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lunes, 15 de abril de 2019

Reloj y Despertador



Antonio Alcalá

  Todos hemos tenido, a lo largo de nuestra vida, uno o varios compañeros inseparables que han seguido fielmente nuestros pasos, ligados a nuestro quehacer diario. Compañeros, a veces amigos, solidarios, exhortadores de nuestros plazos y acciones en el tiempo, vigilantes de nuestros movimientos y desvaríos , buenos consejeros y hasta alarmantes, en ocasiones, que nos han ayudado a despertar a la realidad dormida . 
Ellos son y siguen siendo: Los relojes. 
  Eléctricos , mecánicos, digitales, analógicos, con y sin alarma, y hasta con radio, los relojes no sólo marcan el paso de las horas y sus fracciones en minutos y segundos, sino también el calendario de nuestras vidas. 
  Apreciados por fieles y precisos consejeros de nuestros actos y obligaciones, y como mejores aliados de algunas de nuestras mentiras inconfesables, los relojes llegan a ser, en ocasiones y por repetidas, detestables. 
  Pero, por nuestra condición de mortales, con el paso de los años, tratamos de olvidarlos, liberarnos de sus ataduras pasadas y quizá no del todo de las futuras y, no queriendo reconocer en ellos los pasados servicios prestados , les mostramos nuestro desapego 'exiliandolos; sine die' a un cajón , unas veces, o de nuestras propias mentes, otras, especialmente cuando, alcanzada nuestra da nuestra jubilación, los aceptamos gustosamente como compañeros, ahora que podemos exhibirlos, si queremos, como simples adornos en nuestras muñecas, sin otra causa que nos agobie o comprometa. 
  Tengo sin embargo hoy un apreciado amigo, vecino para más señas, que sí es puntual, como si del mejor modelo Rolex se tratara. Todas las mañanas, sale a pasear con sus dos imponentes perros a las 7:30. A su paso por el vecindario, los demás canes de la urbanización -y son muchos- que lo reconocen y tam­bién aprecian, por su especial bondad hacia los animales, celosos de los congéneres a los que él conduce amorosamente con correas, organizan tal algarabía de ladridos a su paso que rompen indefectiblemente mi último sueño reparador de las frescas mañanas de verano. 
  No necesito observar las manecillas del reloj de mi mesita de noche, ya han marcado éstas en él las 7:30.

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