz de acoger los nuevos ensayos arquitectónicos y las más diversas funciones, con predominio de la civil-pública, independiente de las grandes residencias, y por supuesto, del seleccionado para los pabellones de estos certámenes.



Según expone el historiador Ricardo Quiza, en su trabajo La lección que dan las cosas: sociedad y nación cubana a través de las exposiciones (1876-1904), publicado por la revista digital Calibán, los representantes de La Habana y Santa Clara en esta exposición sumaron aproximadamente 311 y 152 respectivamente, superior a Santiago de Cuba que ocupó el tercer lugar con 81 expositores. El mayor número de premios fue para los habaneros, quienes obtuvieron 29 medallas de oro, 38 de plata y 37 de bronce; seguidos por los concursantes del centro de la Isla, con 3 de oro, 7 de plata y 11 de bronce. Los de la región oriental se fueron con 3 galardones de oro, 3 de plata y 4 de bronce. Ello vale para confirmar, como bien señala Quiza en su artículo, que “el aprovechamiento de los hallazgos científicos y tecnológicos de la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX se concentró en los centros urbanos, fundamentalmente en aquellos enclavados en la región occidental y centro de la colonia, (…) La Habana, en su condición de centro político, administrativo y económico de la región, fue la receptora principal de tales inventivas”.

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