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jueves, 15 de agosto de 2013

El Sifón del Alcantarillado de La Habana



Invisible y desconocido por la mayoría de los habaneros, el Sifón del Alcantarillado de La Habana, constituye uno de los más relevantes trabajos ingenieros realizados en Cuba en todos los tiempos. Como explica el licenciado Juan de las Cuevas Toraya, en su obra Las siete maravillas de la ingeniería civil cubana, la generalización del uso del agua en necesidades personales, las grandes aglomeraciones urbanas y la consiguiente aglomeración de residuos e inmundicias, obligó a la extracción y conducción de estas, fuera y a distancia de los recintos urbanos, situación que hizo crisis con la invención de los inodoros en 1810, los que requerían mayor cantidad de agua para su utilización y obligaron a construir medios más rápidos y menos molestos para evacuar las aguas negras domésticas.


En La Habana, los pocos kilómetros de cloacas existentes, sin plan ni sistema, descargaban las aguas negras conjuntamente con las pluviales. En la sequía constituían el escape para los gases de la descomposición de las materias orgánicas depositadas en el fondo y por el contrario, los grandes aguaceros desbordaban los albañales junto con el agua de lluvia y penetraba en las casas que poseían, en algunos casos, menor nivel que en las calles. Al finalizar el siglo XIX, la Enciclopedia Británica decía que la capital cubana era una ciudad de ruidos y malos olores, sin una satisfactoria limpieza de calles, o de drenaje del subsuelo y una bahía corrompida por las impurezas de la ciudad. Al concluir la guerra de independencia hispano-cubana, el gobierno de ocupación norteamericano (1898-1902) le encomendó proyectar la obra al ingeniero Samuel Gray, reconocida autoridad en esa materia en los Estados Unidos, quien realizó los cálculos para una ciudad de 600 000 habitantes.

Dado lo cerrada de la bahía, se definió que no se debía llevar a ésta el agua de las cloacas, por lo que sería necesario bombearlas y descargarlas al océano Atlántico. Esto determinó que se proyectaran sistemas separados de cloacas y drenes, pues éstos podían descargarse directamente a la bahía, cuando esos aspectos no habían adquirido el rigor que tienen en la actualidad.

La subasta de las obras se realizó el 23 de octubre de 1901 y la ganó Mac Givney and Rokeby, quien ofertó construir el alcantarillado y la pavimentación en 10, 6 millones de pesos. Las obras se iniciaron en 1908 y el sistema de cloacas comprende: una línea llamada Marginal del Norte, que recoge todos los albañales al norte de Reina y Carlos III. Comienza en la calle Línea la del Vedado y sigue por San Lázaro, Trocadero, Tejadillo, Aguiar, O’Reilly, hasta la Plaza de Armas, donde se une con la Marginal del Sur, que recoge los albañales del resto de la ciudad.

Esta segunda línea recorre la calle Oficios, Paula, Puerta Cerrada hasta Carmen donde se divide en dos líneas: una va por el Matadero hasta Infanta y recoge la barriada del Cerro y otra va al este de la Calzada de Cristina, se dirige a Agua Dulce, y se vuelve a subdividir en dos ramas, una irá por Concha hasta la Víbora y la otra sigue hasta Jesús del Monte.

La complejidad de las obras estuvo dada por las características del subsuelo, principalmente de calizas cavernosas, las que después de los dos metros, hacía que se anegaran las zanjas por debajo del nivel del mar. En la calle Tejadillo la profundidad de la zanja fue de 8 metros y la de Paula llegó hasta 10, y pese al apuntalamiento todos los edificios se rajaron. Las casas dañadas por las obras fueron reparadas por lo contratistas, los que antes de comenzar a trabajar en cada cuadra visitaban casa por casa con un inspector del Gobierno y levantaban acta del estado en que se encontraban para evitar reclamaciones injustas.

La única mecanización utilizada fue un sistema llamado “Telpher” que constaba de armazones de acero en forma de “A” que montadas sobre las zanjas suspendían un riel por el que corría una grúa eléctrica móvil que servía para trasladar el material de la excavación y los tubos. En la obra se utilizaron tubos de barro vitrificado en diámetros hasta 38 cm, los mayores eran de hormigón. Las aguas albañales de las dos marginales, afluían a una cámara de sedimentación y coladores cerca de la Plaza de Armas, desde por un túnel sifón construido bajo la bahía, de 2.13 metros de diámetro y 375 de largo, se pasaban todos los albañales de la ciudad a una Cámara de Succión situada al otro lado de la bahía en Casa Blanca. De allí, por bombas centrífugas se elevaban a la altura de La Cabaña, desde donde por gravedad, a través de una tubería de hierro fundido de 1.52 metros de diámetro, se vertía a 147 metros de la costa, a una profundidad de 11 metros. El túnel Sifón se comenzó el 1 de mayo de 1911 y se terminó el 19 de abril de 1912, trabajándose tres turnos a 8 horas todos los días.

Uno de los drenes principales construidos fue el de Matadero, que conduce a la bahía al arroyo de su nombre, y evacua un área de 6, 9 km cuadrados. Al desembocar en la bahía tiene una sección de 9.75 metros de ancho por 2,82 metros y sobre él se construyó una calle de 20 metros de ancho. El otro gran dren fue el de Agua Dulce, que recoge las aguas de los arroyos Maboas y Agua Dulce. Este desemboca con una sección de 4,9 metros de ancho por 3,4 de alto, todo de hormigón armado sobre pilotes espaciados a 90 centímetros y recoge las pluviales de 5,7 km cuadrados. Al océano Atlántico descargan los drenes de las calles: Águila, San Nicolás, Gervasio, Lealtad y Belascoaín. Del Vedado también descargan al litoral los drenes de las calles 15, 11, J, G, C, Paseo, 6 y 10. Al finalizar las obras el 30 de junio de 1915, se habían ejecutado 294 km de cloacas y 150 km de drenes, con un costo total de 9,8 millones de pesos. Por su magnitud, complejidad, rapidez de ejecución y utilidad bien merece esta obra considerarse como una de las Siete Maravillas de la Ingeniería Civil en Cuba.

El Cubo, visible escultura urbana













Con el fin de cambiar la imagen del enclave portuario, desde la perspectiva urbana y arquitectónica, se proyectó el enmascaramiento de la Cámara de Rejas del Sifón, en la Plaza de Armas. Sobre la base del “cubo”, la propuesta fue diseñada como forma geométrica de menor impacto en el contexto, tendiendo a las dimensiones de 9 x 9 x 9 metros que exigían los requerimientos funcionales, emitidos por la empresa Aguas de La Habana. Así, precedidos por este concepto, se concibió esta obra para la protección y funcionamiento del sistema, y la divulgación de sus valores dentro del patrimonio constructivo de la Isla.

El Cubo se compone de dos cuerpos: una caja transparente, que permite mostrar el proceso y hacer partícipe al público del mismo, y otra caja opaca que facilita la protección y funcionalidad del sistema. En las horas nocturnas actúa como una caja de luz, sumando al novedoso proyecto otro atractivo singular. Situado en una zona que ha emprendido su rehabilitación integral, el Cubo deviene escultura urbana de alta significación para el borde marítimo de La Habana Vieja, al tiempo que se convierte en un punto de desarrollo de la cultura ambiental de la ciudad.


El nuevo diseño para la Cámara de Rejas exigió el talento de creadores y constructores que, empleando materiales como el hierro y el vidrio, supieron concertar una imagen contemporánea en un contexto legendario, comprometido con la historia y los valores patrimoniales de la ciudad. El Cubo está conectado con un separador vial, a modo de paseo, que incluye vegetación y gráfica informativa del proceso y la trascendencia de esta obra centenaria. Realizada por la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, esta intervención contó además con la participación de la Constructora ACINOX y la empresa Aguas de La Habana.

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