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jueves, 1 de agosto de 2013

Los Destellos de Mundos Imposibles en el Quijote





Odón Betanzos Palacios (†)
Director de la Academia Norteamericana Lengua Española

  El aroma, desborde y luz del Quijote nos llega por todas partes y por donde quiera que se le mire. Incluso por los errores, equivocaciones o descuidos del autor que entran, así, como parte de un estilo definido. Los personajes que crea, importantes, secundarios o accidentales, viven, se mueven, dicen y se hacen reales y concretos, de carne y hueso del espíritu. Don Quijote y Sancho nos son  familiares, tan conocidos en sus acciones y reacciones que da la impresión de tenerlos al lado. Cervantes y Don Quijote van unidos en el libro y no será posible la separación puesto que Cervantes es el creador el que Dios le sopló y le dio vida y aliento. Por la obra vive y trasciende su autor, ya que, aparte de criticar y satirizar y dejar hablar a un loco sublime, se nos presenta y confiesa en todas las direcciones. En el libro lo popular y tradicional se enlazan por boca de sus personajes, bocas que hablan y Cervantes en su amplitud que siente y dice. El realismo español vive y convive con las disparatadas acciones del caballero andante. Cervantes se vale de los personajes básicos  de su libro para darnos sus propias opiniones y madurados razonamientos. En el Quijote se amplían las bases del realismo español que nos viene desde el Poema del Cid, El Arcipreste de Hita, La Celestina y El Lazarillo.
  Sorprende en Cervantes por la diversidad, genialidad e inventos, todo un mundo de juegos, artificios y combinaciones en sorpresas. Incluso de lo dicho por otros, inventa y nos los da como nuevo, ennoblecido y agrandado. Las fingidas fuentes de hechos en los libros de caballería en el Quijote salen remozadas, como si su realidad acabara de nacer; los nombres de seres y geográficos en aquellos libros brotan en el Quijote con sonoridad y encantamiento; los episodios, aunque sean imitados de hechos de otros  caballeros andantes, dan la sensación de novedad y cercanía; con la ficción, la intención para amoldar, así, el pensamiento o crítica de Cervantes a la realidad circundante; la narración en olas grandes arrastran, chocan, se embravecen en furia o agilidad o se hacen de tranquilas rompeolas en la calma; el diálogo, intenso, lleno de latidos de almas decidoras. Ese diálogo se hace entrañable entre caballero y escudero y entre los seres que pueblan el gran libro. Los mundos diferentes en Cervantes que se dan cita hacen de la diversidad la unidad en la totalidad: convive lo medieval con lo renacentista; lo pastoril y temas moriscos con la picaresca; el dinamismo con la lentitud; lo ideal con lo real; la tristeza y desesperanza con el humor y la gracia.
  Nace en Cervantes, lo que quiere decir en el Quijote, la necesidad de dar alas a la imaginación y poder, de esa forma, volar y salir del enredado mundo donde le ha tocado vivir. Así la variedad de formas de encantamiento en el libro, el sinnúmero de situaciones, la diversidad de inventos, las voces de la sabiduría popular en el habla, la libertad, las ambiciones, las esperanzas. La Cueva de Montesinos y sus personajes encantados sirven como galería de imaginación y de la belleza plástica; Merlín y sus inventos, inventos que se desdoblan reinventados por Cervantes; la  quijotización de Sancho, donde se mezcla el ingenio natural con la viveza aldeana. Acaban de salir de Toboso y el escudero mozo juega con saber quién es Aldonza Lorenzo, dama Dulcinea, confesión del caballero.
  No quiere decir que no estuvo en el Toboso para darle la carta escrita en el libro de asentar que se le olvidó llevar, donde se hallaba, también, la cédula pollinesca  y, ante la vista de las tres aldeanas, una de ellas hecha Dulcinea por Sancho le dirá a Don Quijote a la vista de ellas: “Viva Roque que es la señora nuestra ama más ligera que un acotán, y que puede enseñar a subir a la jineta al más diestro cordobés o mejicano”.
  La esencia del habla de las Españas dicha en refranes tiene una fuente grande y honda en el caballero y en el escudero. En el escudero, algunas veces, a lo que salga y encadenados; las cartas, esos modelos de intensidad y sorpresas y como abrazadas; la singularidad en o casi imposible al criticar libros, acciones, vidas, ideas y observaciones hechas de su misma y anterior escritura. Modelo de lo casi imposible al hacer la crítica Sansón Carrasco (entiéndase Cervantes) de la Primera parte del libro al inicio de la Segunda; el humor, la gracia natural que mueve  a la risa o a la compasión por los personajes; la exposición, velada o abierta de nuestra nación como Imperio, escondida en mentira la verdad de nuestro declive con todo el aparato de grandeza para escamotear la realidad; el sentido de la libertad, tan en su sangre; el de la justicia, para señalar su deseo de armonizar  la división de clases, imposibles entonces de salvarla y ganarla. El sueño, la idealización de la felicidad y el descanso para hacer de ese descanso la creación más fuerte y rotunda. El Caballero del Verde Gabán, Don Diego de Miranda, le servirá de modelo para entender y desear la paz, el desahogo económico y tranquilidad que nunca tuvo así como el don como título que su talento y obra merecían y que nunca se le hubiera ocurrido ponérselo.

  Pienso y digo que todo lo que sobre Cervantes y el Quijote observo está genialmente hecho esencia en las catorce palabras del recordado Maestro, Dámaso Alonso, “que el Quijote es en realidad el gran y último poema de ambición universal”. Con el Quijote y su Cervantes estamos y estarán en deuda todos los que de una forma y otra escribimos y escribirán. El mundo sólo tiene una dimensión de ejemplo mayor: el que se pueda dar con obra concluida en términos y modos imposibles; el Quijote es uno de esos ejemplos.

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