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jueves, 15 de noviembre de 2018

El Gigante de Piedra (Segunda Parte)

Emilio León
 Sobre el autor: 
Emilio J. León (†) (1924-1989) es uno de los muchos prisioneros políticos cubanos que forma parte de la llamada “Literatura del Presidio de Cuba”. Fue detenido el 9 de mayo de 1962, condenado a 20 años de Prisión. Paso 17 años y 6 meses en las cárceles de Cuba. Indultado el 13 de noviembre de 1979.
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  El 1 de Enero de 1959, con la toma del poder por Fidel Castro, más que el desencadenamiento de las fuerzas de natura, se soliviantan todos los instintos primarios de la plebe al grito de ¡PAREDON!- ¡PAREDON! por una minoría diestra en la hipocresía, sagaz en la organización de las masas y astuta en la dialéctica que mostrando una falsa faz nacionalista se enmascaraba en una ideología diabólica internacional que con desaforada propaganda, a grandes titulares en la prensa mundial, pregonaba ¡MANOS FUERA DE CUBA!. ¡APRIETO EL BOTON! (refiriéndose a los pro­yectiles teledirigidos intercontinentales con ojivas nu­clear) logran decapitar a la República conculcan los derechos a la ciudadanía, amordazan a la prensa, arrebatan las conquistas sociales de los obreros y dividen a la familia cubana. 
  Mientras tanto el pueblo trabajador, amodorrado por los kilométricos discursos del farsante Mesías bajado de la Sierra Maestra, alegre por los improvisados carnavales, arrollando y cantando detrás del bullicio formado por las charangas, atontado por la estridente música difundida por los altavoces y las insistentes consignas contra los norteamericanos: ¡YANKEES, GO HOME!.. se sumaba incauto e inconsciente a la fila de los verdugos de sus hijos. 
  La historia de la Patria daba un paso atrás y Cuba, al dejar de pertenecer al concierto de las naciones libres y civilizadas de Occidente, era obligada por los nuevos amos a volver a su status de colonia, en esta oportunidad de Moscú.
  La nueva casta, descendiente en línea directa o indirecta del audaz conquistador. el aguerrido soldado o el cínico aventurero español buscador de camorra y ambicioso del oro, distinguí ase de sus antecesores por su absoluto ateísmo, el desprecio de la vida de sus semejantes y la insaciable rapacidad de los bienes ajenos.
  Desde el mismo instante de la toma del poder y utilizando como propaganda demagógica y sicológica "!AHORA TODO PERTENECE AL PUEBLO" - MUERAN LOS ASESINOS!. la pequeña horda descargó todo el peso de su política de odio y terror contra los oficiales y soldados del derrotado ejército y miembros de la fuerza pública de la fenecida república, los que fueron empujados en masa al fatí­dico paredón, despertando de nuevo, el sanguinario apetito de El Gigante de Piedra. 
  Ante la orgía de sangre que inundaba el suelo patrio, las clases vivas de la nación: Ejército rebelde, profesionales, estudiantes, ex-militares, obreros, amas de casa, campesinos, clase media, periodistas y hasta los desposeídos de bienes de fortuna, con clara visión del futuro peligro que se cernía sobre la ciudadanía, comenzaron a agruparse de inmediato creando organizaciones democráticas revolu­cionarias con variedad de nombres en su estructura y conocidas posteriormente por sus diferentes siglas, pero persi­guiendo todas un mismo fin: Derrocamiento de la tiranía comunista. 
  La Declaración de Principios de cada Organización fue ampliamente divulgada a través de los órganos de propa­ganda de cada una y distribuida entre la población a lo largo y ancho de la Isla. 
  Las acciones inherentes a toda labor clandestina no se hicieron esperar: Sabotajes con C3 y C4 a oficinas guber­namentales, a las vías férreas, a las maquinarias de los talle­res, al transporte por carretera y marítimo, quema de campos sembrados de cañas y de casas para la cura de la hoja del tabaco, incendios de granjas para pollos, de almacenes de víveres y fábricas de productos químicos, interrupción del fluido eléctrico por zonas, alzamiento armado de hijos del pueblo y miembros del antiguo ejército y del rebelde en la Cordillera de los Órganos, en la Provincia de Pinar del Río, en las lomas de Jaruco, en La Habana, en los llanos de Matanzas y Camagüey, en las Cordilleras del Escambray, en Las Villas y en la propia Sierra Maestra, escenario de la anterior lucha armada, en Oriente. Trasiego de armas y medicinas, infiltraciones tipo comando de cubanos exiliados por varios puntos de la costa norte y sur de la isla incursiones de avionetas del exterior regando propaganda anticomunis­ta sobre el territorio nacional, ajusticiamiento de chivatos. Toda la capacidad organizadora y el valor personal o colectivo fluyó contra la estabilidad económica y política del usurpador rojo. El régimen, ante el auge del descontento popular, acrecentó al terror material y psicológico contra la ciudadanía. Maltrato de obras a los detenidos, denunciados por miembros de los comités de defensa como supuestos contrarrevolucionarios, restricción de las cuotas de alimen­tos para el consumo del núcleo familiar y de artículos para vestir, registros por agentes de seguridad en horas avanzadas de la madrugada de los domicilios de pacíficos ciudadanos, infiltración de miembros de la Seguridad del Estado en las organizaciones clandestinas, grupos completos de patriotas son detectados... Algunos perecen en acción armada en el instante de su detención y otros son arrestados e incomunicados por largos meses en celdas tapiadas del Ministerio del Interior, intensos y sistemáticos interrogatorios son emplea­dos contra el subversivo en el día o las altas horas de la noche. El potente haz de un reflector dirigido hacia las pupilas lo deja como ciego. Alrededor del interrogado, agentes de seguridad haciendo preguntas, a la vez que gritan, amenazan, rastrillan pistolas, golpean... El suplicio por horas indeter­minadas del "cuarto frío" que congela o el extremadamente caliente que sofoca y ahoga. ¿Y las Cabañitas? Dónde se hallan ubicadas? Se desconoce. Pequeñas habitaciones para aplicar torturas donde al detenido se le mantiene encerrado sin ver el sol, por días o meses, con el piso regado de cal viva o lleno de agua, completamente desnudo. 
  Al final el espectáculo bufo representado por los componentes del Tribunal Revolucionario número I de La Habana, radicado en La Cabaña, y la sádica como irrespetuosa diatriba del Fiscal contra el acusado. El individuo sin tener conocimiento previo de ello ha salido automáticamente sentenciado del Ministerio del Interior por el Oficial Investigador a la pena capital o al cumplimiento de una larga condena en las catacumbas de la fortaleza de La Cabaña. Al entrar a los predios de El Gigante de Piedra el primer vislumbre que se tiene de la muerte es cuando la vista, como al descuido, se posa en el desconocido "palo"... Al cruzar el pequeño puente que salva el abismo donde se halla el foso, al mirar hacia la derecha, lo verá allí, empotrado en la tierra, enhiesto, impávido, vigoroso, astillado. Como telón de fondo para representar su macabro fin, le sirve la maciza pared de una de las galeras, a unos pasos de la número 17, desconchada por el impacto de los plomos y manchada formando como un círculo de herrumbre... es la salpicadura de la reseca sangre de los valientes patriotas arrancados con violencia de la vida ante el paredón. Arriba, perennemente encendida una bombilla de quinientas bujías protegida por una pantalla de metal pintada de verde alumbra al solitario "palo" ¿una advertencia? Es más bien el símbolo teórico llevado a la práctica por el despotismo comunista. 
  Debidamente fichado en el departamento de Archivo de la Dirección del Penal despojado del vestuario particular, le hacen entrega de una muda de ropa usada, mugrienta y fétida y de una colchoneta formando diminutas protuberancias distribuidas en lo interno, cuyo forro con señales de humedad despide un penetrante olor ácido a sudor. En callado coloquio, la mente fabrica justificados dicterios contra el semejante tan poco aseado de su persona, las prendas de vestir y la inmunda colchoneta. Pocos segundos después, se conocerá... experiencia propia de la poca higiene corporal y del lavado de la ropa... La escasez de agua. Vigilado por un guardia portando arma larga se recorre un corto tramo de una adoquinada vía colonial hasta llegar a un pesado portalón entrecruzado por cuadrados barrotes de hierro. Estos son cubiertos por planchas de metal con adornos geométricos compuesto de cuatro lóbulos forjados al vacío. Un custodio que desempeña las funciones de "Llave", desde el interior, abre la enorme puerta. Chirrían los goznes. Se pasa al rastrillo, resbalan sobre el piso cubierto de grasa e inmundicias las suelas de los zapatos. Las paredes de cantera y un colgadizo de madera se hallan embadurna­dos de hollín. Por enrejadas puertas escápese una niebla caliente y densa. Mortecinas por el vapor de agua aparece la luz de las bombillas. De las tinieblas de aquel aposento parecido a una cueva se descubren sombras de hombres portando largos tridentes. Se oye el  característico entrecho­car de panzudos calderos de hierro. Voces airadas gritando "!Hiérvelos... hiérvelos! ¿Es el infierno? No, es el local para la cocina que corresponde al penal.
  Abren una pequeña puerta construida de igual material y con exactos adornos al portalón que da acceso al recinto destinado para residencia de los reclusos. Es la Zona o Patio No. 2. Tiene la forma de un triángulo rectángulo con un declive de varias pulgadas con dirección al oeste para el desagüe. Los muros que le aprisionan tienen una altura de doce metros. Un espesor de un metro. En lo alto de cada extremo de la figura geométrica, sendas ametralladoras calibre 30 con sus servidores, apunta hacia la población penal.
  Ha habido agua. La impura, por lo sucia, de la limpieza de las galeras y la de la enjabonada del lavado de las ropas se desliza por el piso de cemento del patio entre los latones para los desperdicios donde, por millares zumban las moscas. De las improvisadas tendederas cuelgan incontadas piezas lavadas puestas a secar, interrumpiendo el paseo de los transeúntes. Por cientos deambulan los cautivos por el asqueroso patio recibiendo con regocijo las caricias del sol. Un pequeño grupo se acerca al perplejo recién llegado. Uno de ellos lo saluda con la locución. !Carne fresca! Posiblemente sea la frase sacramental del ritual para aceptar en la comunidad al iniciado en el tortuoso y aciago destino del preso político cubano en la cárcel comunista. Con las imprevistas peripecias en los largos años de cautiverio obtendrá la consagración.
  Una puerta enrejada que mira hacia el noroeste sirve de entrada para las galeras números 16 y 17. En esa reciben al nuevo recluso. Un preso político funge como jefe de galera.
  Toma nota de las generales del reciente inquilino... "Para el control de la correspondencia y turno de la cama" - dice­ y prosigue: "sólo hay quince torres de tres camas cada una. A los primeros cuarenta y cinco hombres les correspondieron las mismas, el resto tiene que dormir sobre el suelo o en un catre. Solicite uno a su familia y también un cubo con capa­cidad para ocho litros. Hay dificultades con el agua.  Cuatro jarritas diarios para todas las necesidades. Un baño cada diez o doce días. Cada galera tiene capacidad para noventa hombres, pero están superpobladas. En ésta, con Ud., sumamos trescientos dieciséis. Venga conmigo. Mire, este es su sitio. Ahí puede poner el colchón. Ya se acostumbrará a las naturales molestias de su actual situación, al abejeo de las voces del personal y a la "tronadera."
   Las galeras presentan igual aspecto en lo interno: Un pequeño cuartucho para el baño, un urinario y dos tazas para dar de cuerpo. El techo en forma de bóveda con tres grandes tragaluces. Treinta y seis metros de largo, siete de ancho y cinco metros de alto. Generalmente encaladas. Las paredes de un metro de espesor. Exteriormente, tienen el aspecto de cuevas. Empotradas bajo una capa de escombros, piedra y tierra, de seis metros de espesor.
  Con relación a los puntos cardinales las mismas tienen la posición siguiente: Del número siete a la quince se orientan quince grados al norte; la dieciocho y la veinte al noroeste. La diecinueve no existe.
  A doce metros del frente de la galera 13 se halla uno de los altos muros que encierran la zona dos. Pegado a este y a ras del piso parte una escalera de piedra formando un ángulo de cuarenta y cinco, que baja al entresuelo. Al centro de la tétri­ca y oscura habitación que existe allí levántese la imponente estructura de una jaula cuadrada de gruesos barrotes. Aque­lla armazón de barras de hierro para encerrar hombres sobrecoge el ánimo. La ventilación, como la escasa luz, la recibe de un tragaluz enrejado empotrado en el alto techo que no es otro que el patio superior por donde se recrean los cautivos. A diez varas de distancia del frente de la galera 9 se encuentra dicho respirador. Esa celda de castigo es conocida por "El Chinchorro".




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