Tribuna Abierta
Gerardo
Piña-Rosales
Director de la
Academia Norteamericana de la Lengua Española, correspondiente de la Real
Academia Española.
(14 Oct 2013).-
El pasado día
12 celebramos -o si prefieren, conmemoramos-, en los Estados Unidos, el llamado
Columbus Day. Como es ya tradición, los italoamericanos de Nueva York, donde
resido, hicieron desfilar por la Quinta Avenida réplicas -un tanto pedestres-
de las tres carabelas colombinas engalanadas con banderitas italianas. Uno pensaría
que todos los marineros que iban con Colón en su primer viaje dizque con rumbo
a las Indias eran italianos y que aquella aventura que cambió el mundo (para
bien o para mal) fue una iniciativa de Italia (aunque esta no existiera aún
como país). Cosas más insólitas se ven. Como esta que ahorita les cuento.
Hace unos días,
como parte de los diversos actos culturales de lo que ahora se ha dado en
llamar -al menos en ámbitos académicos- el Mes de la Herencia Hispánica, se
presentaron en la Biblioteca Pública de Nueva York unos libros recién
publicados por tres novelistas hispanounidenses. Ocurrió entonces un incidente
(no sé cómo llamarlo) que me gustaría compartir con ustedes.
Tras la lectura
que hicieron los autores de algunos fragmentos de sus obras, se abrió el
acostumbrado coloquio entre los escritores y el público. Uno hubiera esperado
alguna pregunta o comentario sobre aquellos libros, pero no fue así. Un joven
espontáneo, tras proclamarse miembro de no sé yo qué tribu amazónica, declaró
-por cierto, en un español exquisito- que la celebración del Día de la
Hispanidad, el Columbus Day o cualquiera de esos mierdosos (con perdón)
festejos era un verdadero ultraje para las etnias indígenas, víctimas de la
despiadada conquista.
El coordinador
del evento -colombiano por más señas y con muchas tablas en su haber- trató de
razonar con el exaltado extemporáneo asegurándole que comprendía y compartía la
indignación de las comunidades indígenas de la América Latina cuando se
invocaban (aunque allí nadie lo había hecho) celebraciones de ese jaez, pues al
fin y al cabo sus culturas habían sido arrasadas por los conquistadores
españoles en su afán de oro y fama, pero que había que considerar también los
aspectos positivos derivados de aquel histórico encuentro.
Bien, yo no sé
qué pensarán ustedes, pero a mí me pareció que había que abundar en ello, y me
atreví a terciar, con toda la vehemencia que el corazón y la cabeza me
dictaban, diciendo que nadie negaba que la conquista española, como toda
conquista, había sido un horror, pero que algunas de las consecuencias de aquel
choque de civilizaciones fueron, a la larga, beneficiosas para los de allende y
aquende el océano, como, verbigracia, la revitalización y expansión de la
lengua castellana, española, universal, hablada hoy por más de trescientos
millones de personas.
Los que me
conocen saben que de chovinista no tengo un pelo; y saben también que defiendo
con uñas y dientes las culturas hispánicas y, sobre todo, la lengua española,
ese bien común que, les guste o no a esos ñángaras trasnochados, constituye
nuestro patrimonio más excelso.
Recordemos una
vez más aquellas hermosas palabras que a propósito de la conquista escribiera
el gran poeta chileno Pablo Neruda: "Salimos perdiendo... Salimos ganando
... Se llevaron el oro y nos dejaron el oro... Se lo llevaron todo y nos
dejaron todo ... Nos dejaron las palabras".
Nos dejaron las
palabras. ¡Y qué palabras! Un español acrisolado por siglos de mestizaje
cultural y lingüístico, una lengua que vibra en nuestros corazones como vibran
las cuerdas del charango o la guitarra en nuestras músicas y bailes.
Celebremos, o
conmemoremos, el Columbus Day, el Día de la Hispanidad, o como deseen llamarlo,
pero eso sí, sin leyendas negras ni turbios reconcomios, de los que ya estamos
hasta los mismísimos.
(Las tribunas
expresan la opinión de los autores, sin que EFE comparta necesariamente sus
puntos de vista)
EFEUSA
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