Tercera y última parte
Zilia Laje (Cuba)
Había servicio de
ómnibus, uno para la Víbora ,
uno para el Cerro, uno para Luyanó y uno para "la Habana ". A la
hora de salida, nos separaban a las externas en grupos, las de los cuatro
ómnibus, "las que vienen a buscar" y "las que se van
solas". Esos ómnibus azules no eran suficientes, viajábamos seis en
cada asiento de a dos, tres mayores sentadas y tres mas chicas en las piernas,
y el calor era sofocante. Nunca después he vuelto a sentir aquel calor
específico, asfixiante. A mí siempre me fue difícil levantarme temprano,
no me daba tiempo de ir en el ómnibus y mi mamá optó por llevarme. Por
las tardes el ómnibus a veces me dejaba en la casa de mi tío, a cuatro puertas.
Omnibus escolares de la
Escuela Alfredo M. Aguayo (alrededor de 1946)
foto de rogali, Flickr
Después de los primeros meses, le notificaron que, si ella podía llevarme por
la mañana (vivíamos a seis cuadras), entonces no necesitaba que me llevaran a
la casa por la tarde. Durante un poco de tiempo estuvo acompañándome una
muchachita mayor, que recuerdo tenía cejas y pestañas escasas; pero eso no duró
mucho y de ahí en adelante, mi mamá iba a buscarme. Casi siempre íbamos y
veníamos a pie por la calle Cortina. De regreso por la tarde, parábamos
en casa de mi abuela, en la calle Lacret.
Todo estaba muy limpio. Había unas sirvientas.
Recuerdo a Sara, y Dalia, que tenían hijas que llevaban sus mismos nombres
estudiando allí. No me acuerdo cómo les llamábamos; pero no criadas,
estaba en boga una atmósfera imperante de justicia social un poco izquierdista.
Participábamos en la parada escolar el día del natalicio de
Martí marchando por el Paseo del Prado frente al Capitolio.
Cerca de fin de curso celebraban una exposición de trabajos
manuales y una repartición de premios. Una vez cuando tendría yo unos
diez años montaron una función de títeres. Recuerdo los ensayos,
"Soy un soldadito de plomo,... mi madre es cuchara de sopa... y si andando
el tiempo llego a capitán..." Me encomendaron pintar un paisaje, una
cabañita de campo inglesa con un camino de flores, sobre una tablita de madera;
pero una cosa era dibujar a creyón sobre papel, en tiza sobre una pizarra o con
un punto sobre cristal, y otra pintar con un pincel; la profesora lo retocó
extensamente y al final yo no reconocí lo que se exhibió porque no se parecía
en nada a lo que yo había intentado pintar.
Presentaban un "field day" en el que realizábamos
gimnasia con arcos de flores.
Había una asociación de alumnas, que elegía una presidenta y
llevaban a cabo campañas. Recuerdo a Amelia Pita, Lidia Cerecero, Carmen
Maestri, Enriqueta Costa. Yo dibujé un pasquín un año creo que para
Carmen, con el personaje Lorenzo Parachoques de los muñequitos, que colgaban de
las columnas macizas en el comedor. Cantábamos lemas con la música del
"Vals sobre las olas".
Había mucha afición por la pelota; yo simpatizaba con el
equipo de Habana, con uniforme rojo.
Cuando tendría siete años, nos llevaron al Ministerio de
Salubridad a vacunarnos contra la difteria.
Mi mamá estuvo enferma, quizás con lumbago, y una tarde le
pidió al mensajero de la farmacia de al lado que fuera a buscarme. Cuando
llegó allí, me preguntaron a mí si lo conocía, yo no debo haber sabido a quién
me señalaban, y dije de primer momento que no. Por poco no me dejan ir
con él, regresamos en la ruta #14, y el hombre le contaba después a mi mamá que
había pasado un mal rato horrible, hubieran podido acusarlo de querer
secuestrarme.
Había un par de alumnas que llevaban chaqueticas de astracán
en el invierno. Un año se nos requirió que nos hiciéramos unos jackets,
de gabardina azul prusia, muy presentables, con mangas largas, puños con un
botón y una fajita a la cintura. Me parece que me lo hizo la esposa de mi
primo materno, que creo había asistido a esa misma escuela ocho años antes.
Nos llevaron un día en una excursión a los jardines de la
cervecería Polar en Puentes Grandes, a orillas del río Almendares. En el
ómnibus cantábamos "América inmortal". Tirándome por la canal,
el metal caliente al sol, me pelé los dedos pulgares.
En una ocasión llevaron a unas alumnas de pedagogía a que
trabajaran individualmente con las alumnas de 6to grado. Cuando la
universitaria vio que al final todas las otras le llevaban algún obsequio a su
alumna, prometió llevarme algo; pero no volvió.
Ese año tuvimos una tómbola, instalaron kioscos en la pista
e hicieron rifas; yo me gané un pomo de caramelos.
Ingresó más tarde una niña mas chica, pelirroja, que no se
adaptaba y quería escaparse. Tenía pelo lacio, corto, con cerquillo,
decían que era judía. Mirando por la ventana del dormitorio una vez, la
vimos de espalda afuera, sentada en el muro junto a la acera mirando para la
calle hacia el sur. Como ya yo me había acostumbrado, entonces me parecía
extraño que ella quisiera escaparse. Qué fuera de lugar se
sentiría... En la acera de enfrente quedaba la Escuela Pública #
118.
Un día, creo que en 6to grado, se perdió un peso en el aula,
la maestra dijo que, si no había el civismo de confesarlo, nos dejaban a todas
a dormir. En aquella época en nuestro país la escuela tenía potestad, por
lo menos ésa, que era municipal, de imponer una penitencia así sin que los
padres tuvieran voz ni voto en el asunto. No sé si una privada, católica
sería distinta. Había un alto sentido de compañerismo, si alguna sabía,
delatar a otra se hubiera considerado de "chota". Nos quedamos
a dormir. Tengo idea de que era un viernes, porque teníamos suficientes
camas donde acostarnos. Y para que les resultara un castigo también a las
internas, no podía ser un día entre semana. Yo no sé si a mi mamá le
avisarían que no fuera a buscarme, o se lo anunciaron cuando apareció.
Nos acomodaron en el dormitorio E, del lado norte. Por la noche algunas
muchachitas se levantaron y salieron a la puerta del dormitorio, cuando yo me
levanté, ellas ya habían visto que la instructora se acercaba por la galería y
venían corriendo de regreso, yo era la más chica, me tumbaron, me di un golpe
en la cabeza contra la pata de la primera cama y se me fue la vista. Las
compañeras, volviendo a entrar en juego aquella mal interpretada solidaridad,
dijeron que yo había ido al baño y me había caído sola. Me quedó un
chichón por largo tiempo. Mi mamá fue a buscarme a la mañana siguiente,
que creo deba haber sido sábado, porque me fui por la mañana, no tuve que
quedarme para clases. Desayuné en una bodega camino a la casa, y le conté
a mi mamá de la caída.
Viernes, junio 6 de 1952
Aquí
existió una asociación de antiguos alumnos de las escuelas municipales de La Habana que dirigía una
antigua profesora, Siomara Molina, como hasta el 1980, y celebraban almuerzos
en el restaurante La Carreta ;
pero lamentablemente se disolvió por falta de asociados.
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Las
4 escuelas municipales de La
Habana son un ejemplo de la educación durante la república
soberana. Estaban subvencionadas por el Ayuntamiento de La Habana , funcionaron gratis
por un promedio de 33 años, de ellas se graduaron de enseñanza elemental 5,870
alumnos antes de que el comunismo tomara el poder.
Es del fondo y el costado oeste, tomada desde la calle Figueroa esquina a Libertad. Tiene 75 años, se conserva bastante bien.
Gracias a Zilia Laje por sus colaboraciones
Gracias Zilia por haberme permitido recordar nuestro paso por Aguayo donde recibimos nuestra enseñanza elemental que se grabaron para siempre en nuestras vidas. Ratos buenos, otros malos que todavía hoy, después de tantísimos años, nos hacen estar agradecidas de la enseñanza que allí recibimos.
ResponderEliminarUn saludo afectuoso desde Kissimme, Fl.
Gladys Zamora
Sobre la 3ra y última parte de "Escuela Alfredo M. Aguayo" me comentan:
ResponderEliminarEstelle: Ya leí la tercera parte, está muy buena, y con mucha información. Me acuerdo de esos buses de escuelas, me parece que las de mi colegio lucían así también.
Felicidades!
Estelle
Hope: Zilia, me gustó mucho el final de tu historia… los ómnibus lucen “tan diferentes”—con el tiempo todo cambia… dentro de 67 años los ómnibus actuales lucirán también “out of this world” a las nuevas generaciones. Fué una lectura excelentemente redactada para dar a conocer tu escuela. Interesante y entretenida para mí. Gracias por tu pensamiento. Te felicito!
ResponderEliminarHope
Georgina: Me maravilla tu memoria ... todo lo explicas con muchos detalles que aún conservas en el recuerdo. Muy interesante tu narración. Yo recuerdo algunos pasajes de mi tiempo del colegio de monjas, donde cursé la primera enseñanza hasta el octavo grado, pero no creo que pudiera recordar todos los detalles. Recuerdo más lo de la segunda enseñanza en el Ruston. Fue un cambio tremendo para mí, quizás por eso lo recuerdo mas claramente.
ResponderEliminarGeorgina
Mireya: Gracias por compartir, disfruté la lectura. Mencionas dormitorios en la escuela. Aún si ésta era una escuela municipal pública, ¿tenían internas? Creí que sólo había internas en colegios privados (de monjas, por ejemplo).
ResponderEliminarMireya