Olympia History |
Por María Eugenia
Caseiro
De los chinos guardo gratitud, especialmente el gusto por el arroz. Ese
arroz que en la mesa de los hogares humildes agranda la porción y hace que los
alimentos menos adquiribles, sean más fútiles en el plato. Arroz que colinda
con la nobleza del pan, de inigualable valor universal en toda mesa y aún sin
mesa, siempre el pan. Ese arroz que, afectada por una diverticulitis crónica,
me vi privada de comer durante largo tiempo, ha regresado a ser mi pan luego de
una cirugía en la que se extirpó lo que había que extirpar, y por si fuera
poco, utilizando un instrumental casi todo traído de China, ensamblado en
cualquier parte, aunque ostente una marca registrada de tal o cual latitud, y
sus letricas estén escritas en otro idioma, menos en Chino, claro, porque casi
siempre las cosas chinas tienden a que se les tilde de abalorio.
En fin que conviene repetir que a los chinos, y no hablo de mandatarios de
época alguna, ni siquiera de dinastías y esos pormenores, claro, sino de
chinitos de a pie, en lenguaje cubano, de chinitos trabajadores y sencillos, de
esos que antes andaban con su sombrerito y una larga vara en hombros que aquí
no escribo el nombre no sea que ofenda a algún lector estirado, les debo
algunas cosas importantes. Es obvio que decir esto es repetitivo, pero hay que
repetir lo del pan y lo del arroz porque hay panes que, como el arroz, no se
sirven en la mesa, o si se quiere expresar de manera más cabal; panes que no se
comen, pero nutren y que no van sino a la mesa de los sentidos. Por eso a los
chinos les guardo agradecimiento, como mi gusto por el dominó, por ejemplo.
¿Que el dominó no es un juego chino? ¡Ah!, eso se lo dejo a usted para que
lo averigüe, porque hay una historia muy norteamericana que lo cuenta, pero yo no
lo sé, o por lo menos, sin hacerme la china, digo que no me conviene saberlo, porque
tampoco es verdad todo lo que se cuenta de todas las cosas que andan por ahí,
disputándoselas un montón de lugares. Yo sólo digo la parte que me gusta,
conviene y corresponde del asunto, para dar con ello fe, constante y sonante
como una peseta en bolsillo de pobre, de lo que es un cuento chino, y esa parte
es…, bueno, ya no la voy a repetir en este párrafo, pero sí voy a decir que a
Cuba los chinos llegaron con su equipaje de sueños, y entre otras cosas que
llevaron y enriquecieron nuestra cultura, como aquellos abaniquitos tan monos y
aquellos farolitos de colores tipo acordeón, la corneta china, el Ichín, los
palitos chinos…, cargaron con unas cajitas que contenían esas piezas
dobleochezcas, por citar uno solo de los componentes numéricos del jueguito,
que hicieron historia en Cuba a tal punto que nosotros los cubanos, hoy por hoy
somos los campeones del mundo del dominó y que me perdonen los que opinen de
otra forma, porque en esto sí que no les voy a dar gusto a los estirados como
en aquello de no escribir ciertos nombrecitos.
Volviendo a los chinos. Estos personajes de nuestra historia. Yo hablo de
la historia cubana, no de la de otros países, porque los chinos son cubanos,
por si usted, amigo lector no lo sabía, y antes que usted me diga otra cosa, le
advierto que esto tampoco está en discusión y le comento que los primeros
chinos que habitaron este planeta fueron cubanos, sí señor. Es una lástima que,
por razones de espacio, tuvieron que emigrar, aunque luego de emigrar y luego
de unos cuantos tsunamis, diluvios y otros fenómenos no tan naturales,
regresaron a Cuba.
Antes de que usted me pregunte por qué afirmo esto, se lo voy a responder
con otra pregunta: ¿Sabe usted en qué lugar del mundo nació el cuento?, ¿acaso
no sabe usted que los mejores cuentistas del mundo son cubanos? Pues si sabe
eso, debería saber que el cubano es el único y mundialmente reconocido creador
del cuento, y por si saber esto no le basta, agrego que el cuento como tal no
es lo que hoy día se conoce como género literario. El cuento es mucho más que
eso, es una forma de andar por la vida sin trabajar, o sea de ganarse los
frijoles sin disparar un chícharo, y de otras fruslerías de inigualable fin.
Pero resulta que el cuento, desde sus más remotos inicios, no era solo un
nombre sin apellido, no era un ciudadano sin país, sino todo lo contrario, era,
nada más y nada menos, que el cuento chino.
Ahora yo le respondo con otra pregunta: ¿Son o no son los chinos cubanos?
IsladeMambrú10232013
MARÍA EUGENIA CASEIRO. Poeta y narradora. La Habana, Cuba, 1954. Miembro de
la Unión de Escritores y Artistas del Caribe, Unión Hispanoamericana de
Escritores, Asociación Caribeña de de Estudios del Caribe y Miembro
Correspondiente de la Academia de la Historia de Cuba-USA, Miembro Colaborador
de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE). Colabora con la
Asociación Canadiense de Hispanistas. Integra la Muestra Permanente de Poesía
Siglo XXI de la Asociación Prometeo y el Consejo Editorial de La Peregrina
Magazín. Ha publicado, “No soy yo”, “Nueve cuentos para recrear el café”,
“ESCAPARATE, el caos ordenado del poeta”, “Arreciados por el éxodo” y “A
Contraluz” entre otros. Ha oficiado como jurado en certámenes de poesía y
narrativa, así como sus narraciones y poemas han sido traducidos a diversas
lenguas que incluyen euskera, japonés, y árabe. Ha recibido honrosos
reconocimientos en países latinoamericanos, así como en Europa y en el Oriente
Medio.
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