Escudo Familiar |
Hernán Cortés, al que algunos han calificado de semental histórico a juzgar que dejó descendientes por doquiera que puso sus plantas y el resto de su humanidad. De la Española, donde ganó fama de pendenciero y alguna fortuna, pasó a Cuba. A los 26 lo encontramos de secretario del gobernador Diego Velásquez y tesorero del rey Carlos V, lo que le permitía tener buena vida en su ranchón atendido por sus sirvientes y muy en especial por una que era la encargada de hacer el pan casabe que se hacía de la yuca. Leonor, que así se llamaba la niña, se movía de un lugar para otro con el torso denudo y sus vergüenzas las cubría con la vestimenta al uso. No era un taparrabos, porque rabo no tenía. Digamos un tapa nalgas, que le cubría los misterios de su sexo y las posaderas. (La mujer es la presa que se lanza sobre el cazador Ortega y Gasset). Una tarde, bajo la presión de la canícula tropical, Leonor se afanaba en hacer su pan casabe. Se movía airosa, con sus senos erectos y triunfales. Fernando que era el nombre que le gustaba firmar, la contemplaba con las pupilas dilatadas por la libido. Y sin pensarlo más, Fernando Cortés la asió por la cintura y forzándola un poco la deja caer sobre el tosco lecho. El macho la contempló desnuda. Era hermosa. Leonor cerró los ojos. Y con orgullo de hembra preferida, se sometió al divino suplicio del desflore. El himen desgarrado dio fe de la virginidad de la doncella.
Leonor contemplaba cómo su figura se desdibujaba por la maternidad cercana. Cuando dio a luz, había nacido la primera cubana que pasó a la historia. Leonor la mecía en sus brazos orgullosa. La niña era muy blanca, y el padre vio en ella el retrato de su propia madre. Tanto le gustó la niña que quiso celebrar el acontecimiento. A ruegos y a regañadientes el gobernador Velázquez accedió a ser su padrino. Hubo fiestas y corrió el buen vino del Guadalcanal, que tanto le gustaba a los indios que se caían para atrás si tanto se les daba. Fernando la bautizó con el nombre y el apellido de su madre, ajena a estos devaneos de su hijo.
La niña fue bautizada como Catalina Pizarro, que así se llamaba la madre de Hernán Cortez. Fue la primera cubana que pasó a la historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario