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Hugo J. Byrne. |
Discurso de investidura ante la Academia de la Historia de Cuba en el exilio. Hugo J. Byrne.
Distinguidos Académicos, dedicados estudiosos de la historia de nuestra tierra natal, amigos y colegas:
El presente es un concepto intangible, una entelequia, pues cada instante transcurrido pertenece al pasado. El tiempo se compone sólo de dos realidades: futuro y pasado. El primero es la incógnita que tratamos de despejar. El pasado es todo lo contrario: el estudio imprescindible de la existencia humana que llamamos historia. Aprenderla, investigarla, escudriñarla profundamente, siempre nos ayudará a enfrentar el porvenir con relativo éxito.
La historia es la única fuente de información verificando cómo las libertades individuales generaran un progreso real para la especie humana. Mientras que las utopías totalitarias no solo detuvieron ese progreso, sino cometieron genocidio y provocaron guerras para detenerlo. La gran virtud de la historia es que hace esa realidad evidente para los futuros estudiosos. Avanzo un ejemplo.
A través de la historia sabemos que las personas pobres en la actualidad disfrutan de un nivel de vida muy superior al de los multimillonarios del siglo XIX en las sociedades que se rigen por derecho. Por supuesto, no me refiero a indigentes sino a personas de moderados recursos y bajos niveles de ingreso en naciones que son libres en el orden social y económico.
Durante la segunda mitad del siglo XIX para los "todopoderosos" magnates de antaño, era imprescindible emplear mucho tiempo en toda actividad. Recordemos que el tiempo es nuestro más preciado tesoro, por ser limitado y por tanto, insustituible. Se ha dicho con sobrada razón que dedicar tiempo a otra persona o personas, es la máxima expresión de amor.
Visitando a un amigo en Nueva Jersey, John D. Rockefeller, desde el vecino Nueva York, tenía que enviar un sirviente a su cochera para traer el vehículo que lo transportara a Nueva Jersey. No tengo la menor idea del tiempo que usaba ese arcaico transporte para llegar a su destino. Sin embargo, estoy seguro de que si viviera hoy llegaría en una fracción de ese tiempo en su limusina. Aún más importante es que cualquier pobretón lo haría hoy con igual presteza, a bordo del "subway" o de un autobús.
Para ver ópera, John Pierport Morgan estaba forzado a ir a un teatro y llegar antes de la hora programada para sentarse en un palco. No existían entonces televisión ni ordenadores electrónicos, hoy al alcance de quienes disfruten de libertad económica, corolario del capitalismo, ya sean pobres o acaudalados.
Los coches de lujo y los carretones rústicos de antaño no tenían refrigeración y durante el verano, tanto pobres como ricachones sudaban de lo lindo. El frío era harina de otro costal, pero el adinerado tenía que cubrirse del gélido viento con tanto trapo que hasta le dificultaba el movimiento.
A mediados del siglo XIX la única calefacción disponible era producto de quemar carbón o leña, único combustible al alcance de todos, pobres o encumbrados. Pero visitar Europa desde Nueva York a mediados del siglo XIX, tomaba un mínimo de dos meses y a veces hasta ochenta días de navegación a vela.
En contraste, la primera vez que abordé un vuelo transcontinental y transatlántico (desde LAX en Los Ángeles hasta Heathrow en Londres) en 1986, el trayecto tomó menos de catorce horas. No creo necesario agregar que no soy rico. Por supuesto, todo el progreso obtenido por el hombre a pesar de los desastres naturales y las guerras, se resume en una frase: "los avances de la ciencia". Es muy difícil ignorar que la historia no es otra cosa que "la ciencia que estudia el pasado". No dudo que algunos estén en desacuerdo porque en todo currículo formal esta disciplina está incluida en el capítulo de "Humanidades". También afirmo algo que ya empieza a aceptarse universalmente: cuanto más tiempo transcurre desde los acontecimientos del pasado, se aprende más sobre ellos.
Para demostrar lo afirmado, terminar mi largo preámbulo y entrar por fin en la Historia de Cuba, voy a referirme a la explosión del barco de Guerra USS Maine, en la Bahía de La Habana, el 15 de febrero de 1898. Aunque cuando fue lanzado al agua en 1890, era clasificado como un "Crucero-Acorazado", el Maine no era una cosa ni la otra. Algunos destructores contemporáneos desplazan el triple de toneladas de agua.
Por supuesto, esa comparación no es justa y la uso solamente como referencia. De acuerdo a su arbitraria clasificación sería plausible comparar al Maine con el Olympia, Buque Insignia del Comodoro Dewey en la batalla de la Bahía de Manila. Está demás decir que el Olympia era un verdadero acorazado, durante años el navío más grande con casco de acero. También fue el mayor acorazado construido en la costa oeste de Estados Unidos desde junio de 1891 hasta el lanzamiento del USS Oregon en noviembre del año siguiente. Ambos navíos vieron acción durante la guerra con España.
La controversia histórica sobre la explosión del Maine en la Bahía de La Habana, a pesar de todas las evidencias e investigaciones y, contradictoriamente, como resultado de ellas, todavía perdura. En ese desastre perecieron más de doscientos marinos de Estados Unidos. Por lo menos hubo cuatro investigaciones de la tragedia y lo más interesante de eso es que todas alcanzaron resultados diferentes.
La primera de las pesquisas fue realizada justamente después de la fatal explosión. El equipo investigador comisionado por La Habana se concretó a una breve entrevista con el Capitán del Maine, Charles D. Sigsbee, más una inspección ocular en el sitio preciso del siniestro, pero desde la superficie. Sus resultados indicaban que la explosión se había generado desde el interior del navío. La segunda fue realizada por la "Corte de Investigación" que convocara Washington en el Fuerte "Zachary Taylor" de Cayo Hueso, el dos de marzo del mismo año, inmediatamente después de un estudio de los restos del Maine. Usando personal, técnica y equipos sumergibles, los americanos concluyeron justamente lo contrario que los peninsulares. ¿Quién puede sorprenderse?
Después de terminada la contienda con España los hierros retorcidos del Maine fueron conducidos por el antiguo "filibustero", John ("Dinamita") O'Brien, veterano de una docena de expediciones a Cuba insurrecta durante los años 1896 y 1897. O'Brien, entonces Jefe de los Prácticos de la Bahía de La Habana, encabezó un grupo de remolcadores oceánicos para depositar la corroída nave en el sitio de su descanso final, fuera de las aguas territoriales de Cuba.
En el año 1976, el Almirante Hyman Rickover, conocido como "Padre del submarino nuclear", encabezó una nueva investigación de la explosión del Maine, utilizando recursos no conocidos antes. Su examen confirmó el veredicto de que la explosión se había originado en las entrañas del navío y que probablemente era el resultado fatal de la combustión espontánea del carbón bituminoso que entonces usaban como combustible. Accidentes como ese eran bastante comunes por esa época. Me inclino a dar crédito a esa versión.
Una vez más en 1998, en el centenario de la explosión del Maine, la Asociación Nacional Geográfica, con sede en Washington y de la que fui socio durante muchos años, comisionó una firma de ingeniería naval muy prestigiosa para investigar la explosión del barco de guerra. Ésta se desarrolló utilizando los instrumentos más sofisticados de la época, que ya incluían modelos de computación. Los resultados de este cuarto análisis fueron muy sorprendentes: ¡La explosión pudo originarse tanto desde dentro como desde fuera! Sobre ese tema escribí un ensayo en el mismo año, el que se publicara junto a una gran foto del "Maine" en la primera plana del desaparecido semanario cubano "20 de Mayo" del sur de California.
A pesar de que se han originado muchas teorías alrededor del hundimiento del Maine, señalado por muchos como motivo fundamental del desate bélico de 1898 entre Estados Unidos y España, mi opinión es muy diferente y baso mis convicciones en mis investigaciones de los intereses permanentes y antagónicos de ambas partes en conflicto. Estos sobrepasaban en importancia a incidentes fortuitos, aunque resultaran tan sangrientos como la explosión del Maine.
La Guerra Hispanoamericana era una realidad tan inmediata como inevitable desde la severa destrucción de muchos legítimos intereses económicos norteamericanos durante la campaña insurrecta de 1895. En ese año la zafra azucarera fue impedida y muy obstaculizada para el futuro cercano. Los campos de caña fueron reducidos a cenizas. La destrucción con explosivos dañó ingenios y ferrocarriles en el mismo corazón de las provincias occidentales. Desde ese momento la pregunta no era si la guerra con Washington se desataría, sino cuándo. En esta conclusión no estoy solo. Un historiador de la talla de George O'Toole en su obra "The Spanish War", afirma que la guerra fue si acaso muy ligeramente estimulada por la llamada prensa "amarilla" y el desastre del Maine. Es básico investigar bien los hechos para separar la realidad de la fantasía y del mito.
En el resumen final de un artículo titulado, "Los noventa y dos días", publicado primero por la Revista "Herencia Cubana" hace ya más de diez años, expliqué usando los mejores argumentos de que soy capaz, cómo el conflicto entre Washington y Madrid de 1898 tiene sus verdaderas raíces en la victoria económico-militar de la insurrección cubana de fines de 1895.
No es necesario consolidar terreno conquistado para ganar guerras. La historia está repleta de incidentes bélicos que demuestran todo lo contrario. Cuando el Imperio del Japón se rindiera a los Aliados en ceremonia solemne a bordo de un Acorazado norteamericano en la Bahía de Tokio en 1945, ni un solo soldado occidental había invadido por tierra las cuatro islas principales de ese Imperio. Como MacArthur en su campaña del Pacífico, en la Cuba de 1895 el objetivo del General Máximo Gómez no era ocupar terreno, sino arruinarlo. Para ello usó tea y explosivos, no cargas al machete.
Algunos erróneamente atribuyen al Presidente William McKinley la responsabilidad en la guerra contra España. Nada más lejos de la verdad histórica. McKinley hizo cuanto pudo por evitarla. Al reconocer que legítimos intereses norteamericanos eran muy negativamente afectados por la guerra, empezó a cambiar su impráctica actitud pacifista. Concluyó que el conflicto con Madrid era propicio a grandes posibilidades de victoria rápida y con ella empezar a reunir a la nación en una misma causa, reduciendo antagonismos creados por la herencia nefasta de la Guerra Civil.
El congreso de Estados Unidos estaba listo para afrontar el desafío colonial español, con o sin McKinley. Para demostrarlo cito aquí parte de un discurso pronunciado por el más importante legislador republicano de su tiempo: el influyente Senador por Massachusetts Henry Cabot Lodge, quien en sesión del Senado norteamericano declarara: "…legítimos intereses financieros de Estados Unidos están siendo destruidos… Cuba libre significaría grandes oportunidades de inversión a nuestro capital… deberíamos ofrecer nuestros buenos oficios para mediar… restaurar la paz… otorgándole independencia a una colonia que España ya no puede sostener".Esas declaraciones datan de antes del hundimiento del Maine y de la llamada "Resolución Conjunta."
El devenir histórico de la humanidad es una cadena infinita de acontecimientos diversos en apariencia, pero cuyos eslabones están íntima y estrechamente relacionados entre sí. Nada ocurre por casualidad. La historia de Cuba no es excepción de esa regla. El futuro es una incógnita que sólo podremos despejar estudiando y aprendiendo del pasado. Nadie sabe a dónde va sin saber de dónde viene.
Solamente conociendo ese pasado se puede aspirar a rescatar a Cuba, no sólo de la presente infame tiranía totalitaria. También y eminentemente, a rescatar a los cubanos de la corrupción social y del envilecimiento colectivo al que esa tiranía los ha forzado a vivir durante sesenta largos años, para perpetuar la explotación de su desalmado y totalitario poder.
Gracias por su amable atención.
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