Julio Tang Zambrana | La Habana
Las producciones históricas cubanas que han tratado el tema de la inmigración china y su relación, dinámica y contradictoria con la sociedad cubana, no son abundantes. Paralelamente, en ellas tampoco abunda el rigor científico, concretándose la experiencia historiográfica a unos pocos volúmenes paradigmáticos. Esto influye directamente en la conformación de direcciones metodológicas que siguiendo los pasos de las obras primeras –primeras por su valía analítica–, puedan también trascenderlas.
Hasta la fecha, los momentos preferidos por nuestros historiadores y trabajadores científicos sociales con respecto al tema son los que se refieren a las necesidades, desventuras y contradicciones de los miles de chinos introducidos masivamente en Cuba desde 1847 hasta aproximadamente la primera mitad de la década de 1880, el papel jugado por miles de culíes en las guerras de independencia y su lugar en la formación de nuestra identidad nacional.
Mas, esa no es toda la historia. Quedan oscuros y polvorientos rincones aun no –o tal vez insuficientemente—estudiados. Algunos de ellos señalan un camino: la actuación de los chinos “californianos”(2) dentro de los exiguos límites que la presencia china mostraba hacia los años 80 del siglo XIX y el carácter de tal actividad. Presentaremos aquí varias consideraciones que, a nuestro juicio, son importantes para definir estrategias en el sentido antes apuntado.
El primer punto problemático sobre los chinos californianos sería el momento o la fecha aproximada en que comienzan a entrar a Cuba.
En investigaciones anteriores hemos podido establecer, si bien no la fecha exacta en que comenzaron a entrar, sí el momento en que su actividad en la sociedad habanera se hace palpable. Con la utilización de documentación primaria almacenada en el Archivo Nacional de Cuba, pudimos comprobar que la actuación de los chinos californianos se hace visible a partir de la segunda mitad de la década del 70 del siglo XIX y específicamente después de comenzada la del 80.
Esta precisión no intenta ser petulante. La importancia de la misma se revela cuando observamos bien el período de tiempo destacado: esos fueron los años de fin de la Guerra Grande y del comienzo de la reorganización de la dominación colonial española. Es en este contexto, que se destacó por presentar ampliaciones importantes de las libertades civiles y políticas, cuando una nueva oleada de chinos –esta vez adinerados y occidentalizados– comienza a llegar a nuestras costas, estableciéndose en estaciones habaneras ya ocupadas por compatriotas suyos.
Además, es necesario tener en cuenta que es a partir de la década del 70 decimonona cuando se intensifica el “movimiento” –que implicó organización y por tanto, en este caso, la actuación del poder gubernamental norteamericano– de expulsión que sufrieron los chinos de Estados Unidos.
Entonces, los elementos que utilizamos para expresar la llegada de los californianos se nos presentan en toda su extensión. En los documentos encontrados en el Archivo Nacional aparecen datos estadísticos que nos llevaron a la conclusión de que a partir de la etapa que venimos destacando se hace verdaderamente prístino el aumento de la estratificación de los negocios chinos en La Habana,(3) cuando comienzan a aparecer negocios que no existían antes de ese momento.
Anteriormente los datos sobre negocios chinos presentaban una pasmosa uniformidad, lo que nos llevó a pensar que reflejaban la participación de los ex culíes chinos no mambises en los espacios económicos habaneros. (4)
Ulteriormente fue apareciendo documentación que confirmó nuestras hipótesis. En una carta de la administración colonial referida a la nueva actividad de los inmigrantes chinos, se puede leer:
“Al efectuar viages (sic) a su país dieron principio a la importación de efectos de aquella procedencia, despertando con esas operaciones el interés de mayores capitales que bien pronto y coincidiendo con el movimiento de expulsión que sufrieron en el territorio de Estados Unidos establecieron en esta capital (La Habana) y en algunos puntos de la Isla no ya tiendas, sino almacenes de toda clase de efectos Asiáticos, con verdadera importancia mercantil…” (5)
Es de destacar, la referencia a los “mayores capitales” que cita la carta, que reafirma la idea de la profundización de la estratificación económica en la presencia china después de la llegada de los californianos.
La materialización más efectiva de estas reflexiones se puede encontrar en ese mismo expediente. El mismo se formó a partir de una carta enviada por un grupo de comerciantes chinos en La Habana al Intendente General de Hacienda, en junio de 1884. Esta carta iba precedida por una nota del Cónsul General del Imperio Chino en La Habana en aquel momento, Lui Liang Yuan. Esto, a nuestro parecer, es de suma importancia, pues no encontramos nunca documentos de fechas anteriores relativos a la presencia china en Cuba, que hubieran sido legitimados de forma tan efectiva por una personalidad tan influyente como el Cónsul de un país.
En cuanto a la carta de los mercaderes, la misma representaba la intención de veinte grandes y medianos comerciantes chinos radicados en La Habana de obtener ciertas facilidades de la administración colonial.
Para esto pretendían formar una sociedad mercantil que asegurase su actuación ante los ojos del funcionario español. Las peticiones fueron desestimadas. Pero lo más significativo fue las razones que expusieron para lograr sus objetivos.
Los peticionarios afirmaban que en La Habana de 1884 existían “20 establecimientos chinos” y que “de estos, solo hay 11 que se pueda considerar como de relativa importancia”, adjudicándoles a los nueve restantes la categoría de bodega (entre estos comercios existió una dirección: Galiano 116, que está expuesta en el expediente documental, y que, Antonio Chuffat Latour presentó en su testimonio (6) como la residencia del gremio, nombrada por él mismo “la primera Cámara de Comercio China”).
Estos datos pueden reflejar la real importancia de aquellos comerciantes. Resulta interesante observar en el documento cómo se autotitulaban: si no los únicos, los más importantes comerciantes chinos de La Habana. Pues bien, estos mercaderes afirmaban que no les interesaba la competencia con los negocios no chinos, pues “(nuestra) clientela se limita a los paisanos, casi exclusivamente para quienes tienen algún valor venal” las mercancías que ofertaban.
Destacaban asimismo que esto igualmente podía suceder “con muchos efectos por los cuales en diferentes naciones se demuestra una predilección especial por varias plantas, guisos y bebidas completamente indiferentes y hasta a veces desagradables para vecinos de otras costumbres…”
Estas declaraciones se nos revelan como un intento de legitimar sus negociaciones con la administración española. Al plantear la exclusividad de la clientela y la importancia “venal”, o sea sentimental, de los productos es muy posible que estos comerciantes conocieran el alto valor de la relación consumo-tradición, y así exponer entre líneas que ellos le resolvían a sus clientes la problemática de vivir en tierras extrañas, pues les brindaban recursos para canalizar su nostalgia. Lo mismo sucede con la extensión del pretexto: generalizar el fenómeno puramente étnico y/o nacional de la predilección de determinados objetos o maneras de hacer y relacionarlo con la significación que el pretexto en sí pudo dar la idea de que ellos mismos representaban el ideal étnico o nacional chino, puesto que podían hacérselo llegar a sus clientes-paisanos cada vez que estos quisieran.
Toda esta reflexión nuestra puede finalmente encontrar colofón en el último párrafo de la carta, en el cual los comerciantes chinos presentan el pretexto étnico de un modo elocuentísimo: “Dada la índole especial de la colonia china, su modo de ser, costumbres y a estrecha solidaridad que existe entre todos los que la componen…”
Después de haber leído todas las razones expuestas, esta aparece ante nuestros ojos como la más significativa, pues en ella se sintetizan los componentes esenciales de la personalidad del consumidor chino y, con ello, el arma fundamental del chino burgués inmigrado, el cual trata de buscar el éxito económico por la vía más legítima que en ese contexto se podía encontrar: la defensa de la etnicidad china.
A nuestro juicio esto constituye una jugada maestra. Aun cuando las razones presentadas por los veinte comerciantes no fueron aceptadas, resulta extraordinario que ya hacia 1884 pudiera existir en La Habana un grupo de individuos que trataran de manejar el interés étnico de sus correligionarios con miras a asegurar intereses de capital. Por otro lado, en el último párrafo de la carta se utiliza la palabra “colonia”.
Esto implica que los chinos que redactaron la misiva conocían el significado de esa palabra y lo aplicaron a la existencia de una presencia poblacional china en La Habana, con lo cual es posible que trataran de destacar que las relaciones al interior de ella estaban lo suficientemente estratificadas como para permitirse hablar en su nombre.
Entonces, al sumársele el apoyo del Cónsul General chino, la petición adquiría una relevancia inusitada. Este tipo de actuación se repetiría más adelante al crearse el Casino Cheng Wah y el Cementerio chino, ambos en 1893. Al inaugurarse el primero, fue el Cónsul chino de aquel momento el que pidió a las autoridades permiso para utilizar voladores en las fiestas. La importancia de esta institución se revela en el hecho de que llegó a financiar desde sus inicios una casa de recogidos y, según un cronista de la época, a él concurría “lo más granado” de la sociedad.(7) En cuanto al Cementerio, fue creado gracias al mismo Cónsul.
Estos datos permiten afirmar que existe la posibilidad de que los chinos californianos hubieran provocado un reordenamiento social y económico al interior de la presencia china, en la cual las sociedades adquirieron un carácter occidental todavía más marcado, a diferencia de las que existieron en las décadas del 60 y 70.
Según Juan Pérez de la Riva, las actividades de los chinos californianos destruyeron “por cuantos medios estaba a su alcance, la tradición revolucionaria” de los chinos culíes. Esto pudo ser cierto. Pero también lo es el hecho de que después de terminada la Guerra de los Diez Años las condiciones cambiaron, los chinos podían convertirse mucho más fácilmente que antes en individuos libres y sus imperativos económicos y sociales adquirieron nuevos matices. La gran prueba de que al alcanzar la emancipación individual en los ex culíes casi no existía otro motivo para vivir que el éxito en los negocios, lo representó la evidente disminución de las referencias con respecto al número de chinos mambises en la Guerra de Independencia de 1895. (8)
Pudo ser cierto que los chinos californianos influyeran negativamente en la presencia china de la segunda mitad del siglo XIX. Mas, también es cierto que las inestimables pistas que no brinda la misma época señalan otro camino paralelo: el de la complejización de la dinámica interna de la presencia china en La Habana, producto de la actuación de esta nueva oleada inmigratoria de chinos los cuales al parecer trajeron a Cuba, además de dinero, formas de obtenerlo, reproducirlo, y de asociarse curiosamente similares a los guettos chinos de California regidos por las Seis Compañías, de las cuales se quejaban tanto los funcionarios estadounidenses.
Citas bibliográficas:
(1) El término comunidad está utilizado aquí en un sentido de futuro. No sería viable utilizarlo, a nuestro parecer, en el contexto habanero de fines del siglo XIX debido a que las relaciones socioeconómicas y culturales de los asentamientos poblacionales chinos aún no habían alcanzado el nivel de complejidad que nos permita hacerlo. En este sentido, tampoco utilizaríamos el concepto Barrio Chino. Tanto este último, como comunidad, reflejan el asentamiento poblacional chino típico del siglo XX. Por lo tanto, el título de nuestro trabajo se mueve en dos direcciones temporales: el pasado-presente del siglo XIX y el futuro del siglo XX, siendo el primero génesis del segundo. Creemos que para nuestras necesidades el término presencia, refleja un nivel inicial de formación comunitaria y de relación con la sociedad cubana, las cuales se profundizarían en la nueva centuria.
(2) El primero en utilizar este término fue Juan Pérez de la Riva, adosándoselo a aquellos chinos que procedían de California, EE. UU., debido a la represión a que estaban siendo sometidos como minoría étnica no deseada. Estos chinos entraron a Cuba con cierto capital y su actividad se diferenció cualitativamente de la de los chinos ex culíes.
(3) Archivo Nacional de Cuba, Expedientes Misceláneas. Legajo 3177.
(4) Archivo Nacional de Cuba, Legajos 269, 580. Expedientes 13560, 28463.
(5) Archivo Nacional de Cuba, Legajo 250. Expediente J.
(6) Chuffat Latour, Antonio; Apunte Histórico de los chinos en Cuba. Habana, Molina, 1927.
(7) Perseverancia, Ramón de; Los chinos y su charada. Habana, Impr. La Primera de Belascoaín, 1894, pág.2.
(8) Incluso resalta el silencio que guardó Martí con respecto a los chinos, al reflexionar sobre los factores sociales de los cuales dependía la Revolución.
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