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martes, 15 de noviembre de 2016

UN OTOÑO EN NUEVA INGLATERRA, CUNA DE LA VIDA NORTEAMERICANA.


   Por: Leonora Acuña de Marmolejo                                                                                                                                                                                                                                              
La naturaleza nos trae cambios trascendentales en su eterno ciclo, y entre ellos está el  equinoccio, momento del año en que el sol cruza la línea del Ecuador y en el que los días son iguales a las noches. Este fenómeno tiene  también lugar en la primavera.
       Con el equinoccio (ocurre el 22 o 23 de septiembre) de otoño ocurrido el día 22 del mes de septiembre próximo pasado, quizás un poco reacios a perder los cálidos días del estío, hemos visto llegar otros más frescos de incierta temperatura, mas preciosos,  en los cuales el rojo, el marrón y el amarillo, en todas sus gamas y en un derroche paulatino  de color, tiñen las hojas que poco a poco y silenciosamente van cayendo de las ramas  formando una alfombra de soberbios tintes cromáticos. Llegan también los días en que los cielos exhiben ocasos de verdadera inspiración y ensueño poéticos.
       Más de una vez, he tenido la oportunidad y el placer de visitar en otoño las admirables tierras de la sección noreste de los Estados Unidos conocida como NUEVA INGLATERRA, y podría decir casi sin exageración, que el otoño allí es el más bello de los Estados Unidos, y que más que en otro sitio, “Madre Naturaleza” exhibe su misteriosa  exquisitez de policromía durante esta estación, con esplendor de magnitud tal, que no podemos menos que dar gracias a Dios por el privilegio de ver y de poder extasiarnos en tánta belleza que parece no caberle a una en los ojos.
       Tomar fotografías se vuelve casi un imperante ejercicio, a pesar de que éstas nunca llegan a reproducir exáctamente la magnífica y arrobadora sensación visual experimentada, de admirables e imponentes paisajes  teñidos del cromático color de los follajes que contrastan con  el sereno y perenne verdor de los pinos, alternando con  el dorado y cimbreante vaivén de los trigales  y los apizarrados barrancos de piedra que bordean las colinas aledañas a las carreteras.
       Lo más corriente y lógico no sólo para los nativos,  sino también para los inmigrantes  que llegamos a residir o nos hacemos ciudadanos de un país, es aculturarnos; integrarnos a  este, interesándonos por sus más significativos aspectos: geográfico, histórico, y político entre otros. Pues bien: contemplar con cierto interés la faz de NUEVA INGLATERRA (que comprende los Estados de Connecticut, Massachusetts, Vermont, New Hampshire, Maine, y Rhode Island), es algo muy satisfactorio, ya que es  considerada la “Cuna de la Vida Norteamericana”.
       Allí, en Nueva Inglaterra, en el oriente de Massachusetts, los pilgrims, o peregrinos provenientes de Inglaterra fundaron en 1.620 la colonia de Plymouth, donde hoy se encuentra  el pueblo del mismo nombre. Se dice que los pilgrims llegaron a Plymouth Rock en ese mismo año, y  que fue el lugar en donde pisaron por primera vez a su llegada en el barco Mayflower. Todos aquellos que quisieron escapar de la persecución religiosa que imperaba por aquellos años en Inglaterra, encontraron en estas tierras de promisión, un nuevo edén que parecía no tener fronteras por sus vastos bosques, su fértil suelo, la libertad religiosa, y ante todo, la fundación de la democracia americana que aquí nacía por entonces.
       Es de anotar que en la idílica tierra de Massachusetts está localizada la isla Martha’s Vineyard, famoso veraneadero y especialmente de grandes personalidades, no sólo de los Estados Unidos sino también del mundo entero.
       Las distintas costumbres y características del pueblo yankee que jugaron un rol crucial en la fundación de la nueva nación, aún perduran en la vida de los estadounidenses lo mismo que su literatura y su política. Cuando la frontera se movía rápidamente hacia el oeste, Nueva Inglaterra conservó sus costumbres, y su vida se desenvolvía alrededor de un fuerte y claro sentido de comunidad. Las casas de reunión, las iglesias de congregación y los sitios comunes al pueblo, primaron en la vida de las villas o pueblos. Bien fueran los sitios escogidos para hacer decisions importantes sobre la comunidad, sobre negocios de interés general como los de las granjas, o sólo para socializar, estos lugares de reunión fueron respetables. En algunos sitios de Nueva Inglaterra en donde la geografía de sus tierras,  y el verdor de los campos  ayudan a mantener la esencia agreste y bucólica de sus villas, la serena  y relajante calma de sus habitantes aún parece  conservarse  en su medio social y  ambiental; y a pesar  de la aparente naturaleza reservada de ellos, se  descubre que  guardan una sonrisa de atención y de cordialidad para los visitantes, y puede observarse que se congratulan con quienes manifiestan  aprecio, admiración y placer por sus fértiles tierras, su historia  y sus costumbres.
       Allí entre las ciudades y las villas de pescadores y pueblos enclavados entre las colinas,  también se encuentra una riqueza literaria, intelectual e histórica. Nueva Inglaterra ha sido la cuna de grandes personalidades como  Nathaniel Hawthorne, novelista y cuentista; Henry Wadsworth Longfellow, poeta; Henry David Thoreau, escritor; y el famoso poeta Robert Frost entre otros. Es relevante decir, que Nueva Inglaterra ha sido la cuna de la democracia americana que ha dado a los Estados Unidos, más políticos y hombres de estado que cualquier otra región.
       Quienes visitan a Nueva Inglaterra no sólo pueden disfrutar de famosas ciudades como Boston, o de pueblos históricos como Salem, sino también de muchas actividades agradables  tales como la pesca y la caza. También hay comodidades para las familias o los enamorados románticos que pueden beneficiarse de servicios tales como Bed & Breakfast que proveen algunas vetustas casonas  a lo largo de sus estrechas carreteras y al lado de los ríos o al pie de las colinas . Los viajeros tienen la oportunidad de compartir y deleitarse en amenas charlas con los granjeros y los residents de estos lugares; explorar los ricos graneros,  o visitar las llamadas Red Barns (cabañas rojas).
       Los visitantes de Nueva Inglaterra no sólo pueden regocijarse en la esplendidez de sus imponentes y arrobadores paisajes, sino también  en el derroche con el que Madre Natura hace gala de su reino animal que como en una serenata o en un  concierto nos permite escuchar las voces de los pájaros, la vacas,  los caballos, los patos, las ovejas, las cabras; y entre el verdor vegetal pueden maravillarse observando por ejemplo, cómo las inquietas ardillas miden con ágil astucia y sagacidad, la distancia  que las separa de sus contendores en la supervivencia, para dar el golpe de gracia en lucha por sus codiciadas semillas  y su alimento.   
       El excursionista también puede ir de compras a  lo largo de las carreteras donde encuentra  la más alta selección de maderas y de los más primitivos y originales muebles, o visitar las  tiendas de  admirables manuartes confeccionados con  autóctonos productos locales (hojas, flores, espigas, y sugestivos  adornos confeccionados con estos), que tienen el sello artístico de sus acuciosos, creativos, y orgullosos  habitantes, todo lo cual añade otra dimensión muy interesante a una excursión por esas tierras.

       Acampar a los lados de los lagos , o simplemente solazarse en la imponente belleza agreste de sus villas en medio del aire fresco y puro, nos deja un recuerdo inolvidable de los placeres que brindan las tierras privilegiadas de NUEVA INGLATERRA. Tratemos pues de conocerlas como parte del alma de América… 

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