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sábado, 1 de septiembre de 2018

El Escritor y sus Fantasmas.





 Litteratum radices amarae, fructus dulces. CATO 

Mario Andino 

La labor del novelista es solitaria y ardua y, como ser humano, fantasmas se ciernen sobre él, al escribir. He querido llamar a estos "fantasmas": "nuestra cualidad racial de no escucharle a nadie", en la mayoría de los casos; el ser reacios a las: "autocríticas" y, mucho menos, a las ajenas; para que no me acusen de negativo, aconsejo practicar el periodismo, como preparación previa para el novelista; y atreverse a ser juez de concursos de novelas, por lo menos, de uno porque, por muy superiores que nos sintamos, aprenderemos cosas nuevas, al serlo, y hasta nos llevaremos algunas valiosas sorpresas al desempeñarnos como tal. Tuve la suerte de tener de catedráticos a profesores que escribían ficción y ensayos. He aquí algunos de sus consejos acerca de escribir prosa: 

1. No empezar nunca una novela con el clima: en general, el lector empezará a hojear hasta encontrar a una persona. 

2. Evitar los prólogos: podrían ser una molestia, en la mayor parte de los casos, especialmente cuando alguien ya escribió una presentación de libro, incluida en el volumen. Los prólogos se prestan más para libros de ensayos y, así y todo, el texto de éste puede revelar más de lo que parece. Hay gente que, bajo el disfraz de "decir la verdad" puede arruinar el libro.Algunos son sinceros, aun si desubicados y, otros, envidiosos o con una agenda político-literaria. El lector coge el libro, en la librería y da una mirada al prólogo, después de las portadas. 

4. No usar adverbios con el verbo "ser", especialmente: adverbios usados en demasía, quitan fuerza a la prosa y, al rimar, cansan al lector y lo invitan a la distracción. Además, alteran el ritmo de la prosa y, al rimar, cansan al lector y lo invitan a la distracción. Además, alteran el ritmo de la prosa y tropiezan la lectura. En efecto, era mejor la manera antigua, aunque más larga (en ese entonces tenían todo el tiempo que quisieran): "con calma en la mente" (hoy, calmadamente), "con poesía en la mente" (hoy, poéticamente), etc. 

5. Mantener los puntos exclamativos bajo control: se aconsejan, tradicionalmente, no más de dos o tres parejas de exclamativos por cada mil palabras de prosa (como punto de referencia), a no ser que el autor escriba diálogos muy animados, Y, aún así, ¡cansan ! Es necesario que los exclamativos sean el punto dramático más alto de la prosa. Si el autor necesita mayor intensidad expresiva, ¿qué puede usar para señalarlo? 

6. Usar dialectos, patois, calós y jergas locales con moderación: los diccionarios al fin del libro son irritantes para la mayoría de los lectores y una prueba de la falta de comunicación del autor. 

7. Evitar descripciones excesivas de personajes y ambientes" si las des­cripciones de ambos, no van a tener un valor futuro para la compren­sión del lector sobre sucesos siguientes en la obra, son innecesarios. "Ella se había sacado el sombrero y lo puso sobre la mesa", debiera tener una justificación posterior en la novela. La técnica fílmica no es siempre recomendable para la ficción escrita porque los actores ahorran parlamentos con el lenguaje corporal. 

8. Tratar de dejar fuera los párrafos que el lector generalmente evita: segmentos de prosa gruesos y palabrudos, que el autor novicio no puede evitar para demostrar su dominio del léxico. Es mejor usar, para el efecto, parlamentos de un personaje porque esa herramienta baja el nivel semántico a la altura social de quien habla y no aparece, así, hablando como el Académico de la Lengua, ni tan largo. 

Y---¡ya lo sé! Es probable que yo no cumpla todas estas reglas, todo el tiempo, en mis humildes obras. Por lo tanto, por favor, hagan los que digo y no lo que hago. Mis maestros me dieron buenos consejos. 

  Cuando me pidieron que sirviera de juez literario, para un concurso de novelas en una universidad vecina, donde existe una concurrencia sólida de estudiantes hispanohablantes, respondí que "sí", con entusiasmo y de inmediato. Pero ¿qué pasaría con la novela que estaba escribiendo y que tenía una fecha fatal fijada por la editorial? Mis colegas me advirtieron que la función de juez era una labor ocupadísima. Para cumplir con la fecha fijada para terminar la lectura de los concursantes, leí incansablemente, haciendo pausas solamente para tomar notas y anotar preguntas que quería hacer a los escritores en cierne. De lo que no me había dado cuenta, fue que a maratón de dos meses de lecturas cambiaría mi comprensión de la forma de la novela y me forzó a ver mi estilo de prosa de una manera diferente.Tal vez, esto ocurrió porque, por primera vez, leí libros que no elegí cuidado­samente y, en tal número. Algunos me deleitaron y otros, no tanto. Con las diversas lecturas, empecé a notar patrones estilísticos de moda o pertenecientes a autores de moda. Los comienzos de los manuscritos, en general, eran muy buenos, se notaba que les habían aconsejado que los primeros párrafos debían apoderarse de la atención del lector. Pero ya en las páginas intermedias de los manuscritos, el interés empezaba a decaer, algo muy difícil de superar para cualquier escritor. La caracterización de los personajes se diluye, los motivos de cada uno de ellos flaquean y la acción de la trama ya no revela hacia adónde quiere ir el narrador con la historia. Finalmente, la novela tropieza en sus propias palabras y aterriza en lugares comu­ nes, finales obvios o en un desenlace estereotipado. La novela exitosa, como me enseñaron mis maestros para el Doctorado, algunos de ellos escritores de fama, tiene la forma de una campana. Al tope, empieza apretada de detalles importantes y breves. En cuanto el lector sepa dónde está, por qué, cuándo, cómo y quién, entran los detalles (aunque no en demasiado exceso) y la barriga de la campana se ensancha. La novela debe ser, según mis maestros, "un sueño vívido y continuado." En ese punto se sugiere un sentido de expansión, preparatorio para el final de la novela, sin incurrir en detalles impertinentes. Luego vendría un proceso de preparación para advertir al lector así que personajes e ideas conjuguen con el clímax final o, simplemente, un desenlace natural de la historia. No olviden los sentidos humanos en la obra, en las novelas se puede "ver, oír, olfatear y gustar." Al fin de la obra, la campana da su campanazo. Bueno, pero volvamos al concurso de novelas y a los jueces de tal. Después de terminada mi misión de juez, volví a mi novela y tuve que reescribirla, había aprendido cosas nuevas. No estaba seguro cómo iba a aplicar los conceptos nuevos. Existe un gran abismo entre teoría y praxis. Pero poco a poco fui encontrando el proceso, después de lo doloroso que fue descartar una gran cantidad de páginas, lo que se convirtió en algo extrañamente placentero. Debí haber escuchado siempre a mis maestros, pero no lo hice todas las veces. Mi orgullo personal entorpeció mi aceptación de que "muchachos imberbes y con menos experien­cia que yo, me podrían enseñar unas cuantas cosas." El hecho fue que los estudiantes graduados que concursaron , habían leído crítica y teoría literaria que YO NO había leído. Dejé de leer este tipo de textos cuando me doctoré porque después de ocho años de estudios graduados, quise darme un descanso y leer lo que QUERÍA leer y no lo que DEBÍA leer. Tenía notas casi para todo tipo de curso graduados y creí no necesitar ya más. Tam­bién habían leído prosa nueva que tampoco yo había leído, escrita por "mocosos" escritores que, según este catedrático, "¿qué podrían enseñarles a los Dos Migueles, para mencionar solamente un ejemplo? (Góngora Cervantes y Unamuno). ¡Me llevé una sorpresa enorme y hasta una leve depresión! Ello, en cuanto a lo que yo sabía entonces y no, en cuanto a los maestros mencionados! 

Algunos de mis catedráticos me enseñaron la autocrítica y a aceptarla: el Dr., Lexicógrafo Juan Corominas (QEPD), y el Académico de la Real Academia de la Lengua, en Madrid, Dr. Francisco Ayala, me pusieron en mi lugar, con cariño y consideración y, ahora, Don Francisco me ha alentado para optar a la Academia. Muchos talentos literarios que conozco, han desistido de escribir porque hay tanto genio que ha publicado libros maestros. Los demás somos porfiados, por lo menos yo. Pero la urgencia de escribir persevera y la siento como dormir, comer y otras necesidades naturales. Cuando era estudiante para el Doctorado , hacía tiempo para ir a la biblioteca y probar mi mano en la ficción; mientras pensaba, mis ojos divagaban por la estantería y se posaban en libros de maestros de calidad literaria inaccesible. Me decía, ¿qué estoy haciendo yo, aquí, con pluma y papel? El crítico que llevo en un hombro, en la forma de un mico idiota e impertinente , no me ha dado paz desde que aprendí a escribir. Necesité años para darme cuenta de que la mayoría de los escritores también lo llevan, aunque en diferentes formas. No ayudó para nada que uno de los lectores de mi disertación para el Doctorado, el lexicógrafo Dr. Juan Corominas (QEPD), anciano ya, me dijera "tu memoria está aprobada, aunque estos documentos redundantes son como cambiar huesos de una tumba a otra..." Un gran maestro, de todas maneras, y fue un honor ser uno de sus últimos discípulos. Sin embargo, el mismo catedrático me recomendó "el goce de escribir está en lo que se aprende escribiendo un libro y no necesariamente en su resultado comercial, pues verás tú, Mario, cuánto aprenderás al escribir un libro... "Entonces, me aconsejó dar un paso atrás y pensar en qué temía yo. "Concentráos en los que escribís, por el valor de sí mismo y no en competencia con nadie." Es necesario amar el material que se moldea en la página. Nada ahuyenta más al criticastruelo en el hombro que el autor que ama su trabajo. Los obstáculos externos, como "se me acabó el papel y el que compré no se iguala en color y calidad al que tenía antes; el manuscrito parecerá un camaleón..." "La luz ha cambiado, no veo lo mismo..." "Tengo los ojos irritados, me canso muy pronto ahora..." Y los internos: "me siento totalmente bloqueado...soy un perfeccionista perdido...no podré terminar jamás...la depresión no me deja continuar!" Este es un hiato muy cómodo, parece muy justificado, ¡pero no conduce a nada! El autor debe elegir entre la comodidad y la creación: es así de simple y así de difícil. Es una decisión entre sentarse frente al televisor encendido a "verlo" y no mirarlo, con esa novela pendiente que no deja pensar en nada más. Tal vez debiéramos adherirnos a las normas casi imposibles de escritores tenaces que escribieron miles de páginas. (El Dr. Coromi­nas recopiló un diccionario de mil páginas, por cuarenta años). O quizá no debiéramos escribir textos que no van a ser publicados ni leídos; o, tal vez, debiéramos ser realistas. No podemos convencernos de todo esto, o podríamos escuchar a nuestras imaginaciones, en vez de publicar escritos. También podríamos encarnar voces de personajes y narradores, en voz alta y convertirnos en trovadores medievales. La gente escucha a locos en las calles y plazas, quienes aún se permiten asustar a los vecinos hasta el pánico. Sea como sea, seguiré escribiendo y al diablo con este mono crítico en mi hombro. Perecerá bajo resmas de mis obras. 

Debido a que empecé de periodista y aún continúo escribiendo para dos periódicos en Houston y en Miami, además de dos Revistas ("Pensamiento" y "Minerva"), creo tener ojo de periodista y corazón de novelista. 

Mis primeras armas las hice en radio, en Santiago de Chile, a los die­cisiete años, redactando noticias basadas en el teletipo, donde aprendí que debiera ser conciso y al grano, al redactar. Por la falta de espacio, en el periodismo, cada palabra debe tener su función. Existe una gran conexión entre el periodista y el novelista, pero para mí queda muy claro por qué se confunden los lectores entre ambas prosas. La pregunta que más se hacen es,¿cómo te las arreglaste para separar el periodismo de la ficción? Antes contestaba que no había tanta diferen­cia, que no existía tanta disparidad. Pero, luego me di cuenta del significado de la palabra "ficción" y de que el periodismo debiera ser "la verdad". Recientemente un reportero de un enorme diario estadounidense, fue sorprendido pasando de la verdad a la ficción, en sus reportajes, sin ser sorprendido por los lectores ni sus jefes. El periodista debe apoyar sus aseveraciones con dos fuentes comprobadas, lo que no obliga al narrador; al contrario, su imaginación puede volar casi sin límite. El reportero debe observar límites de espacio; el novelista, en cambio, puede usar cuantas páginas le permita el editor. Aprendí, por los años de escuchar a gente contestar preguntas, como las personas hablan realmente; cómo la sin­ taxis y el ritmo del habla individual del hombre, es como una huella digital y que estos detalles pueden ser identificados en una cinta mag­nética , aun de pésima calidad, porque tales característica son únicas e individuales. Todo periodista sabe una cita perfecta para terminar un artículo o reportaje, que llamamos "envasado". Esto ocurre en la ficción literaria también. Es el parlamento de diálogo que suena como sacado de un discurso o una máxima, en vez de una frase. Por supuesto, la misión de encontrar la noticia es sagrada , para el profesional, y así lo es también su versión que va a las prensas. Muchos colegas dicen, yo incluído, "no podría falsificarlo."En cambio, en la literatura es casi un pecado no hacer una versión de un hecho ocurrido, por muy conocido que sea. No obstante, siento un placer estético enorme al cambiar, en un instante, un nombre conocido por las noticias y trocarlo por uno más literario, según mi opinión. Al crear personajes de pies a cabeza, es necesario hacerlos reales, si ésa es la intención (existe tal cosa como es la Ciencia-Ficción), pero la habilidad del autor sobre crear, disminuye al crecer su versatilidad. El radio de en qué temía yo. "Concentráos en los que escribís, por el valor de sí mismo y no en competencia con nadie." Es necesario amar el material que se moldea en la página. Nada ahuyenta más al criticastruelo en el hombro que el autor que ama su trabajo. Los obstáculos externos, como "se me acabó el papel y el que compré no se iguala en color y calidad al que tenía antes; el manuscrito parecerá un camaleón..." "La luz ha cambiado, no veo lo mismo..." "Tengo los ojos irritados, me canso muy pronto ahora..." Y los internos: "me siento totalmente bloqueado...soy un perfeccionista perdido...no podré terminar jamás...la depresión no me deja continuar!" Este es un hiato muy cómodo, parece muy justificado, ¡pero no conduce a nada! El autor debe elegir entre la comodidad y la creación: es así de simple y así de dificil. Es una decisión entre sentarse frente al televisor encendido a "verlo" y no mirarlo, con esa novela pendiente que no deja pensar en nada más. Tal vez debiéramos adherirnos a las normas casi imposibles de escritores tenaces que escribieron miles de páginas. (El Dr. Coromi­ nas recopiló un diccionario de mil páginas, por cuarenta años). O quizá no debiéramos escribir textos que no van a ser publicados ni leídos; o, tal vez, debiéramos ser realistas. No podemos convencernos de todo esto, o podríamos escuchar a nuestras imaginaciones, en vez de publicar escritos. También podríamos encarnar voces de personajes y narradores, en voz alta y convertirnos en trovadores medievales. La gente escucha a locos en las calles y plazas, quienes aun se permiten asustar a los vecinos hasta el pánico. Sea como sea, seguiré escribiendo y al diablo con este mono critico en mi hombro. Perecerá bajo resmas de mis obras. 

Debido a que empecé de periodista y aún continúo escribiendo para dos periódicos en Houston y en Miami, además de dos Revistas ("Pensamiento" y "Minerva"), creo tener ojo de periodista y corazón de novelista. 

Mis primeras armas las hice en radio, en Santiago de Chile, a los die­cisiete años, redactando noticias basadas en el teletipo, donde aprendí que debiera ser conciso y al grano, al redactar. Por la falta de espacio, en el periodismo, cada palabra debe tener su función. Existe una gran conexión entre el periodista y el novelista, pero para mí queda muy claro por qué se confunden los lectores entre ambas prosas. La pregunta que más se hacen es,¿cómo te las arreglaste para separar el periodismo de la ficción? Antes contestaba que no había tanta diferen­cia, que no existía tanta disparidad. Pero, luego me di cuenta del significado de la palabra "ficción" y de que el periodismo debiera ser "la verdad". Recientemente un reportero de un enorme diario estadounidense, fue sorprendido pasando de la verdad a la ficción, en sus reportajes, sin ser sorprendido por los lectores ni sus jefes. El periodista debe apoyar sus aseveraciones con dos fuentes comprobadas, lo que no obliga al narrador; al contrario, su imaginación puede volar casi sin límite. El reportero debe observar límites de espacio; el novelista, en cambio, puede usar cuantas páginas le permita el editor. Aprendí, por los años de escuchar a gente contestar preguntas, como las personas hablan realmente; cómo la sintaxis y el ritmo del habla individual del hombre, es corno una huella digital y que estos detalles pueden ser identificados en una cinta mag­nética, aun de pésima calidad, porque tales característica son únicas e individuales. Todo periodista sabe una cita perfecta para terminar un artículo o reportaje, que llamamos "envasado". Esto ocurre en la ficción literaria también. Es el parlamento de diálogo que suena como sacado de un discurso o una máxima, en vez de una frase. Por supuesto, la misión de encontrar la noticia es sagrada, para el profesional, y así lo es también su versión que va a las prensas. Muchos colegas dicen, yo incluído, "no podría falsificarlo."En cambio, en la literatura es casi un pecado no hacer una versión de un hecho ocurrido, por muy conocido que sea. No obstante, siento un placer estético enorme al cambiar, en un instante, un nombre conocido por las noticias y trocarlo por uno más literario, según mi opinión. Al crear personajes de pies a cabeza, es necesario hacerlos reales, si ésa es la intención (existe tal cosa como es la Ciencia-Ficción), pero la habilidad del autor sobre crear, disminuye al crecer su verosimilidad. El radio de posibles eventos que ocurran en el argumento, decae al elegir los personajes un camino a seguir, en vez de otro sugerido antes. La mira en los ojos del novelista está al fin de la obra; la ficción es cual la vida, por lo menos, cuando la vida de los personajes es buena. La historia contada, la gente, las personas que rodean a los protagonistas, pueden provenir del periodismo experimentado por algunos de los escritores que lo cultivaron. El escritor desde dentro de sí, aporta la experiencia de sus vastas lecturas, exposición a buenos escritores, asistir a conferencias de escritores sinceros, libros acerca de escribir, una pasión por el texto imaginado. 

A manera de corolario, algunos de nosotros los escritores necesitamos echarnos el orgullo al bolsillo, aunque sea sólo por un libro, y escuchar la voz de la experiencia. Recuerden que las eminencias grises que consagran a los escritores jóvenes, son gente mayor y venerable que tiene la buena intención de conservar el idioma puro y nuestra literatura por el mejor camino posible. Que hay política y partidismos para determinar quién es estrella y quién se estrella con la política, ¡sí que la hay! Pero hay talentos que arrasan sobre mareas y esperamos que unos de nuestros lectores lo logre. Asimismo, los invito a escuchar a buenos y desinteresados maestros. La actitud de algunos jóvenes -y viejos, también- de que "a mí no me enseña nadie nada...yo soy escritor nacido y no necesito leer libros porque los escritores se copian entre ellos..."(¿leería un libro, alguna vez?). Además, sería indispensable apretar los ojos y los puños y autocriticarse; releer esa parrafada que echamos en una novela, nada más que para fanfarronear de tanta palabra rara que coleccionamos para impresionar a la familia, amigos y admiradores. Y esto es un ejemplo, nada más. Hagamos un esfuerzo y mandemos aunque sea un aviso informativo de la iglesia, club deportivo o simplemente una carta al director del periódico local. Y si ese empeño se convierte en un inserto semanal, ¡mejor aún! Verán ustedes lo que enseña acerca de escribir un texto y sobre espantar los fantasmas del escritor. 

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