Por: José Manuel Fernández Núñez
La Jiribilla Cuba
La cultura europea, y particularmente la española, llegó con la colonización. Ésta no era homogénea, pues procedía de los diferentes pueblos que constituían la España de esa época. En algunas de estas regiones se encontraban reminiscencias culturales de los árabes, que primero conquistaron y luego permanecieron en la Península Ibérica por más de 7 siglos. Con la cultura española llegó la lengua castellana, y con esta última la poesía, la literatura y el teatro. Por otra parte, hicieron su entrada las tradiciones en las comidas: la tortilla española, el caldo gallego, la fabada asturiana, las paellas valencianas, los garbanzos; y en los postres, la natilla, el arroz con leche, el chocolate de las
civilizaciones mesoamericanas y el café procedente de Haití, que mezclado con leche fue el mágico café-con-leche en los desayunos. Llegaron los ritmos y bailes de todas las regiones, y con ellos la mundialmente famosa guitarra española, que naturalizada en Cuba, a fines del siglo XIX, originó el género cubano del bolero. Apareció un instrumento denominado tres, por tener tres pares de cuerdas en vez de seis cuerdas alineadas, el cual es la clásica guitarra de la música campesina y del son, el complejo rítmico nacional de Cuba. Arribaron, además, costumbres como la tauromaquia. La Habana tuvo dos plazas de toros, pero no causaron tanto furor como en México o Colombia; y a fines del siglo XIX esas prácticas ya habían desaparecido entre los habaneros. Con la cultura española también llegó el credo religioso cristiano católico y romano, o lo que ha sido conocido como la primera evangelización. Es necesario comprender, sin embargo, que esta irrupción de credos católicos no fue un simple arribo de creencias que se adoptaron libremente y de forma espont ánea. Era un asunto mucho más complejo. A la Iglesia Católica se le otorgó el carácter de toda una institución, a la que le correspondió ejercer funciones públicas muy importantes, mediante lo que se conoce como el patronato.
El patronato era la relación y distribución de poder entre el Estado español y la Iglesia Católica en las especiales condiciones de las colonias de ultramar. Éste favoreció el desarrollo ulterior de la Iglesia Católica como iglesia predominante en Cuba en toda la etapa colonial (siglos XVI y XIX) y tuvo especial importancia para la determinación de la ubicación o localización y edificaci ón de los principales templos, conventos y otras instituciones cristianas católicas en los poblados de Cuba, y
muy particularmente en la ciudad de La Habana.Para comprender las características del patronato en
Cuba, es necesario, ante todo, señalar algunos antecedentes históricos. Después de varios siglos de cruzadas en Europa, la Iglesia Católica contaba con una gran influencia. Justo en 1492, cuando Cristóbal Colón arriba a Cuba, los Reyes de Castilla y Aragón habían creado una alianza que expulsó a los árabes de España. Se constituyó, pues, el Estado español. Ese nuevo Estado asumía ciertas obligaciones con la poderosa Iglesia en el mantenimiento de la fe en esos territorios, y en los
nuevos de ultramar recientemente descubiertos. Mediante bula de Alejandro VI, la Iglesia Católica
determinó la tutela de los reyes de España en América, pero impuso ciertas obligaciones. Entre ellas, la de enviar religiosos en las expediciones para convertir a los indios al catolicismo, velar por la pureza de las costumbres de los conquistadores y su relación con la población autóctona, así como ayudar a la propagación de la fe. A cambio de estas obligaciones, a los reyes de España se les reconocía su poder en la administración de las colonias y se les otorgaba el patronato. El notable historiador cubano, Ramiro Guerra Sánchez, en su obra Manual de Historia de Cuba
señala:
Los Reyes Católicos, Fernando e Isabel, nunca estuvieron dispuestos a admitir una dualidad de poder
dentro de los dominios reales, ni aun tratándose de la Iglesia. Ésta les otorgó en tal virtud, el atronato de la misma en el Nuevo Mundo, con facultad para crear parroquias, obispados y arzobispados, proponer el nombramiento de los obispos y demás autoridades eclesiásticas, autorizar el establecimiento de órdenes religiosas y, en una palabra, ejercer la real potestad en los asuntos
tocantes a las relaciones del clero con el Estado. En determinadas ocasiones, estas relaciones de patronatoentre el Estado español y la Iglesia en las colonias americanas originaron ciertos conflictos entre los gobernadores civiles-militares y el clero, como los ocurridos en el siglo XVII. Los obispos y los religiosos argumentaban que las Leyes de Indias no determinaban con exactitud que el Vicerreal Patronato sobre la (6) Ramiro Guerra Sánchez: Manual de Historia de Cuba, Editora Nacional de Cuba, La Habana, 1964, pp. 45-46.
Iglesia que ejercía la monarquía española en sus colonias de América correspondía, en Cuba, al Gobernador de La Habana. Por ello, los eclesiásticos se resistían a acatar disciplinadamente la autoridad civil de este último. Estos acontecimientos llegaron incluso a enfrentar al gobernador Diego Pereda y al obispo Alonso Enríquez de Armendariz. Los conflictos llegaron a tal grado, que el obispo decidió excomulgar al Gobernador, a los regidores, y en un acto casi insólito, a los vecinos de La Habana.
En 1630, el rey de España, apoyado por el Papa y las autoridades religiosas y laicas, dispuso que, en
Cuba, el Vicerreal Patronato de la Iglesia correspond ía a la autoridad civil del Gobernador de La Habana. Las relaciones de patronato, además de las obligaciones antes señaladas, incluyeron la práctica de establecer una parroquia en cada poblado, según ha señalado el historiador Ramiro Guerra: La práctica seguida invariablemente desde que se estableció la primera colonia en La española fue crear una parroquia en cada concejo o municipio. Así se hizo en Cuba, donde hubo un párroco por cada villa o concejo.(7)
De tal forma, para la fundación de cada asentamiento de población o villa, que debía hacerse a regla y
cordel, había que destinar espacios para las plazas, iglesias, ayuntamientos y otras edificaciones consideradas básicas. Así lo establecieron las denominadas Leyes de Indias, conjunto de disposiciones creadas en España desde 1523 y dirigidas a sus colonias de América (con sus recopilaciones de 1573, 1687 y posteriores). En éstas se aclara que A trechos se vayan conformando plazas regulares, edificando parroquias y monasterios para enseñanza de la doctrina. (...)
(7) Ramiro Guerra Sánchez: ob. cit., p. 46.
Para el templo de la plaza mayor se señalen solares, los primeros después de la plaza, y sean de isla
entera...señálese luego sitio para la Casa Real, Consejo, Cabildo, Aduana y Atarazana. (...) En la Plaza no se den solares a los particulares inmediatos a la Iglesia y Casa Reales, edifíquese en ellos antes que todo tiendas y casa para tratantes.(8) Aunque La Habana fue fundada años antes de que
se promulgasen las Leyes de Indias, éstas sirvieron de pauta para la fundación de los barrios y poblados de la periferia, así como para un ulterior desarrollo urbano. Por ello, las iglesias cristianas católicas, a diferencia de los templos de otras religiones, estaban presentes de forma obligatoria en el trazado urbano y en la arquitectura de la ciudad.
En el caso de la ciudad de La Habana, al fundarse la primitiva villa, ésta se le dedicó a San Cristóbal, y, bajo una ceiba, se celebró la primera misa y el primer cabildo. A partir de entonces arribaron las primeras órdenes religiosas de dominicos, franciscanos, agustinos y jesuítas, entre otros. Según el conocido historiador Emilio Roig de Leuchsenring quien citaba a Irene A. Wright en su libro Historia documentada de San Cristóbal de La Habana en el siglo XVI, basado en los documentos existentes en los Archivos Generales de Indias de Sevilla, España la primera iglesia que tuvo La Habana fue muy modesta. Era un bohío. Consta que en 1524 le fueron (8) Recopilación de las Leyes de los Reinos de las Indias, Boix Editor, Madrid, 1841, Libro IV, Título VII. Citado en Análisis de las normas cubanas. Las ordenanzas coloniales; Ordenamiento urbano, Instituto de Planificación Física, La Habana,
1972, p. 11.destinados 32 pesos; desde el año 1519, por lo menos, se cobraban diezmos.
En el período del gobernador Gonzalo Pérez de Angulo, se destruyó el bohío que fungía como iglesia, y se acordó construir una nueva. Fray Domingo Sarmiento, quien ocupó el obispado de Cuba entre 1538 y 1545, realizó una visita a todas las villas e iglesias entonces existentes en Cuba. En una carta al rey de España fechada en 1544, al narrar lo visto en su visita a La Habana, fray Domingo Sarmiento expresaba:
Llegamos a esta del Havana a 22 de mayo, día de la Ascención, ques a 80 leguas del asiento de
Porcallo, por mar. Visité esta iglesia. Hay 40 vecinos casados y por casar. Indios y naborías naturales de esta isla 120; esclavos indios y negros 200. Un clérigo y un sacristán. La villa pide dos clérigos y lo dejamos proveído. (...) Queda aquí concertado se haga una iglesia y un hospital de piedra, confiando en limosna de V. M..10
Después de 1550, se iniciaron las obras para la construcción de una nueva iglesia de cal y canto. El gobernador Gonzalo Pérez de Angulo, quien se atribuyó el mérito de la iniciativa de esa obra, señala que el cuerpo della tiene cien pies antes mas que menos y la capilla mayor cuarenta pies, y de ancho cuarenta pies.(11) Pero solo cinco años más tarde, en 1555, esta iglesia resultó destruida, al roducirse el asalto e incendio de la villa efectuados por el famoso pirata francés 9 Emilio Roig de Leuchsenring: La Habana. Apuntes históricos, Editora del Consejo Nacional de Cultura, La Habana, 1964. (10) Hortensia Pichardo: Documentos para la Historia de Cuba, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1971, p. 100. (11) Emilo Roig de Leuchsenring: La Habana. Apuntes históricos, Publicaciones de la Oficina del Historiador de la Ciudad, La Habana, 1939, pp. 38, 39, 61.
Jacques de Sores. En 1560 aún no existía templo y, por los limitados recursos de los vecinos, no fue hasta 1574 que se concluyó la iglesia católica de la villa. La iglesia no se construyó donde estuvieron situadas las anteriores, sino donde se encuentra en la actualidad el Palacio de los Capitanes Generales. En 1666, fue ampliada por el obispo Juan de Santos Matías, y como por aquella época ya existían otras ermitas y parroquias como la del Spíritu Santo, la del Cristo del Buen Viaje y la del Santo Ángel Custodio, a esta parroquia remodelada se le denominó Parroquial Mayor, y se dedicó a San Cristóbal, el Patrón de La Habana.
A mediados del siglo XVII, en La Habana ya había
unas 100 monjas y más de 200 frailes y sacerdotes. En
esa época, el clero se había convertido en una clase de
singular importancia en la ciudad. Desde entonces, las
iglesias y templos católicos estuvieron vinculados de
una forma u otra al desarrollo urbano de la ciudad.
La Iglesia Católica se dedicó a la realización de
ciertas obras sociales relacionadas con la educación,
además de las iglesias y conventos. Una de las más
importantes fue la Universidad de La Habana. Desde
algún tiempo atrás la Orden de Santo Domingo
de Guzmán reclamaba el derecho de fundar una universidad
en La Habana, con las mismas características
que las de Santo Domingo, Ciudad México o
Lima. En 1721, el Papa Inocencio XIII, luego de
escuchar estos reclamos, tuvo a bien apoyar la idea.
También la aprobó el rey de España, Felipe V, quien
propuso la discusión del asunto ante el Consejo de
Indias. De esta forma, el 3 de septiembre de 1728,
se aprobó la construcción de la Real y Pontificia
Universidad de San Gerónimo de La Habana, con
las mismas prerrogativas que las de Alcalá de
Henares, Salamanca y Valladolid, y fue establecida
19
en el Convento de San Juan de Letrán o Convento
de los Dominicos.
Con respecto no ya a la inserción de templos y conventos
cristianos católicos en el tejido urbano, sino a
la arquitectura de éstos, podemos afirmar que en La
Habana están presentes todos los estilos y tipologías
arquitectónicas: barroco, neoclásico, neogótico, romá-
nico, ecléctico, modernista, por solo citar algunos; e
incluso, a veces aparecen mezclados unos y otros.
Hasta el siglo XVII, la ermita, pequeño y rústico templo,
era más común en la ciudad de La Habana. La
Ermita de Jesús del Nazareno de Potosí (1644-1675),
en Guanabacoa, es una de las más antiguas de su tipo
en Cuba.
En el siglo XVIII, al contarse con una mayor cantidad
de recursos económicos, imperó en las iglesias,
templos y conventos el estilo denominado barroco tardío,
adecuado a las condiciones climáticas de Cuba,
con su juego de luces y sombras. Dos de las construcciones
más esplendorosas de esta época son la Catedral
de La Habana y la Iglesia y el Convento de San
Francisco. Durante el siglo XIX y la primera mitad del
siglo XX, se hizo patente una gran diversidad de estilos,
como el neogótico y el ecléctico. Los ejemplos
más interesantes están en la Iglesia del Santo Ángel y
la Iglesia de Jesús ubicada en la calle Reina. En los
poblados periféricos a La Habana, y que hoy forman
parte de ésta, las iglesias parroquiales eran en general
más modestas. La variedad de estilos impera hasta la
primera mitad del siglo XX, y la suntuosidad y riqueza
arquitectónica se adecua al entorno urbano. Pueden
mencionarse algunos estilos tan curiosos como el
neorománico, cuyo exponente más grandioso se puede
apreciar en la Iglesia de Jesús, ubicada en Miramar
(su cúpula es la segunda más grande de Cuba después
de la del Capitolio de La Habana). En otras construc-
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ciones se impuso el modernismo, con su simplicidad
de formas y líneas. Tal vez uno de los más logrados
es el Santuario de San Antonio de Padua.
Las primeras iglesias católicas en los siglos XVI y XVII eran
modestas. Ermita de Jesús del Potosí (1644-1675), una de las más
antiguas de las existentes en La Habana y en Cuba. Está incluida
entre las obras de arquitectura más significativas de la ciudad de
La Habana. Ha sido declarada Monumento Nacional.
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Iglesia de Santa María del Rosario (1733-1766). Denominada en
épocas pasadas La Catedral de los campos de Cuba. Monumento
Nacional. Es considerada entre las más significativas obras de
arquitectura de la ciudad de La Habana.
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A partir del siglo XVIII, los templos católicos adquirieron una mayor
majestuosidad, con el empleo del estilo barroco. Iglesia y convento
de San Francisco de Asís (1730-1739), una de las más hermosas
de Cuba.
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La Catedral de La Habana (1777), una de las más altas expresiones
del estilo barroco en la arquitectura religiosa cubana. Está incluida
entra las obras de arquitectura más significativas de la ciudad de
La Habana. Monumento Nacional ubicado en La Habana Vieja.
Patrimonio de la Humanidad. Fue visitada por el Papa Juan Pablo II
en 1998.
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Iglesia de Santo Ángel Custodio (1690-1810-1870). En ella fue
bautizado, en 1853, José Martí, el Héroe Nacional de Cuba, y fue
escenario de la gran novela cubana del siglo Cecilia Valdés o La
loma del Ángel, de Cirilo Villaverde. Es una muestra del estilo
neogótico en la arquitectura religiosa del siglo .
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Algunas de las iglesias católicas del siglo XX, contaban con una
majestuosidad mayor que las de los siglos anteriores. Iglesia de
Jesús de Miramar (1953), construida en unos de los barrios más
suntuosos de La Habana y de Cuba. Está incluida entre las obras
de arquitectura más significativas de la ciudad de La Habana. Es
el mayor templo religioso de su tipo en el país; su cúpula es la
segunda en tamaño de Cuba, después del Capitolio de La Habana.
Estos casos anteriores, aunque de estilos diferentes,
estaban situados en una zona donde residían las
personas de mayores recursos económicos del país,
de ahí su suntuosidad. Después de 1961, no se construyeron
otras iglesias católicas en La Habana. En
1998, con la visita del Papa Juan Pablo II, se decidió
la construcción de una nueva iglesia en Alamar,
populosa zona urbana del este de la ciudad de La
Habana. La visita del Papa fue muy importante para
la Iglesia Católica, y fue objeto de un gran recibimien-
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to popular. Durante la misa final, en la Plaza de la
Revolución de La Habana, se reunieron unos 800 mil
creyentes y no creyentes, entre ellos miles de turistas,
peregrinos y periodistas extranjeros.
En relación con las ceremonias religiosas católicas
de carácter fúnebre y los cementerios, la historia es
bien curiosa; pues el lugar de los enterramientos se
convirtió en una verdadera controversia entre los
higienistas y propugnadores de la fe católica. Ello hizo
que se prolongara la inauguración del primer cementerio
de La Habana hasta el año 1805. Aun así, fue el
primero de Cuba y Latinoamérica, y uno de los primeros
de su tipo en el mundo.
La polémica entre los higienistas y los religiosos, a
finales del siglo XVIII y principios del siglo , no se produjo
solamente en esta urbe, sino en otras ciudades
de diferentes latitudes; incluso en la propia metrópoli,
España, y en otras naciones de Europa.
Desde 1751, Antonio Gaspar de Pinedo, entonces
procurador general del Ayuntamiento de Madrid, había
manifestado su preocupación acerca de los problemas
sanitarios que ocasionaba el enterramiento en
las ya entonces colmadas catacumbas del interior de
las iglesias de Madrid; y ya en 1752, se hicieron algunos
proyectos de nuevos cementerios, aunque no se
llevaron a la práctica. Fue tan solo en la época del rey
Carlos III considerado por muchos el mejor alcalde
de Madrid; y cuya figura fue la más alta expresión
del despotismo ilustrado que se promulgó la Real
Orden de 29 de mayo de 1781, a pesar de la oposición
de las autoridades eclesiásticas. Ésta propiciaba
el estudio de experiencias de otros países como Francia
e Italia en lo relativo a este asunto. Luego de ello,
otra Real Cédula de 3 de abril 1787 estableció la realización
de proyectos de cementerios ventilados fuera
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de las poblaciones, y la suspensión de enterramientos
en iglesias a partir de 1804, coincidiendo con Francia,
que por Decreto de 12 de junio de 1804, dispuso la
creación de los reglamentos de los tres cementerios
de extramuros en París.
Estas disposiciones de la Corona española se dieron
a conocer tanto en Cuba como en otras colonias
de América; pero fueron recibidas con reticencia, sobre
todo por la oposición de ciertas figuras eclesiásticas
que las consideraban, cuando menos, actos contra
la fe religiosa católica.
En Cuba, y en particular en la ciudad de La Habana,
desde el siglo XVI era una costumbre que los creyentes
católicos, principalmente los de ciertos recursos
y linaje, fueran enterrados en las iglesias, pues no existían
cementerios como tales. Los criollos pobres y los
esclavos eran enterrados en cualquier lugar.
A fines del siglo XVIII y principios del siglo , el científico
cubano Tomás Romay, hombre sumamente culto
e iniciador de la investigación científica en las ciencias
médicas, había conocido las ideas del Iluminismo o
Ilustración europea. Supo de la vacuna contra la viruela.
También había realizado estudios sobre la disposición
de cadáveres en las poblaciones, sobre todo
en las ocasiones en que se desataban epidemias que
producían numerosas víctimas. En esos casos, las iglesias
existentes no alcanzaban para alojar a todos los
fallecidos; y, por otro lado, era una práctica muy da-
ñina para la salud de las poblaciones que se realizasen
enterramientos masivos sin guardar todas las medidas
sanitarias requeridas.
Romay propuso la construcción de cementerios
modernos, y logró el apoyo de algunas figuras en la
Junta Patriótica de La Habana, creada desde 1793.
No obstante, sus ideas resultaban atrevidas para la
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época, y, sobre todo, para el clero religioso y los creyentes,
quienes consideraban los enterramientos en
cementerios como algo profano o que dañaba la fe.
Por ello, el científico solicitó la ayuda del obispo Juan
Díaz de Espada y Landa (1756-1822), religioso de
convicciones profundas y hombre de ideas sumamente
progresistas para su época.
Desde su llegada a La Habana, el 26 de febrero de
1802, el obispo impulsó todas las obras de desarrollo
de la cultura, y le dio su apoyo a Romay y a otras
célebres figuras agrupadas en la Junta Patriótica de
La Habana. Finalmente, el 2 de febrero de 1804, se
prohibieron los enterramientos en las iglesias, y el obispo
Espada adquirió algunos terrenos en los alrededores
de La Habana para instalar el nuevo cementerio.
Éste fue definitivamente concluido e inaugurado por
él un año más tarde, el 2 de febrero de 1805, y en su
entrada se colocó una inscripción en donde se leía:
A la religión A la salud pública. MDCCCV.
El Marqués de Someruelos. Gobernador. Juan
de Espada, Obispo.
Por ello, el primer cementerio de La Habana fue conocido
popularmente como el Cementerio de Espada.12
La inauguración del cementerio de La Habana fue
un gran acontecimiento. El rey de España felicitó al
gobernador y al obispo, y dispuso que se enviaran copias
del reglamento y la memoria descriptiva del cementerio
al arzobispo y virrey de México, así como a
los arzobispos, obispos y gobernadores de Santa Fe,
12 Emilio Roig de Leuchsenring: La Habana. Apuntes históricos,
Editora del Consejo Nacional de Cultura, La Habana, 1964.
29
Guatemala, Caracas y Puerto Rico. El Cementerio de
Espada fue el primero de América, y entre los primeros
de su tipo en el mundo, pues fue edificado tan solo un
año después de los de España, Francia e Italia.
Más tarde, mediante Ordenanzas Sanitarias de 1862,
fueron establecidas otras normativas sobre la disposición
final de cadáveres. No obstante, ya en la segunda
mitad del siglo el propio crecimiento de la población
de La Habana y algunas grandes epidemias entre
ellas la de la fiebre amarilla contribuyeron a que
surgieran varios pequeños cementerios en los alrededores
de la ciudad, algunos de ellos provisionales, como
los de El Cerro, Los Americanos, La Marina, Los
Molinos, Atarés y Casablanca, hoy inexistentes.
Más adelante, se realizó el proyecto de un nuevo
cementerio general de mayores proporciones, el Cementerio
de Cristóbal Colón, destinado a recibir los
restos del almirante, que entonces se encontraban en
la Catedral de La Habana. Inaugurado en 1871, y con
una extensa superficie de 56 hectáreas, es una verdadera
necrópolis o ciudad de los muertos al estilo romano,
con una cuadrícula conformada por calles,
manzanas y parcelas.
Declarada Monumento Nacional, la necrópolis de
Cristóbal Colón de La Habana es una de las más valiosas
de su tipo en el mundo, solo comparable en
América al cementerio de la ciudad de Buenos Aires,
y a algunos en Europa. Su portada es del arquitecto
español Calixto de Loira y las esculturas a relieve en
mármol de Carrara (Italia) pertenecen al cubano José
Villalta. Su capilla central, octogonal o de ocho paredes,
es la única de su tipo en Cuba. Esta última fue
edificada en 1886, y exhibe frescos de Miguel Melero
y vitrales realizados en Colonia, Alemania.
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Necrópolis de Cristóbal Colón (1871). Monumento Nacional.
Arriba: pórtico de entrada. Debajo: la iglesia octogonal, única de
su tipo en Cuba. Con 56 hectáreas, es la más monumental obra
funeraria de La Habana y de Cuba, uno de los mayores cementerios
de América Latina, y se estima que el cuarto entre los más valiosos
del mundo, luego de los de Milán, Génova y París. La riqueza de
su patrimonio histórico y artístico ha sido evaluada en más de cien
millones de dólares.
31
En la ciudad de La Habana, existen un total de 22
cementerios con similares características. Ubicados en
áreas más próximas al centro de la ciudad están el
Cementerio de San Juan Bautista (1877) y el Cementerio
Chino (1893). Otros en los poblados cercanos a
la capital, como el de Peñalver (1818), el de Guanabacoa
(1886), el de Managua (1818), el de Campo
Florido (1886), el de Santiago de Las Vegas (1895), el
de Calabazar (1898) y el de Arroyo Naranjo (1899);
por citar tan solo los más conocidos.
Además de las iglesias, conventos, y cementerios,
en la capital existen otras construcciones relacionadas
con los credos cristianos católicos, como son las esculturas
monumentales religiosas, ubicadas no ya en
el interior de los recintos y templos, sino en los espacios
abiertos de la ciudad, algunas de las cuales poseen
relevancia internacional.
El exponente de mayor singularidad, belleza e importancia
mundial en lo referido a la escultura monumental
religiosa cristiana católica es el popularmente
conocido Cristo de La Habana, o Cristo de Casablanca.
Es una obra de la escultora cubana Jilma Madera, y
está ubicado en las colinas cercanas al poblado de
Casablanca, en la ribera norte de la bahía de La Habana.
Inaugurada el 25 de diciembre de 1958, esta
escultura posee una altura de 15 metros (con su base,
unos 20 metros), un peso total de 320 toneladas, y
por sus dimensiones se encuentra entre los cinco
monumentos mayores del mundo, solo superado en
América por el Cristo del Corcovado en la ciudad de
Río de Janeiro, Brasil.
Otra escultura monumental religiosa cristiana cató-
lica relevante, aunque de menor tamaño y proporciones
que la anterior, es la escultura de Nuestra Señora,
también llamada Virgen del Carmen. Con unos 7,50
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metros de alto y un peso de unas nueve toneladas, se
encuentra ubicada en una torre de unos 71 metros de
altura, en la iglesia del mismo nombre; y puede ser
vista desde varios puntos, en el centro de la ciudad.
El Cristo de La Habana (1958), es el mayor exponente de la
escultura monumental religiosa en Cuba. Con 15 metros de altura,
20 desde su base y 320 toneladas de peso, es el segundo en América
Latina luego del Cristo del Corcovado de Río de Janeiro en Brasil,
y está considerado entre los 5 más grandes de su tipo.
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Otra importante escultura, aunque de menores dimensiones
aún, es la denominada Virgen del Camino,
ubicada en un cruce de vías en la zona sur de la ciudad
de La Habana. Esta escultura es obra de la afamada
escultora cubana Rita Longa, así como la santa
Rita ubicada en la iglesia de similar denominación en
la zona oeste de la ciudad.
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