Anna
Diegel
“Siempre llevo mis raíces conmigo”, dijo Mireya Robles en una
entrevista en la cual le pidieron que hablara de sus sentimientos hacia su país
natal. Mireya salió de Cuba para los Estados Unidos en 1957, sola, a la edad de
23 años. En aquella época, todavía no había estallado la revolución cubana.
Normalmente, el exilio se define como un destierro provocado por fuerzas fuera
del control de un individuo. Pero Mireya Robles escogió dejar su país,
no por presiones políticas (lo que probablemente hubiera sido el caso unos años
después), sino por razones personales, pues se sentía encarcelada en un medio
ambiente provincial y sofocante. Sin embargo, en su vida estadounidense,
siempre consideró su dislocación de Cuba como un exilio. Al llegar a los
Estados Unidos,
Mireya Robles empezó a pintar y a escribir para expresar la desolación que
sufría después de la separación de su país y de su pasado. “Creo”, dijo en la
entrevista citada arriba, “que el cubano nunca se desprende de su tierra, no
importa donde esté ni cuán amplia sea la separación temporal. Es una intimidad
telúrica indestructible. Es el cordón umbilical conectado a nuestra tierra.” (8. Alfonso, p. 35). Cuando, hace varios
años, en un ensayo crítico, quise describir la novela de Mireya Robles, Hagiografía de Narcisa la Bella, como “la historia de una familia pequeñoburguesa en la Cuba prerrevolucionaria,
ella me corrigió vehementemente. Se trata, ella insistió, de la historia de una
familia cubana en los años cuarenta. La revolución y la política, dijo, no
tienen nada que ver con la emoción que la llevó a escribir esta historia. Además,
esta nostalgia no es estrictamente geográfica o relacionada a una época
definida. En su escritura, Mireya Robles, sí, procura reconstituir sus memorias
de la topografía de Cuba y describir exactamente la vida cubana diaria de su
infancia y de su juventud. Pero a medida que uno penetra en la obra de Mireya Robles, se
percibe que aquí se trata de un sentido del exilio más complejo, de un deseo
sin objeto preciso, compuesto de pesar y de ternura al mismo tiempo. Es un
sentimiento estrechamente relacionado con el ansia de amor. Este sentido de
alienación y de soledad nos recuerda la saudade lusitana. En
la pintura y la literatura de Mireya Robles, esta nostalgia es la fuente viva
de su inspiración creadora.
Varias veces le pregunté a Mireya Robles, que adora viajar,
porqué no había ido a Cuba para volver a ver los lugares donde había pasado su
infancia y su juventud. “Temo”, ella dijo, “que si voy allá, pierda las
imágenes de la Cuba de antes, que me acompañaron durante toda mi vida”. En
Cuba, las experiencias personales de Mireya Robles no fueron siempre felices, y
por esto dejó su país, voluntariamente, después de una desilusión sentimental.
Su madre la siguió más tarde y Mireya Robles, finalmente, se estableció con
éxito como profesora de universidad en los Estados Unidos. Sin embargo, la Cuba
de los años treinta, cuarenta y cincuenta es el lugar donde Robles recibió su
lengua y su forma de ver las cosas, y por esto ella siempre regresa a sus
raíces en su escritura. Un exiliado europeo puede volver físicamente a su país
y sumergirse de nuevo en los recuerdos de su juventud. Pero en Cuba, como en
todos los países que sufrieron trastornos violentos, las transformaciones que
ocurrieron son tan drásticas que ahora es difícil reconocer las huellas de la
civilización anterior.
Al principio, Mireya Robles
expresó aquella nostalgia por su pasado en la pintura, en la poesía y en la
narración corta. Siempre había escrito poemas, pero después de su llegada a los
Estados Unidos, empezó a pintar “febrilmente, desesperadamente, a veces por
noches enteras, impulsada por una obsesión de salvar algo…”, como escribió más
tarde (1. Robles, p.146). Su desolación estaba relacionada a su reciente
fracaso sentimental, pero también, sentía la pérdida de un modo de vida
familiar desaparecido para siempre. Los dos temas se confunden en las pinturas.
Algunas muestran caras tristes o cuerpos de mujeres acurrucados en forma de
feto, otras representan paisajes urbanos, de calles desiertas. A veces, el
vacío que siente Mireya Robles se manifiesta en visiones como la del cuadro
“Cavernas” (4. Robles, p. 25), donde estalagmitas y estalactitas se estiran
unas en dirección de las otras, sin atingirse, y transmiten un sentido de
ruptura entre dos mundos. A través de su vida, Mireya Robles publicó varias
colecciones de poemas, y su poesía también refleja el dolor de la separación y
de la pérdida del pasado. En uno de estos poemas, por ejemplo, la voz poética
se describe como “desarraigada/ciudadana trashumante/de la piel del mundo” (5. Robles, p. 15). En otro poema, Robles alude a su
infancia, en la que tenía una premonición de su condición dolorosa de exiliada:
“Pidámosle silencio al miedo/Que no suene en el cordón de mis zapatos/cuando
digo: niña, corre, el abecedario a cuestas/y en el plano inclinado se descarna
tu muerte/en el dos tan frágil de la tarde/Jugabas a llorar tempranamente…” (6.
Robles). Varios cuentos de Mireya Robles, también escritos después de su salida
de Cuba, expresan la misma idea de exilio y de alienación, tal como
“Frigorífico del Este” (7. Robles), en el que la protagonista se encuentra en
un mundo desconocido y deshumanizado, donde los personajes parecen autómatas.
Mireya Robles es conocida en el mundo literario hispánico
principalmente como novelista. Una mujer y otras cuatro, la
primera novela que escribió en los Estados Unidos, aunque no se publicó hasta
2004, es una busca del tiempo perdido. La primera parte de la novela describe
la vida de una mujer, un alter ego de la autora, desde su infancia hasta su
salida de Cuba. El epígrafe del libro cita el pensamiento de otra escritora
cubana, Maya Islas: “Las memorias nos definen. Este fluir de la vida que
tuvimos y que ya no está como presencia, es lo que nos valida”. La narradora de
Una
mujer y otras cuatro cuenta su infancia con la voz de una niña que
descubre el pequeño mundo de su aldea, Caimanera. Habla de su fascinación por
unos vecinos chinos cuya lengua se apasiona en aprender, y el lector ríe de su
interpretación ingenua de los chismes de la gente sobre los escándalos locales.
Robles describe en detalle y con ternura, personajes, calles, casas y muebles,
y habla sabrosamente de la comida y de la cocina de su país. Ya durante la
infancia se manifiesta el sentimiento de destierro. La protagonista sufre el
dolor del exilio cuando debe separarse de su madre para ir a estudiar en un colegio de
Guantánamo, la ciudad vecina. Años más tarde, mujer ahora, ella decide mudarse
para los Estados Unidos, y experimenta este dolor otra vez: en el avión que la
lleva a Miami, tiene una visión que es una casi alucinación, en la que revive
la muerte de su adorada abuela.
En la segunda novela de Mireya Robles, Hagiografía
de Narcisa la Bella, el tema de la soledad y de la alienación se
intensifica. Esta novela trata de una niña explotada por su familia. La
protagonista, Narcisa, tiene ansia de un mundo más amplio y bello que en el que
vive, a pesar de los esfuerzos que hace para adaptarse y para ser amada por su
familia insensible y de miradas estrechas. Al final de la novela, el ansia de
aceptación y de amor de Narcisa da lugar a una simbólica escena de canibalismo,
en la que su familia la devora. Aquí también abundan los pormenores sobre la
vida diaria en Cuba. Esta vez, se trata de Baracoa, y al final del libro, el
lector tiene la impresión de conocer esta ciudad. Se describen exactamente las
calles que recorre Narcisa, la heroína, para ir a la escuela, se retratan las
casas, la gente que la niña encuentra, se cuentan las ceremonias de la iglesia
católica y las fiestas de bautizo o de aniversario. A veces, los relatos
adquieren un tono dulcemente irónico, como en la escena en la cual el hijo de
la familia se ríe sotto voce de la hipocresía del cura que lo confiesa.
En una de las descripciones, Mireya Robles dedica casi una página entera a la
enumeración de los regalos recibidos por la niña Narcisa el día de su
cumpleaños, regalos que incluyen objetos de aquella época y ahora ya desusados,
como peines de plástico decorados con la figura de Betty Boop. En otro pasaje,
Mireya Robles describe meticulosamente la arquitectura de un filtro de tela
colgado de un soporte de madera, con el cual su abuela colaba el café. En la
escritura de Mireya Robles, estos pormenores son una forma de recuperar un
pasado perdido y de fijarlo. Además, fuera de la minuciosa descripción de la
vida diaria, en Hagiografía de Narcisa la Bella, Mireya Robles usa
la técnica del realismo mágico, con la que la novelista ultrapasa las fronteras
del mundo tangible. Narcisa tiene la capacidad de clarividencia, que le permite
penetrar en la mente de otras personas. También, tiene el poder de influir la
materia por el pensamiento: en un pasaje de la novela, construye “chimeneas”
mágicas para escapar de su triste realidad diaria. Finalmente, Narcisa puede
volar o transportarse mentalmente a otros lugares, lo que nos da una
perspectiva más amplia de la geografía cubana, cuando ella sobrevuela varias
regiones de la isla. Más que todo, las salidas de Narcisa a un mundo
extra-sensorial simbolizan su ansia de ideal y su nostalgia de una vida más
libre y más llena de amor.
En la novela La muerte definitiva de Pedro el Largo, “la novela más inmediata a mí”, según una
entrevista hecha a la escritora en 1991 (9. Soto, p. 19), el personaje
principal también tiene el don de la magia. Esta novela es la última que
escribió Robles (y la segunda que se publicó). En toda la literatura de Mireya
Robles, es la obra que más intensamente traduce el sentimiento de alienación y
de nostalgia de un ideal inalcanzable. Por un lado, la novela contiene una
crónica de la vida cubana diaria: un aspecto interesante de esta obra es la
forma en la que la escritora transcribe y hace revivir la lengua del pueblo, con la ternura irónica que caracteriza sus recuerdos de Cuba. Aquí también abundan los
pormenores realistas. Pero más que todo, La muerte
definitiva de Pedro el Largo es
la crónica de un exilio interior. Pedro el Largo, un viejo que es “una parodia
del chamán, un loco visitado por la sabiduría, un sabio en estado constante de
locura”, según lo describe Mireya Robles (9. Soto, p. 18), está en busca de la
“muerte definitiva” que lo liberará de su doloroso sentimiento de alienación,
una alienación simbolizada por una serie de reencarnaciones, en las que se ve
proyectado de un papel para otro, papeles masculinos y femeninos, de varias
épocas y geografías. Pedro, en muchas de sus reencarnaciones, está en busca
dolorosa de un amor absoluto. Al mismo tiempo, lo absurdo de la vida errante de
Pedro el Largo tiene cierto elemento cómico, pues los varios personajes que
encarna son incongruos e insólitos. Pedro nace ya viejo, de un retrato de Van
Gogh (que Mireya Robles identificará más tarde como el dibujo Treurende oude man
(Viejo afligido) de 1882, ahora en el Stedelijk Museum en Ámsterdam), y se va
al río Guaso, que pasa por Guantánamo, donde se desdobla en una docena de personajes, desde personas humildes del
pueblo cubano de los años cuarenta hasta un emperador de la China antigua.
Todos estos personajes, algunos dulcemente irónicos, otros risibles o
francamente grotescos, tienen en común un sentido de alienación y de separación
de los demás humanos.
La obra de Mireya Robles nos muestra que su sentido de exilio
no es una simple nostalgia del lar natal, aunque los colores de Cuba componen
la tela de fondo de su obra. Más bien, se trata de una emoción compleja e
inmanente en la persona, causada por el paso del tiempo y por la memoria de un pasado
irrecuperable. Se parece a las saudades lusitanas, donde el
elemento principal es un ansia por un ideal de amor irrealizable en la vida
adulta, y que se sitúa en los recuerdos de la infancia. En la obra de Mireya
Robles, estos recuerdos suscitan una tristeza que es, al mismo tiempo, ternura.
El sentimiento de destierro de Robles no es un pesimismo
depresivo de poeta maldita. En su obra alternan los momentos de melancolía y de
alegría, la cual se expresa en forma de un humor suave, particularmente en Hagiografía
de Narcisa la Bella y en La muerte definitiva de Pedro el Largo.
En la vida como en la obra de Mireya Robles también, a veces, el desgarramiento
del exilio y la alegría soñada de la infancia llegan a juntarse. En la última
parte de su carrera de profesora, Mireya Robles se mudó a Durban, en Sudáfrica,
donde enseñó por diez años. La estancia de Mireya Robles en Durban fue una
época positiva para ella, tal vez porque esa ciudad subtropical le recordó a
Cuba, y porque encontró allá mucho calor humano. Durban aparece en un pasaje de
La
muerte definitiva de Pedro el Largo. Pedro, con un escuadrón de
amigos cubanos, emprende un vuelo astral que lo lleva a aterrizar en Durban,
una ciudad en la que “admiraron todo y se regocijaron a cada paso” (3. Robles,
pp. 110-111). Mireya Robles habla explícitamente de sus sentimientos en una
entrevista de 1991, antes de su regreso definitivo a los Estados Unidos, donde
tuvo que regresar para ocuparse de su madre: “Sudáfrica es un hermoso país que
amo. Llegué a Johannesburgo el día 13 de julio de 1985. Al día siguiente, en el
avión de South African Airways que me llevaba a Durban, oí La
Guantanamera. Sentí que me daban la bienvenida. Sentí que una puerta
se abría para mí. Una puerta a un mundo en que muchos mundos convergían en uno
solo” (9. Soto, p. 19).
Bibliografía
1. ROBLES, Mireya. Una mujer y otras cuatro. Editorial
Plaza Mayor, Inc., San Juan, Puerto Rico, 2004.
2. __ Hagiografía de Narcisa la Bella.
Ediciones del Norte, Hanover, N.H., 1985.
3. __La muerte definitiva de Pedro el Largo. Lectorum, S.A., México, 1998.
4.__ Las pinturas de Mireya Robles. Editado por Anna Diegel
y Olaf Diegel. K&L Publishing, Auckland, 2006.
5.__ Tiempo artesano, poemas. En Dos
Poemarios. Xlibris Corporation, Bloomington, IN, 2010.
6.__ Solitarios del silencio, poemas. En
Dos Poemarios. Xlibris Corporation,
Bloomington,
IN, 2010.
7. __ Frigorífico del este, cuentos. Xlibris Corporation, Bloomington, IN, 2010.
8.
ALFONSO, Vitalina. Ellas hablan de la isla. Ediciones Unión, La
Habana, 2002.
9. SOTO, Francisco. “Mireya Robles: una cubana en Sudáfrica”.
Linden Lane Magazine, Vol. X, No. 4,
Princeton, NJ, 1991.
Diegel, Anna. Ciudadana trashumante: 9 ensayos sobre la
obra de Mireya Robles. Alexandria Library Publishing House, Miami, 2015.
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