Una novela de Azorín
Mireya Robles
Se nos presenta Azorín. Nos comunica que piensa escribir una novela. Nos deja observarlo en su proceso creativo. De pronto, se reviste con el nombre de Antonio Quiroga y se convierte en narrador y personaje central de El escritor.
Azorín, como protagonista, divide la parte de la novela que él escribe, en dos: la primera, que abarca hasta el capítulo XX, se ocupa en describir su vivir diario, sus relaciones con otros escritores. Nos presenta su novela en germen y le vemos confeccionarla. Todo esto, siguiendo la modernísima técnica de Fellini y Antonioni (o de Igmar Bergman en Wild strawberries), cuyas presentaciones cinematográficas no son más que un continuo sucederse de lo cotidiano. No hay evolución propiamente dicha; no hay clímax; no hay un final que dé por concluida la historia que nos cuenta. Es la presentación de un pedazo cualquiera de la vida de los personajes. Una vida que ya empezó antes de la narración y que continuará después de ella. Es un pedazo de vida que no está formado solamente por un conglomerado de momentos cumbres. Es una vida que se acerca bastante a la realidad. Y la realidad está, mayormente, hecha de momentos triviales.
Al llegar al capítulo XXI, Quiroga nos dice que allí comienza una segunda parte de los anales. Difiere esta parte de la primera, en que en ella se establecen, a pesar de los recelos de Quiroga y de las impugnaciones de Dávila, relaciones de franca amistad entre los dos escritores. El campo literario en el que ambos se desenvuelven los une y los separa a la vez. Dice Quiroga: “Dávila y yo somos sinceros amigos, y, sin embargo, nos oponemos”. “Dávila cultiva también, como yo, la literatura imaginativa. Y éste es el terreno en que dichosamente Dávila y yo confluimos”. Esta segunda parte de los anales, como los llama Azorín, protagonista, termina en el capítulo XXVII. Añade entonces Azorín, autor, una tercera parte, el “Suplemento a los anales”, narrada esta vez por el joven Dávila.
En esta tercera parte ocurre un cambio notable de los dos escritores que se corresponde con el cambio político por el cual atraviesa la nación. Azorín, indirectamente, nos indica que se trata del hecho histórico conocido por el nombre de guerra de Liberación, o guerra civil española.
Sabemos que Azorín nació en 1873. En 1936 tendría sesenta y tres o sesenta y cuatro años, coincidiendo exactamente con la edad del protagonista: “Tenía yo, Antonio Quiroga, a mis sesenta y cuatro años, con mis cincuenta volúmenes, ante mí, un escritor que nacía”. Además, Dávila comenta en los anales: “El maestro, cuando se marchó a París, dejó una España, y al volver de París ha encontrado otra”. Díez Echarri y Roca Franquesa comentan: “Entre 1936 y 1939, época de la guerra de Liberación vive [Azorín] preferentemente en Francia. Regresa a España y reanuda sus colaboraciones y publicación de libros hasta que cumple los 80 años”. (1)
No es difícil, pues, identificar el hecho histórico al que se refiere Azorín. No es difícil siquiera reconocer a qué tendencia política pertenece cada uno de los protagonistas. Lo que sí es difícil es desentrañar la ideología política de Azorín.
El viejo maestro, Quiroga, es evidentemente Republicano. Eso lo deducimos por exclusión: Dávila nos dice que ha pasado tres años de “intensa y fecunda acción”. Como resultado de esa labor, Dávila ha llegado a ser coronel y lleva al pecho la cruz Laureada. Su posición económica y social, mucho más elevada ahora, indica que pertenece al bando victorioso: es franquista. Por su mujer, Magdalena, sabemos que ahora disfruta de “cuadros magníficos, ricas alfombras, vajillas de porcelana antigua”.
Quiroga, opuesto al régimen que ha producido este “cambio de luz”, padece necesidades económicas. Dávila tiene que enviarle pan diariamente. Quiroga no puede siquiera pagar sus facturas.
Lo que no lograron las diferencias en el campo literario, lo lograran las del campo político. Las relaciones entre los dos hombres se resienten, se apagan. Quiroga pasa a ser para Dávila “lo transcurrido”, “lo pasado”. La realidad política de Dávila es ahora su única realidad. En ella no hay lugar para Quiroga. Como dice el mismo joven, en ella “estoy, dichosamente, inmerso. Desde esta orilla, conmovido, contemplo en la opuesta a don Antonio”. “Haga yo lo que haga, la distancia que me separa de don Antonio es grande. Grande y dolorosa”.
¿Cuáles son las ideas políticas de Azorín en el momento en que escribió esta novela? Así le describen los historiadores y críticos literarios:
Fue al principio de su carrera literaria, escritor rebelde y revolucionario. Pero bien
pronto se quedó en puro artista. Luego ha sido, en política, diputado conservador.
(2)
Nada en su persona o en su conducta, recuerda las estridencias --pronto apagadas--
de una juventud rebelde; nada recuerda al anarquista que paseó por la corte
llevando, como estandarte, un paraguas rojo. (3)
1902: redactor de “El Globo”, periódico republicano y anticlerical. Azorín apareció
en escena tronando firme y en un plan de ‘niño terrible’; iconoclasta y anárquico
que para sí quisieron otros revolucionarios del 98. Verdad es que aquel furor, aquel
desequilibrio nervioso en hombre tan bien templado como Azorín, dura poco
tiempo. (4)
Es decir, coinciden los críticos en que la tendencia al anarquismo y a la revolución asoma en Azorín sólo en la primera etapa de su obra literaria. En la última, a la cual pertenece El escritor, ya se ha declarado “católico firme, limpio y tranquilo”, y considera sus ideas “justas, serenas, ortodoxas y españolísimas”. (5)
Refiriéndose al ideario se Azorín, comentan Díez-Echarri y Roca Franquesa: “Tratándose de Azorín, casi no cabe hablar de ideario.... No se busque en él ni en sus compañeros de promoción, por supuesto, nada que signifique sistematización de principios metafísicos, políticos o morales. Puestos a rastrear su obra, lo más que puede sacarse en relación a España es un porfiado ahínco por volver a lo genuino y racial, pasada la fiebre de ‘europeización’ de sus primeros libros” (6)
En efecto, si vemos al autor a través de los dos personajes principales, podríamos decir que no cabe hablar de ideario. El autor mantiene una actitud equilibrada entre la tendencia de cada uno de los personajes, inclinándose sólo a aceptar favorablemente lo que ha dado lugar a esa tendencia en ambos: su amor a España. El maestro y el joven escritor, siguiendo tendencias distintas, confluyen en ese amor a la patria. Por eso dice Dávila: “Estando lejos, en la otra orilla, ¿cómo sin percatarme, lo advierto cerca, en la misma ribera en que yo poso la planta?”
El autor, por otra parte, no pone a Dávila en una posición desventajosa por haberse identificado con este ‘cambio de luz’. Por el contrario, el joven escritor ha salido de esta lucha fortalecido en sus propias convicciones: “La vida activa, al aire libre, la vida en peligro constante, ha atezado mi rostro, ha curtido mis manos y mis brazos siempre desnudos y ha puesto en mi espíritu una sólida confianza en mí mismo”. El mejoramiento económico con el cual ha sido favorecido no convierte a Dávila en un ser engreído y frívolo, sino por el contrario, reafirma su inclinación religiosa y su deseo de hacer el bien a los demás: “Las mañanas se nos van a Magdalena y a mí subiendo y bajando escaleras en casas pobres”.
Quiroga no se nos presenta como un fanático cuya única meta es imponer su ideología política. Cuando tiene oportunidad de hablarles a los jóvenes que se reúnen en casa de Dávila, no les incita a que sigan una u otra tendencia política, sino que deposita en ellos su fe y les encomienda, como lo haría Rodó en Ariel, el futuro de su patria: “Ante vosotros tenéis, no sólo la pasada historia, sino la historia por crear. En vuestras manos está la masa con que se crea. En nuestra España hay que trabajar con abnegación y perseverantemente. Estáis animados de los más nobles propósitos y tenéis alientos para la obra”.
NOTAS
1. E. Díez-Echarri y J. M. Roca Franquesa, Historia general de la literatura española e hispanoamericana (Madrid, 1960), p. 1259.
2. M. Romera-Navarro, Historia de la literatura española (Boston, 1966), pp. 675-676.
3. Ricardo Gullón, Panorama de la literatura española (New York, 1967), p. 438.
4. Díez-Echarri y Roca-Franquesa, op. Cit., pp. 1258-1259.
5. Ibid., p. 1962
6. Ibid.
BIBLIOGRAFÍA
Descola, Jean. A History of Spain. New York: Afred A. Knopf, Publisher, 1963.
Díez-Echarri, E y Roca Franquesa, J. M. Historia general de la literatura española e hispanoamericana. Madrid: Aguilar, 1960.
Gullón, Ricardo. Panorama de la literatura española. New York: Harcourt, Brace & World, 1967.
Martínez Ruiz, José (Azorín). El escritor. Buenos Aires: Espasa Calpe, colección Astral, 1952.
Pérez Bustamante, C. Compendio de historia de España. Madrid: Ediciones Atlas, 1964.
Romera-Navarro, M. Historia de la literatura española. Boston: D. C. Heath y compañía, 1966.
Publicado en NORTE, No. 6, Año X, Amsterdam, Holanda, Noviembre-Diciembre, 1969, pp. 118-121.
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