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sábado, 15 de octubre de 2016

Recuerdos del Ayer: Los Boticarios


 René León

  Antes de morir mi amigo Pedro Conde, nos poníamos hablar de nuestra Cuba del Ayer. Aquellas tardes sentados en el portal de su casa. Una tarde de esas relajadas y el viento soplando, sin calor, nos pusimos a recordar a los “boticarios” en los pueblos pequeños. Él había ido en la mañana a una farmacia moderna “Drug Store” a buscar sus medicinas, la atención con él fue un desastre. No hay humanidad en este nuevo mundo. Tenemos que acostumbrarnos que los tipos de personas que realizaban un oficio antiguamente, van desapareciendo; muy pocos han sobrevivido a los cambios de la sociedad de consumo.
  En las boticas afuera en la pared del edificio, había por costumbre una luz roja de noche, que anunciaba que estaba de guardia. Cuando uno entraba en ellas por norma general había un escaparate grande, lleno de botellas de líquidos; verde, amarillo, azul, blanco. Potes de pomada y polvos. Medicinas, hiervas y raíces para un conocimiento; el farmacéutico tenía que conocer el uso de las plantas, y las clasificaba según su utilidad. Mucha miel de abeja, que era parte integrante de la farmacopea. En un lugar aparte, una camilla vieja, pero limpia, donde atendían a los enfermos.
  Recuerdo a Isidro Pujol en el Puerto de Casilda, en la costa Sur de Cuba. Un hombre que no descansaba. Siempre sirviendo a la comunidad. La mayoría de las veces, el pago de su servicio, era: con pollos, huevos, pescados, algunas veces un poco de dinero. Cuando se estaba muriendo una persona, lo atendía, hasta el último momento de su vida. Después de certificar su muerte. Esperar por el médico para que diera el certificado de defunción. Me parece que es un retrato fiel de aquellos años.
  Su vestimenta sencillas; las suelas de los zapatos o botas, se gastaban más rápido de lo esperado de caminar por todo el pueblo. Cuando tenía que atender algún vecino alejado; al principio tenía un caballo blanco, bien viejo; cuando se murió, se buscó una bicicleta y a dar pedales (le juro que no tenía Mercedes, Toyota o Honda. Sólo una bicicleta) En estos pueblos los personajes más conocidos, se distinguen al resto de los incontables ciudadanos de las grandes ciudades.
  Cuando este aire de melancolía me llega, los recuerdos azotan mi sensibilidad, me siento un poco abatido. Otra vez mi pensamiento vaga por el espacio y el tiempo, por donde físicamente no puedo caminar. El tiempo nos rememora la eternidad, y esta nos trae la visión de nuestra vida pasada.
  En unos minutos he reconstruido, cuarenta años de recuerdos. La vida se desliza sin sentir. El mundo se transforma. Y esa transformación es mirada por unos con tristeza y por otros con alegría.

Recordar es vivir.

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