Por: Eliana Onetti
Padre,
cuando pienso en ti
tan sólo tengo
un concepto
racional y abstracto,
desnudo de amor
paterno.
Si alguna vez
encuentro tu foto amarillenta
hojeando los
recuerdos familiares,
veo sólo el rostro
de un extraño
con gafas y con
traje.
No tuve
tus brazos férreos
apoyando mi infancia desvalida,
ni el beso
de tus labios
varoniles en mi frente dormida.
Me faltó
el azote merecido,
justo castigo a la desobediencia,
y el consejo
puntual y necesario
en cada encrucijada
del calvario.
No pude hallar consuelo
en tu figura
cuando me hirió de
espinas mi andadura,
pero hallé en mis
entrañas la energía
para vivir sin ti
mi única vida.
No sé, ni me
atormenta en absoluto,
por qué fuiste tan
cruel y tan cobarde.
No sé siquiera
si estás muerto o
si acaso vives todavía.
No sé tampoco si en
tus sueños
te has acordado de
mí o si has sentido
curioso afán por
conocer de cerca
este trozo de vida
que yo aliento.
Sí siento no saber
ni cómo has sido
para mejor poder
catalogarme.
Que quizás soy como
soy
porque tú también
lo has sido.
Y no sé qué
virtudes eran tuyas
ni cuál de mis
defectos tú has tenido.
Así es el sin
sentido de la Vida:
dos seres tan
cercanos en la carne
y tan ajenos en el
sentimiento.
Por eso pienso en
ti muy pocas veces.
He vivido sin ti
como he podido
Y me siento
orgullosa de ser fuerte.
Sí deseo que hayas
sido mejor padre
para otros hijos
que sí te hayan tenido.
Y voto, padre mío,
por que te amen.
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