Rowland J. Bosch
Sin compararlas mencionemos que hubo dos eras de grandes
tenores. La primera antes de la Segunda Guerra Mundial. La segunda comenzó al
terminarse ésta.
Recordemos a D'Stefano, Bergonzi, Alfredo Kraus, Franco Corelli,
Nicolas Gedda y posteriormente a Domingo, Pavarotti, Carreras, Araiza y otros.
Unos están retirados, o han fallecido, como es caso de Mario del Mónaco. Otros
se esfuerzan aún por mantenerse en popularidad y así brindar la belleza de sus
facultades a un público ansioso ya de nuevos timbres hermosos.
Desde hace muchos años la decadencia de voces varoniles,
particularmente en el registro alto, ha preocupado a los envueltos en las
actividades del mundo operístico, así como a los fanáticos del arte en
cuestión. Hasta el propio Metropolitan se ha visto en la necesidad de emplear a
voces mediocres para cubrir papeles principales en sus presentaciones. Han
sido, desde luego, voces educadas, profesionales y seguras en su cuerda pero no
causan admiración en el público y aunque el auditorio aplaude por disciplina,
rutina o educación, no estremecen el cuerpo ni hielan la sangre de los
espectadores.
No hay que desanimarse, recientemente han surgido cantantes
prometedores. Ha habido un nuevo amanecer operístico. Son nuevas voces en el
campo lírico, quizás algo frágiles y con fluctuaciones, pero ¿cuál de los
grandes cantantes no las ha tenido en el transcurso de sus carreras artísticas?
Desde Caruso hasta Gigli, Bjoerling o Corelli, tenemos
innumerables ejemplos de
dificultades vocales y artísticas.
Los directores de las compañías operísticas se han dado
cuenta de la importancia del gusto del público para la supervivencia del arte.
Se sigue deseando escuchar las óperas de siempre como "Rigoletto",
"Tosca", "Cav/Pag", "Turandot", "La Bohemia ", "La Traviata "; el
repertorio en fin de Puccini, Verdi, Bizet y otro compositores, salpicado
siempre de algún verismo y algo de "Bel Canto" con Donizetti, Bellini
y Rossini y no la imposición de obras nuevas sin calidad,
como si la época de los grandes compositores jamás hubiera existido. Ni tan siguiera
las grandes obras traducidas al inglés han tenido éxito.
Hoy escuchamos y vemos lo que siempre ha gustado aunque lo
hagamos un sin número de veces. Ahí radica el triunfo. Éste no está en cambiar
las obras, sino en presentar las mismas con diferentes artistas. El auditorio
compara y trata de valorar a los nuevos talentos.
En el grupo de nuevas voces tenemos a varios tenores que nos
recuerdan a los cantantes de antaño. Marcello Giordani, nativo de Augusta,
Sicilia. Hizo su debut en el Met, en el papel de Rodolfo en "La Bohemia " en 1995. Ha cantado como
Alfredo en "La
Traviata ". Tras dificultades con su voz en 1993,
parece ahora haber encontrado una posición cómoda en su propio registro.
Esperamos no le ocurra como Giusseppe Giacomini, gran voz que nunca se supo
emplear.
El cantante debe como cosa primordial conocer su voz, su
alcance, lo que puede hacer y lo que no debe hacer. "Yo tenía miedo de
cantar hasta un "B-Flat", confiesa Giordani, quien es un tenor
esencialmente lírico aunque su timbre tienda a lírico spinto. Ha cantado
Alfredo Germont en "La
Traviata ", Pinkerton en "Madame Butterfly",
"Werther", "Manon", en "Rigoletto", y en
"Elixir de Amor". Además de cantante es un buen artista. Franco
Zeffirelli lo ha respaldado con entusiasmo. "Estuvimos hablando por más de
tres horas sobre el tercer acto de "La Traviata ", dice refiriéndose al productor.
"Los consejos de mi primer manager italiano le hicieron mucho daño a mi
voz", se lamenta. "Lo único bueno que puedo decir de él es que por él
conocí a mi esposa".
Aunque Giordani tiene un sonido netamente italiano también
domina los "roles" franceses. El estilo francés le permite cantar de
una manera más refinada, con más expresión como en "Los
Hugonotes" y en "Werther". Rechaza la tentación de cantar
papeles más pesados, más dramáticos como le sucedió a su coterráneo Giusseppe
D'Stefano que destruyó su voz al dedicarse a cantar como lírico spinto.
"Yo no quiero perder mi timbre lírico" -afirma-. "Quizás dentro
de seis o siete años el público me pida esos papeles, pero por ahora no quiero
apresurarme", dice con decisión.
Otro tenor que ha escalado la fama lo es el argentino Raúl
Giménez. Nació en la pequeña ciudad argentina de Carlos Pellegrini, en 1951.
Estudió canto en la
Fundación del Teatro Colón en Buenos Aires. Debutó como
Ernesto en "Don Pasquale". Ha cantado además "El Barbero de
Sevilla", "Falstaff", "Orfeo" y "La Cenerentola ". Es
un especialista en el repertorio "Bel Canto" sobre todo en Donizetti
y en las arias de Mozart.
Otro gran tenor es el canadiense Ben Heppner, nativo de la Columbia Británica.
Hizo su debut en Estados Unidos en el Carnegie Hall en 1988, en La Scala en 1990, en el
Metropolitan de Nueva York en "Die Meistersinger" y ha grabado para la RCA la opera
"Turandot".
El francés Roberto Alagna de quien se esperan grandes triunfos
en su carrera artística. Kristjan Johannson de Reikiavik, en la fría Islandia
quien es un verdadero lírico-spinto. Ha cantado "Cavalleria
Rusticana" en el Met de Nueva York, aunque parece tener últimamente
dificultades vocales. Richard Leech quien emplea magistralmente su media voz.
Sergei Larin, nativo de Latvia. Hizo su debut como Cavaradossi en
"Tosca" en 1994 en el Met y Richard Margison, de Victoria, Canadá,
que es otro lírico-spinto muy prometedor. Debutó en el Met como Pinkerton
"Butterfly" y ha cantado distintos papeles: Manrico, Calaf y
Radamés. Hay otros que mencionarlos prolongaría infinitamente este trabajo y
esperamos que con el transcurso del tiempo estos cantantes y los que sin lugar
a dudas han de aparecer, se mantengan en el pináculo de su arte para
beneplácito de los amantes de la ópera.
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