-Reseña
de Roberto Soto
Santana , Presidente de la Asociación Literaria
Calíope (Murcia, España) y Abogado en ejercicio, incorporado al Ilustre Colegio
de Madrid.
Así
se titula el más reciente efluvio, en forma de poemario, del numen de doña
Leonora Acuña de Marmolejo, la autora colombo-estadounidense que tiene sus
raíces echadas hace mucho tiempo en la neoyorkina Long Island –aunque la lira
que tañe siempre ha sido profundamente
hispanoamericana-.
En
este nuevo libro, la autora vierte, una vez más, desde su alma en poso, los
temas de reflexión que han caracterizado siempre su verso (el Amor, la Paz , la Amistad y el laurel
tendido hacia las frentes de las personalidades eximias del buen hacer
literario, patriótico y humanista de la comunidad mundial que se expresa en
español). En esta obra, la poetisa desenvuelve y alcanza los objetivos que en
ocasión anterior hubo de fijar para su pluma: a saber, “Quiero el verso en mi
anhelo cincelado,/pulido en el dolor y acrisolado;/el verso noble y elocuente y
sabio/que restañe de ofensas el agravio.//El verso rutilante en la palabra/que
despierte conciencias y que abra,/liños de amor, lealtad, justicia y paz/y nos
lleve en vendimia a un solo haz.”(1)
Esta
pulsadora de la lira, oriunda del sudoeste colombiano -donde la vegetación es
frondosa y lujuriante, los ríos son límpidos y caudalosos, las nueve décimas
partes de la población están asentadas en núcleos urbanos, y el español se
habla con el característico acento vallecaucano o valluno-, ha ilustrado esta
edición con algunos lienzos de su paleta, en los que demuestra el dominio de
variados registros estilísticos (desde la pintura andina de trazos rectilíneos
que exorna la portada del poemario, y que hace recordar al argentino Hugo
Irureta; hasta la figura de mujer yacente, en trazos expresionistas, de “Tiempo
de solaz”, en la página 22, pasando por el retrato realista del paisaje –sin
figuras animadas, como en el “Estanque de Mercurio”, en la página 33; o con
ellas, como en “Niño indio con su burro”, en la página 30-).
En
los poemas, la autora demuestra una admirable soltura en el manejo de los
versos de arte mayor, ya que una mayoría de las creaciones incluidas en este
libro está perfilada en versos endecasílabos, sea en estrofas de dísticos o
pareados consonantes –logro difícil, ya
que no suelen manejarse para la poesía lírica sino para la didáctica, la
narrativa o la epigramática- (“El lucero de mi anhelo”), sea en sonetos (“Hora
de Tinieblas”, “¡Marana Tha!”).
La
poetisa aborda con parejo éxito el versolibrismo en su discurso apologético de
Alfonsina Storni, en el que evoca el fin que puso a su vida esa flor de
sensibilidad nacida en Suiza y criada en la Argentina , arrojándose
al mar aunque no sin antes dejar su postrer soneto “Dientes de flores, cofia de
rocío…”, en el que responsabilizaba a un desengaño amoroso de su infausta salida
de este mundo. No sabemos si por casualidad o deliberadamente o por simple asociación
de sentimientos, en este ramillete lírico de Acuña de Marmolejo, a este elogio
póstumo –que, en cuanto a su insumisión al metro y a la rima, atiende al
criterio del español Luis Cernuda respecto a que “Si en el verso hay música,
mi preferencia se orientó hacia la «música callada» del mismo”, es decir, hacia el verso libre- le sigue
inmediatamente en el libro el “Epitafio”, un soneto en el que se habla
de la partida de la más bella rosa “…con la más alta estrella/¡que la unció al
fiel lucero que rielaba en el mar!”
Por
otro lado, impresiona la sutileza perceptora de los rasgos distintivos de las
personalidades de dos próceres cubanos a quienes doña Leonora Acuña dedica
sendas loas, al saber distinguir entre la naturaleza reconocida de José Martí
como espíritu Libertador de la
Perla del Caribe y la de Antonio Maceo como caudillo que
llevó a vías de hecho, en el plano militar (como Lugarteniente y bajo la
dirección superior del Generalísimo Máximo Gómez, dominicano de origen y cubano
por sus merecimientos), la grandeza de las ideas martianas. A Maceo le dedica
el soneto con estrambote “Bajo el palio sagrado” y las cuartetas “Cual un león
herido”, y a Martí, el “Soneto al Apóstol José Martì”.
Y
así, hasta un total de ochenta y ocho composiciones, hay poemas de alegría y de tristeza, de esperanza y de desespero,
de nostalgia y de remembranzas juveniles, pero sobre todo de aliento, de fe en
la vida y en un Ser Supremo, de la bondad del Amor y de la Paz y de la virtud de la
compasión, que integran un canto sostenido, respaldado por el ejemplo personal,
a la affectio familiae que debe
presidir las relaciones con ascendientes y descendientes en el tronco
genealógico e incluso con los demás consanguíneos, colaterales y allegados.
Porque doña Leonora Acuña ha sido, a lo largo de toda su vida, una devota,
entregada a paladinas, de la necesidad de la práctica cotidiana de la pietas
–como se entiende en latín: el sentimiento de bondad hacia el prójimo-.
Y
“Horas Iluminadas” es, en el fondo y en resumen, un compendio de las variadas
modalidades de ese sentimiento, expresadas en forma poética, y aderezadas con
la sabiduría de la experiencia vital de la autora, su exquisita sensibilidad
personal, su vasto bagaje intelectual y artístico, y sus acendradas
convicciones espirituales, tanto humanistas como cristianas.
Recomendamos
la lectura de esta obra de doña Leonora Acuña de Marmolejo como fuente de
regocijo para el alma –tanto por sus propiedades animadoras para la acción
cotidiana de relación interpersonal como de provecho por el gozo estético que
aporta siempre un libro bien escrito, en este caso además con donaire y
acendrado empleo de nuestra común lengua cervantina, y firmemente anclado en
nociones y sentimientos positivos-.
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