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sábado, 15 de septiembre de 2018

LUJAN, PROCURADOR: Jorge Mañach

Jorge Mañach
(1898-1961)
Entre mis papeles ya viejos encontré este recorte de un articulo del famoso escritor cubano Jorge Mañach. De su libro Obras II Estampas de San Cristóbal (1) 

Mi viejo amigo Luján es procura­dor, pero erró su profesión. De haber nacido mujer, pobre como es de recursos y opulento de salud y de buenos humores, se hubiera dedicado, tal vez, a nodriza. Nodriza: el más generoso y natural de los oficios lucrativos, el que más da de sí, el más saturado de aquella "leche de la bondad humana" que elogió el salvaje beodo del Avon. . 

Pero el azar del sexo, la tradición familiar y la contingencia hicieron de Luján 
esto: un procurador ... ¡ Punzante sarcasmo , que hombre tan plácido y sencillo se vea forzado a interesarse, profesional­mente, en las pugnacidades y en los enredos del prójimo! 

Y claro es que no medra; ¿,cómo va a medrar? Sale de mañana con su raída cartera bajo el brazo, con su verruga jocun­da en el entrecejo, con su bigote caedizo y tostado, con sus nobles punteras enhiestas-esfuerzo de lo pedestre hacia lo ideal-, y se dirige a éste o al otro Juzgado. En el camino, tópase a lo mejor con un tipo curioso de la villa, de esos que vemos todos los días sin darles importancia, olvidando que son el documento humano de nuestra cubanidad; o bien le sale al paso----paso moroso y sensitivo de pasea­dor el espectáculo de alguna alegría lim­pia y humilde, de algún vago dolor disimulado, de cualquiera sabrosa peripecia entre tantas como el vivir ciudadano ofrece. 

Otros ojos no lo ven. Luján, sí. Luján se detiene, se muerde o pellizca el bigote, se le encandilan o se le aguan los ojillos tras las gafas siempre empañadas..., ¡ y ya tiene tema para todo el día!... Las demás gentes transeúntes tropiezan con él, apártanle sin delicadeza hacia el amago de los "fotingos" en el arroyo; y cuando Lu­ ján, demorado más de la cuenta con los diversos objetos de su interés, resume a la postre su camino luego de hacer un con­suelo, un chiste o una limosna, el inciden­te ya ha turbado por modo irremediable la economía de su jornada. Los escribanos le llaman remolón, y mis compañeros, los abogados, "una calamidad". 

Así ha llegado Luján a una casi vejez soltera, sin familia, sin ahorros, a veces hasta sin cuellos limpios; pero con el es­píritu lleno de sonrisas y de piedades. El último de los criollos. 

Los días en que me traslada alguna pro­videncia días, "providenciales,", dice él, 
burlándose de su propio chiste obvio-, Lu ján: y yo-solemos salir juntos. Ello ocu­ rre generalmente a la hora meridiana y burda, o bien por la tarde, cuando ya re­fresca. En el caminar, como en el charlar, discurrimos entonces a la buena de Dios; en veces, por las calles y sobre los temas menos transitados. Y casi nunca estamos de acuerdo, más que en ese suave y antojadizo dejarnos ir; porque é1 es viejo y yo soy joven; él ama sobre todo la tradición; yo, el progreso; él es irónico y caudaloso; yo, directo y, sobrio; él en ninguna hechura de los hombres se ilu­siona ya, y yo todo lo tomo en serio. Sólo nos une, si bien lo miramos, nuestra genuina amistad. Y este hondo amor que le tenemos a San Cristóbal de La Habana. 


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