René León
Cristóbal
Colón salió de Palos de la Frontera con sus tres carabelas. La Santa María, la
Pinta, y la Niña, el día 3 de agosto de 1492, haciendo escala en las Canarias
para proveerse de todo lo necesario para el viaje. Al ocaso del 12 de octubre,
a los treinta y siete días de navegación, descubría las islas Lucayas, tomando
posesión de ellas en nombre de los Reyes Católicos. Saldría el 24 ó 25 de
octubre de 1492 en busca de países que se le presentaban en su imaginación
llenos de riquezas. Navegando con rumbo S.O.O., al anochecer del 27 de octubre,
se divisó tierra nuevamente, era Cuba. El día 28 echó ancla en la embocadura de
un río, al que le dio el nombre de San Salvador. A la tierra recién descubierta
recibiría el nombre de Juana en honor al Príncipe Don Juan. En su diario de
viaje escribiría “que era la más fermosa
tierra que jamás vieron los ojos humanos”.
Durante su
larga exploración Colón llegaría a Haití, regresando a España con la noticia del
gran descubrimiento. Daba comienzo la historia de América
Los
aniversarios de los grandes acontecimientos de la Historia no cansan nunca, pues nos parecen siempre
nuevos. El tiempo que va pasando no desgasta sus grandes recuerdos, sino que al
contrario, los va puliendo.
La noticia
del descubrimiento se difunde rápidamente por Europa, y con ella dan comienzo
las aventuras del Nuevo Mundo. El Almirante, en su famosísima carta a los
reyes, dice que ha llegado a las Indias (Ganges) a la provincia de Catayo
(Catay China), y a Cipango, que era el nombre con que entonces se conocía al
Japón. No sabía, ni lo supo nunca, que había descubierto un Nuevo Continente.
La fantasía
queda muy bien para enriquecer la historia del mundo, pero frecuentemente se
torna enemiga mortal de esa otra forma de fantasía: la realidad tal cual es. El
Nuevo Mundo era algo maravilloso, lleno de novedades, pero esas maravillas y
esas novedades eran lo que ellas eran, y
no lo que había concebido la fantasía europea, nutrida de ensoñaciones de
Mandeville y de Marco Polo. El mismo Colón iba tan fascinado por las cosas de
China, pensando en los monumentales palacios con techos de oro, que se decía
había en estos lugares, que no llegó a ver nunca a este Nuevo Continente cara a
cara, en su desnuda realidad: para él, aquellas vegetaciones, aquellos indios,
las cosas rusticas que le tocó ver, no eran sino una especie de cortina que le
ocultaba a las grandes ciudades maravillosas, pavimentadas de oro sus calles, y
que estaban recorridas por elefantes blancos adornados con diamantes.
Así se
abrió la imaginación de España hacia América. Qué de extraño podía tener que
todavía Lope, a ciento cincuenta años del Descubrimiento, nos presente
personajes que hablan de aquello como de un sitio donde había árboles que
producían al mismo tiempo, pan, vino, y leche. En el siglo XVIII, los españoles
vivían en la creencia de que en América
bastaba con desembarcar para ir recogiendo por las calles morocotas de oro. La
visión de América como fuente de un río de oro hacia España llegó a ser tan
intensa y alucinante, que hasta historiadores de fama aceptaron como buenos
testimonios los que eran hijos de la fantasía.
El
descubrimiento sigue siendo la operación más productiva de la historia del
mundo, desde luego, porque con un gasto que se estima en $11.000 doláres
(antiguos), pudo descubrirse todo un hemisferio. Nunca se ha adquirido
un latifundio tan grande por una cantidad tan pequeña.
Lo que
España trajo de América fue mucho. Pero también lo que España llevó y dejó en
América. Nos dejó su cultura, sus costumbres y tradiciones.
La
descripción de unos de los capitanes que tocaron en territorio americano
recogió el regocijo de los hombres, de estos marineros, el enfrentarse a esta
naturaleza exótica y sus habitantes. Paisajes de sobrecogedora belleza, clima
como inmortal primavera y viviendo allí hombres desnudos y hermosas mujeres de
belleza sensual, aquello era un Edén.
Hoy al mirar hacia aquel 12 de octubre de
1492, podemos comprender mejor los errores que cometieron en un principio los
capitanes y colonizadores españoles. Pero cuando los errores se reconocen, se
comprenden y se aceptan, se convierten en aciertos. Digamos como el famoso
poeta Machado: “Caminante, no hay camino. Se hace camino al andar”.
Viva
América
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