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martes, 1 de octubre de 2013

Escuela Alfredo Ma. Aguayo



Tercera y última parte
Zilia Laje (Cuba)

Había servicio de ómnibus, uno para la Víbora, uno para el Cerro, uno para Luyanó y uno para "la Habana".  A la hora de salida, nos separaban a las externas en grupos, las de los cuatro ómnibus, "las que vienen a buscar" y "las que se van solas".  Esos ómnibus azules no eran suficientes, viajábamos seis en cada asiento de a dos, tres mayores sentadas y tres mas chicas en las piernas, y el calor era sofocante.  Nunca después he vuelto a sentir aquel calor específico, asfixiante.  A mí siempre me fue difícil levantarme temprano, no me daba tiempo de ir en el ómnibus y mi mamá optó por llevarme.  Por las tardes el ómnibus a veces me dejaba en la casa de mi tío, a cuatro puertas. 


Omnibus escolares de la Escuela Alfredo M. Aguayo  (alrededor de 1946)
foto de rogali, Flickr

        Después de los primeros meses, le notificaron que, si ella podía llevarme por la mañana (vivíamos a seis cuadras), entonces no necesitaba que me llevaran a la casa por la tarde.  Durante un poco de tiempo estuvo acompañándome una muchachita mayor, que recuerdo tenía cejas y pestañas escasas; pero eso no duró mucho y de ahí en adelante, mi mamá iba a buscarme.  Casi siempre íbamos y veníamos a pie por la calle Cortina.  De regreso por la tarde, parábamos en casa de mi abuela, en la calle Lacret.
    Todo estaba muy limpio.  Había unas sirvientas.  Recuerdo a Sara, y Dalia, que tenían hijas que llevaban sus mismos nombres estudiando allí.  No me acuerdo cómo les llamábamos; pero no criadas, estaba en boga una atmósfera imperante de justicia social un poco izquierdista.

    Participábamos en la parada escolar el día del natalicio de Martí marchando por el Paseo del Prado frente al Capitolio.
    Cerca de fin de curso celebraban una exposición de trabajos manuales y una repartición de premios.  Una vez cuando tendría yo unos diez años montaron una función de títeres.  Recuerdo los ensayos, "Soy un soldadito de plomo,... mi madre es cuchara de sopa... y si andando el tiempo llego a capitán..."  Me encomendaron pintar un paisaje, una cabañita de campo inglesa con un camino de flores, sobre una tablita de madera; pero una cosa era dibujar a creyón sobre papel, en tiza sobre una pizarra o con un punto sobre cristal, y otra pintar con un pincel; la profesora lo retocó extensamente y al final yo no reconocí lo que se exhibió porque no se parecía en nada a lo que yo había intentado pintar.
    Presentaban un "field day" en el que realizábamos gimnasia con arcos de flores.
    Había una asociación de alumnas, que elegía una presidenta y llevaban a cabo campañas.  Recuerdo a Amelia Pita, Lidia Cerecero, Carmen Maestri, Enriqueta Costa.  Yo dibujé un pasquín un año creo que para Carmen, con el personaje Lorenzo Parachoques de los muñequitos, que colgaban de las columnas macizas en el comedor.  Cantábamos lemas con la música del "Vals sobre las olas".
    Había mucha afición por la pelota; yo simpatizaba con el equipo de Habana, con uniforme rojo.
    Cuando tendría siete años, nos llevaron al Ministerio de Salubridad a vacunarnos contra la difteria.
    Mi mamá estuvo enferma, quizás con lumbago, y una tarde le pidió al mensajero de la farmacia de al lado que fuera a buscarme.  Cuando llegó allí, me preguntaron a mí si lo conocía, yo no debo haber sabido a quién me señalaban, y dije de primer momento que no.  Por poco no me dejan ir con él, regresamos en la ruta #14, y el hombre le contaba después a mi mamá que había pasado un mal rato horrible, hubieran podido acusarlo de querer secuestrarme.
    Había un par de alumnas que llevaban chaqueticas de astracán en el invierno.  Un año se nos requirió que nos hiciéramos unos jackets, de gabardina azul prusia, muy presentables, con mangas largas, puños con un botón y una fajita a la cintura.  Me parece que me lo hizo la esposa de mi primo materno, que creo había asistido a esa misma escuela ocho años antes.
    Nos llevaron un día en una excursión a los jardines de la cervecería Polar en Puentes Grandes, a orillas del río Almendares.  En el ómnibus cantábamos "América inmortal".  Tirándome por la canal, el metal caliente al sol, me pelé los dedos pulgares.
    En una ocasión llevaron a unas alumnas de pedagogía a que trabajaran individualmente con las alumnas de 6to grado.  Cuando la universitaria vio que al final todas las otras le llevaban algún obsequio a su alumna, prometió llevarme algo; pero no volvió.
    Ese año tuvimos una tómbola, instalaron kioscos en la pista e hicieron rifas; yo me gané un pomo de caramelos.
    Ingresó más tarde una niña mas chica, pelirroja, que no se adaptaba y quería escaparse.  Tenía pelo lacio, corto, con cerquillo, decían que era judía.  Mirando por la ventana del dormitorio una vez, la vimos de espalda afuera, sentada en el muro junto a la acera mirando para la calle hacia el sur.  Como ya yo me había acostumbrado, entonces me parecía extraño que ella quisiera escaparse.  Qué fuera de lugar se sentiría...  En la acera de enfrente quedaba la Escuela Pública # 118.
    Un día, creo que en 6to grado, se perdió un peso en el aula, la maestra dijo que, si no había el civismo de confesarlo, nos dejaban a todas a dormir.  En aquella época en nuestro país la escuela tenía potestad, por lo menos ésa, que era municipal, de imponer una penitencia así sin que los padres tuvieran voz ni voto en el asunto.  No sé si una privada, católica sería distinta.  Había un alto sentido de compañerismo, si alguna sabía, delatar a otra se hubiera considerado de "chota".  Nos quedamos a dormir.  Tengo idea de que era un viernes, porque teníamos suficientes camas donde acostarnos.  Y para que les resultara un castigo también a las internas, no podía ser un día entre semana.  Yo no sé si a mi mamá le avisarían que no fuera a buscarme, o se lo anunciaron cuando apareció.  Nos acomodaron en el dormitorio E, del lado norte.  Por la noche algunas muchachitas se levantaron y salieron a la puerta del dormitorio, cuando yo me levanté, ellas ya habían visto que la instructora se acercaba por la galería y venían corriendo de regreso, yo era la más chica, me tumbaron, me di un golpe en la cabeza contra la pata de la primera cama y se me fue la vista.  Las compañeras, volviendo a entrar en juego aquella mal interpretada solidaridad, dijeron que yo había ido al baño y me había caído sola.  Me quedó un chichón por largo tiempo.  Mi mamá fue a buscarme a la mañana siguiente, que creo deba haber sido sábado, porque me fui por la mañana, no tuve que quedarme para clases.  Desayuné en una bodega camino a la casa, y le conté a mi mamá de la caída.
    La Escuela José Miguel Gómez estaba en la Avenida de Acosta Este esquina.a Porvenir en Lawton, creada alrededor de 1909; la Romualdo de la Cuesta quedaba en Estévez #73 entre Flores y San Gregorio, acera norte, en El Pilar, creada alrededor de 1927, y la Valdés Rodríguez (José Manuel) en la Calle 5ta esquina a 6 en el Vedado, creada alrededor de 1942.
 Viernes, junio 6 de 1952

    Aquí existió una asociación de antiguos alumnos de las escuelas municipales de La Habana que dirigía una antigua profesora, Siomara Molina, como hasta el 1980, y celebraban almuerzos en el restaurante La Carreta; pero lamentablemente se disolvió por falta de asociados.
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Las 4 escuelas municipales de La Habana son un ejemplo de la educación durante la república soberana.  Estaban subvencionadas por el Ayuntamiento de La Habana, funcionaron gratis por un promedio de 33 años, de ellas se graduaron de enseñanza elemental 5,870 alumnos antes de que el comunismo tomara el poder.

 Es del fondo y el costado oeste, tomada desde la calle Figueroa esquina a Libertad. Tiene 75 años, se conserva bastante bien.

Gracias a Zilia Laje por sus colaboraciones 

5 comentarios:

  1. Gracias Zilia por haberme permitido recordar nuestro paso por Aguayo donde recibimos nuestra enseñanza elemental que se grabaron para siempre en nuestras vidas. Ratos buenos, otros malos que todavía hoy, después de tantísimos años, nos hacen estar agradecidas de la enseñanza que allí recibimos.
    Un saludo afectuoso desde Kissimme, Fl.
    Gladys Zamora

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  2. Sobre la 3ra y última parte de "Escuela Alfredo M. Aguayo" me comentan:
    Estelle: Ya leí la tercera parte, está muy buena, y con mucha información. Me acuerdo de esos buses de escuelas, me parece que las de mi colegio lucían así también.
    Felicidades!
    Estelle

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  3. Hope: Zilia, me gustó mucho el final de tu historia… los ómnibus lucen “tan diferentes”—con el tiempo todo cambia… dentro de 67 años los ómnibus actuales lucirán también “out of this world” a las nuevas generaciones. Fué una lectura excelentemente redactada para dar a conocer tu escuela. Interesante y entretenida para mí. Gracias por tu pensamiento. Te felicito!
    Hope

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  4. Georgina: Me maravilla tu memoria ... todo lo explicas con muchos detalles que aún conservas en el recuerdo. Muy interesante tu narración. Yo recuerdo algunos pasajes de mi tiempo del colegio de monjas, donde cursé la primera enseñanza hasta el octavo grado, pero no creo que pudiera recordar todos los detalles. Recuerdo más lo de la segunda enseñanza en el Ruston. Fue un cambio tremendo para mí, quizás por eso lo recuerdo mas claramente.
    Georgina

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  5. Mireya: Gracias por compartir, disfruté la lectura. Mencionas dormitorios en la escuela. Aún si ésta era una escuela municipal pública, ¿tenían internas? Creí que sólo había internas en colegios privados (de monjas, por ejemplo).
    Mireya

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