René León
Antes de
morir mi amigo Pedro Conde, nos poníamos hablar de nuestra Cuba del Ayer.
Aquellas tardes sentados en el portal de su casa. Una tarde de esas relajadas y
el viento soplando, sin calor, nos pusimos a recordar a los “boticarios” en los
pueblos pequeños. Él había ido en la mañana a una farmacia moderna “Drug Store”
a buscar sus medicinas, la atención con él fue un desastre. No hay humanidad en
este nuevo mundo. Tenemos que acostumbrarnos que los tipos de personas que
realizaban un oficio antiguamente, van desapareciendo; muy pocos han
sobrevivido a los cambios de la sociedad de consumo.
En las
boticas afuera en la pared del edificio, había por costumbre una luz roja de
noche, que anunciaba que estaba de guardia. Cuando uno entraba en ellas por
norma general había un escaparate grande, lleno de botellas de líquidos; verde,
amarillo, azul, blanco. Potes de pomada y polvos. Medicinas, hiervas y raíces
para un conocimiento; el farmacéutico tenía que conocer el uso de las plantas,
y las clasificaba según su utilidad. Mucha miel de abeja, que era parte
integrante de la farmacopea. En un lugar aparte, una camilla vieja, pero
limpia, donde atendían a los enfermos.
Recuerdo a
Isidro Pujol en el Puerto de Casilda, en la costa Sur de Cuba. Un hombre que no
descansaba. Siempre sirviendo a la comunidad. La mayoría de las veces, el pago
de su servicio, era: con pollos, huevos, pescados, algunas veces un poco de
dinero. Cuando se estaba muriendo una persona, lo atendía, hasta el último
momento de su vida. Después de certificar su muerte. Esperar por el médico para
que diera el certificado de defunción. Me parece que es un retrato fiel de
aquellos años.
Su
vestimenta sencillas; las suelas de los zapatos o botas, se gastaban más rápido
de lo esperado de caminar por todo el pueblo. Cuando tenía que atender algún
vecino alejado; al principio tenía un caballo blanco, bien viejo; cuando se
murió, se buscó una bicicleta y a dar pedales (le juro que no tenía Mercedes,
Toyota o Honda. Sólo una bicicleta) En estos pueblos los personajes más
conocidos, se distinguen al resto de los incontables ciudadanos de las grandes
ciudades.
Cuando este
aire de melancolía me llega, los recuerdos azotan mi sensibilidad, me siento un
poco abatido. Otra vez mi pensamiento vaga por el espacio y el tiempo, por
donde físicamente no puedo caminar. El tiempo nos rememora la eternidad, y esta
nos trae la visión de nuestra vida pasada.
En unos
minutos he reconstruido, cuarenta años de recuerdos. La vida se desliza sin
sentir. El mundo se transforma. Y esa transformación es mirada por unos con
tristeza y por otros con alegría.
Recordar es vivir.
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