Yamira Rodríguez Marcano (Cuba)
30 de agosto de 2013 http://www.habanaradio.cu/
El malecón habanero
constituye el lugar por excelencia de citas y encuentros fortuitos para
estrechar o iniciar relaciones sociales y personales en un ambiente
muy especial.
Tomando como referencia los estudios del
historiador Carlos Venegas, este tramo que disfrutan los capitalinos, cubanos
todos y por supuesto, el visitante extranjero, era en las primeras décadas del
siglo XIX una faja entre San Lázaro y el mar que había quedado para usos
militares y por tanto se prohibía edificar. No obstante, los ímpetus de la
recreación no dejaron que el sitio pudiera aprovecharse para otras actividades
como los baños de mar, por lo que a partir de 1830 comenzaron a aparecer una
serie de casetas de madera en el lugar durante los meses de verano, y desde
entonces una nueva función se sumaría a este ambiente natural en relación directa
con la ciudad.
La idea de trazar un paseo costero comenzó a
manejarse desde el siglo XIX, destacándose entre los proyectos célebres el de
Don Francisco de Albear, brillante ingeniero a quien los habaneros le
deben un acueducto más moderno e higiénico. Su muerte en 1887 lo sorprendió sin
materializar sus ideas acerca de este paseo multifuncional que recogía los
destinos defensivos, comerciales y recreativos, que al final habían sido los
más comprometidos con la ciudad. Los deseos de urbanizar esta zona persistieron
hasta los finales del siglo XIX, incluso, en plena contienda con los Estados
Unidos. Es entonces al gobierno interventor norteamericano a quien correspondería
la continuidad de este proyecto y el comienzo de su tramo inicial.
Entre 1901 y 1902 se construye el
primer trayecto desde el Paseo del Prado a la calle Crespo, bajo
las órdenes de los ingenieros de la intervención Mr. Mead y el ayudante Mr.
Whitney. Se pensó en un paseo arbolado, pero la propia naturaleza del lugar por
los frecuentes temporales demostró lo inadecuado del diseño, de allí que,
permaneciera solo la presencia del muro liso como límite entre la ciudad y el
mar, imagen perecedera que lo ha identificado a través del tiempo. Sobre estos
primeros momentos del malecón, Venegas afirma que “…con su avance interrumpidos
por tramos, tuvo durante sus primeras décadas poco valor como vía de
enlace con otras áreas de la capital. Más bien constituyó una alternativa
del Paseo del Prado, del cual venía a ser una prolongación hacia el oeste, en
pos de la hermosa vista del mar.”
Esta vinculación quedaba establecida por la continuidad de los portales y más tarde con la erección de una glorieta de aspecto neoclásico, inaugurada en 1902, en la intersección de ambas vías, que devino verdadero regalo al público para el disfrute de la banda de música y sus retretas. Con todo, la zona se volvió un sitio concurrido que se transitaba a pie con el fin de recorrerlo de un extremo a otro, hasta que apareció la oportunidad de transitarlo velozmente con el automóvil que se imponía de moda. A la par, fueron mejorando las parcelas que hasta el momento le habían dado la espalda y continuaban mirando hacia San Lázaro. Ahora se rectificaban y hacían nuevas construcciones, revalorizando grandemente el peso residencial del lugar. Otras funciones comenzaron a sumarse como la comercial y recreativa, en las que se destacaron el edificio para el Union Club y el Hotel Miramar.
Más adelante, en su investigación sobre el
malecón habanero, el historiador mencionado describe sus más relevante valores
de entonces, y afirma: “Su atractivo radicaba en su propia situación natural,
frente al espléndido panorama del mar abierto y en su carácter de senda o
recorrido a lo largo de la ciudad que le hacía accesible a la población desde
cualquier parte y momento. (…) El muro en institución concurrida y gratuita y a
su largo el uso popular iba dejando las denominaciones emanadas del acontecer
diario y trivial: la rotonda de los pescadores, el rincón caliente…” Los
tradicionales baños de mar fueron desplazados al oeste, hacia el litoral posterior
a la desembocadura del río Almendares, más tarde convertidos en balnearios y
clubes exclusivos.
En 1925 el paisajista francés Jean
C.Forestier arribó a La Habana
para emprender un Plan Director que dotara a la capital de obras públicas
monumentales que la colocaran a la par de las ciudades de Europa y América más
desarrolladas. En sus propuestas quedó incluido el embellecimiento del malecón.
Se prolongó hacia el oeste, en el momento rodeado de viviendas aisladas, con
jardines, diferentes a las del tramo anterior. Completarían el nuevo diseño un
conjunto de parques y monumentos como el del Maine, que realzaban su influencia
a escala urbana, acrecentado más tarde con la construcción del hotel Nacional
en los terrenos de la antigua batería de Santa Clara y el cual estuviera muy
vinculado a la historia política de la República. Este
crecimiento del malecón se desarrollaba marcado por la actividad turística en
aumentó y la posibilidad de convertir la zona en un futuro centro de hoteles.
El otro extremo de la ciudad antigua había
quedado sin su tramo de malecón. Con el desarrollo de las nuevas inversiones
hacia el oeste de la capital, la ciudad histórica había quedado como centro
comercial y administrativo en primer lugar, y residencial de las capas medias y
pobres de la capital. Sin embargo, la prolongación del malecón hacia esta
parte se hizo con un carácter diferente. Se logró rellenando, con restos de
otras obras demolidas, los bajos entre el área del Castillo de La Punta y los muelles hacia el
sur de la ciudad, quedando finalmente embellecidas. Como bien apunta Venegas,
el objetivo fundamental de esta empresa “…era la ubicación destacada de una
serie de edificios públicos que se planeaban entonces y calificar el acceso al
Palacio Presidencial ya construido”.
Quedaría así terminada la franja que bordeara
todo el litoral sirviéndole de balcón a la ciudad y permitiendo, a través de
una vía rápida, su conexión con el resto de ella. Los parques y monumentos, que
en sus intersecciones se fueron construyendo desde las primeras décadas del
siglo XX, le otorgaron un alto valor urbanístico y ambiental que transformaron
por completo la imagen de La
Habana hacia el mar: además del monumento erigido a la
voladura del acorazado Maine, contarían también los erigidos a los Generales
independentistas Gómez y Maceo, a los estudiantes de Medicina fusilados en 1871
por el gobierno español y pequeños parques arbolados de las calles o calzadas
que en él desembocaban. La
Avenida del Golfo, como se le llamó, se convirtió, más que en
un paseo peatonal, en una ruta expedita hacia cualquier parte de La Habana. Con todo, su
muro sencillo y continuo, de 7
km de largo, ha permanecido por más de un siglo en la
preferencia de habaneros y visitantes, como sitio ideal de descanso y
esparcimiento. Acertadamente llamado, “el asiento más largo de Cuba”, el
malecón habanero ha devenido símbolo de la ciudad capital y de su vínculo
indisoluble con el mar. El llamado malecón tradicional es uno de los proyectos
de rehabilitación más importantes dirigidos por la Oficina del Historiador,
que cuenta ya con numerosas edificaciones y espacios recuperados.
Esta escritora cubna hace un bonita descripcion del Malecon Habanero. Cuando era joven tenia un enamorado que pensamos casarnos pero los padres mios me lo prohibieron. Vino a Miami a vivir por los anos 50 nos escribimos dos o tres veces, y luego no supe mas de el. Me case con un senor que no era mala persona, pero le gustaba tomar, me divorcie. Vine para Miami y trate de encontarlo y en los anos 90 lo vi,, habian pasado muchos anos, nos conocimos y por un momento me volvi en el Malecon con el. El estaba casado y tenia 3 hijas y yo me habia casado con un buen hombre. Nos volvimos a ver y un dia nos dijimos adios, y lo vi mas. Pero cuando me siento sola siempre me voy al Malecon Habanero.
ResponderEliminarAlicia
Miami