René León
Charlotte, NC
1987
La primera manifestación que surgió como
consecuencia del Descubrimiento de América es “La Crónica del descubrimiento”. El diario llevado por los capitanes de
las naves que tocaron territorio americano recogió el regocijo de estos
hombres, de estos marineros, al enfrentarse a esta naturaleza exótica y sus
habitantes. Tanto el diario de Cristóbal Colón, como el de Fray Bartolomé de
las Casas nos relatan la primera impresión del hombre europeo frente al
paisaje, y al indio americano en particular.
Al llegar a Cuba, los conquistadores no
hallaron grandes imperios, ni grandes culturas indígenas. Los moradores de
estas islas vivían en la edad de piedra. Eran simples cazadores y pescadores y
la evolución de su cerámica era muy primitiva.
Sin embargo, los imperios que hallaron los
Capitanes españoles que tocaron en Tierra Firme, en el continente, los
impresionaron hondamente. Tres grandes culturas indias enfrentaron los
conquistadores al llegar a América:
1. La Cultura Azteca (México).
2. La Cultura Maya (Yucatán-Guatemala-Ecuador).
3. La Cultura Inca (Perú-Colombia-Honduras).
Y
sobre estas culturas y las costumbres de los moradores de estas regiones, los
primeros cronistas, relataron la más bella Crónica Épica de nuestra época
indígena.
Hernán Cortés, al partir desde Cuba hacia
México, no pensó hallar entre los indios la cultura, la arquitectura, y la
formación político-militar que halló a su paso por territorio azteca.
Fue Cortés el primer cronista que narró, en
sus cartas al rey de España, las artimañas que utilizó para conquistar el vasto
territorio indígena. En sus cartas no menospreciaba al indio, sino admiraba la
construcción de sus casas, templos, y la formación arquitectónica de sus
plazas, avenidas y ciudades. Sólo criticó el fetichismo, como cabía pensar en
todo cristiano.
En Cortés encontramos la narración del
militar que pondera sus artes y mide su inteligencia y sagacidad. Pero tocó a
Bernal Díaz del Castillo, acompañante de Cortés, relatar su punto de vista,
añejado por el paso de los años, pues tardó en escribirlo. De todas las
Crónicas de la Conquista la de Díaz del Castillo es la que ha sido más leída
hasta nuestros días.
Otros cronistas españoles nos hablan del
indio araucano. Estos cronistas, aunque separados por la distancia, el tiempo y
las circunstancias, coincidieron en hacerle justicia al valor, arrojo, belleza
física y amor a la libertad del indio de nuestra América indígena. Esta parte
de las Crónicas se conoce como “Crónica de la Conquista”.
El que mejor enfocó el aspecto indígena, sin
apasionamiento, y con mucha objetividad, fue Ercilla. Habló del indio araucano
sin menospreciar su condición de no-cristiano. Nos relata la fiereza que
desplegó en los combates contra los españoles. Alonso de Ercilla fue objetivo,
realista y paisajista en su relato de las costumbres indígenas.
Otra tendencia fue la que inició el Indio
Garcilaso de la Vega, quien narró la parte mitológica, legendaria, del origen
de los Incas. Toca pues a Garcilaso relatar en forma pesimista y nostálgica,
los mitos y leyendas de la gran civilización suramericana. También inició la
“Crónica de Viajes y Descubrimiento”, narrando la epopeya en la Florida, de la
desgraciada aventura de Ponce de León.
Las Crónicas, en sus distintas categorías,
fueron las semillas literarias que se sembraron en el surco de nuestra América
indígena.
El Costumbrismo, rico en cuadros paisajistas,
en personajes populares, en palabras del argot criollo, fue cobrando
importancia. Del relato corto del periódico a la hoja suelta, se continúa hacia
la novela costumbrista. Fue el Costumbrismo una búsqueda de la libertad
artística, como respuesta al vasallaje que sufría América en la época de la
colonización.
La clásica novela costumbrista debemos
buscarla en el autor cubano Cirilo Villaverde. No solo en su obra cumbre Cecilia Valdés sino en La Joven de la Flecha de Oro y en otros
artículos costumbristas aparecidos en periódicos de la ciudad de La Habana, a
mediados del siglo XIX.
Literatura que busca la crítica social al
sistema colonial imperante. Siempre la literatura ha dado el primer paso hacia
la salida a una solución de mayor libertad artística primero, y política más
tarde.
El tema social cobra fuerza en varios países
de América: Esteban Echevarría, argentino, en su obra El Matadero, critica al régimen imperante en su país en el año de
1837. Igual mensaje social aparece en Amalia
del también argentino José Mármol y como hemos mencionado, en Cecilia Valdés del cubano Villaverde.
Fue Cortés el primer cronista que utiliza
vocablos indígenas, con su traducción y significado al castellano. El uso de
vocablos populares es continuado por muchos autores criollos. El tema del indio
y el del gaucho cobran fuerza en la prosa y en la poesía nuestra.
En la famosa novela María, de Jorge Isaacs, (1867), la primera novela de ficción
romántica, salen a relucir vocablos populares, mitad castellano, mitad indios.
Si bien es cierto que los cronistas españoles narraron la epopeya de la
conquista –o sea, la lucha del español contra el indio- los literatos criollos
narraron la lucha del gaucho contra los reductos indios que quedaban en el
continente.
Ya en el siglo XIX se puede leer esta lucha
de razas. Es el empuje del gaucho-criollo
amante de la libertad que va colonizando, explotando lugares desiertos, convirtiéndolos
en estancias, y empujando al indio más allá de sus cotos de caza y pesca. Así surgen las novelas con temas de luchas
raciales; Caramaru (1848) de
Alejandro Magorones; La Cautiva (1837) de Esteban Echevarría
y Tabaré (1888) del poeta uruguayo
Zorilla de San Martín.
Pero todas enfocan el lado malo del indio en
lucha contra la expansión del gaucho. Años
más tarde vemos como la figura del indio se va haciendo más suave en la
literatura. Cumanda (1871) del
ecuatoriano Juan León Mera, es ejemplo de ello.
Después el indio pierde vigencia en la literatura y le deja paso a la
personalidad pintoresca, agresiva, costumbrista y cada vez más recia del gaucho:
Santos Vega (1851) de Hilario
Ascasube, Martín Fierro (1872-79) de
José Hernández. Y la obra cumbre del
gaucho como hombre, El Centauro (1868)
de José J. de Vedía.
Ya han pasado más de 450 años desde que Cortés
desembarcó en México, y otros capitanes españoles desenvainaron su espada
contra las culturas indígenas de América.
El legado que dejaron fue cuidadosamente guardado y del mismo que comenzó
con Las Crónicas, tenemos hoy en día
nuestra literatura genuinamente hispanoamericana.
Cargada a veces de exotismo, de paisajismo, o
de abstracciones y de nuevos moldes de tipo revolucionario, nuestra literatura
puede adolecer de muchos defectos, pero tiene el sello característico de los
poetas y prosistas del mundo hispanoamericano.
Pasando del Costumbrismo, al Romanticismo,
al Realismo, al Naturalismo y al Modernismo. Desde el “Creacionismo”
de Huidobro, hasta la “Anti-novela”
de nuestros días.
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