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jueves, 15 de noviembre de 2018

“¿YA HABLÓ DON RAFAEL?” RADIO Y TV EN ESPAÑOL EN LOS EE.UU.

Dr. Eduardo Lolo

“¿YA HABLÓ DON RAFAEL?” RADIO Y TV EN ESPAÑOL EN LOS EE.UU. (Ponencia presentada por el Dr. Eduardo Lolo en el Segundo Congreso de la Academia Norteamericana de la Lengua Española [ANLE], celebrado en la Biblioteca del Congreso de los EE.UU. en Washington, DC, del 5 al 7 de octubre de 2018)

Como ya he señalado en otras oportunidades, si el español fue la primera lengua europea en hablarse en lo que hoy llamamos Estados Unidos de América y la de uso más extendido hasta el siglo XIX en el vasto territorio de lo que sería esta gran nación, no es de extrañar que los primeros medios de comunicación hayan reflejado esa realidad lingüística. En efecto, los primeros periódicos y revistas editados en Norteamérica fueron en castellano, como antecedentes de esa pertinaz presencia hispana en la toponimia de un país en ciernes que se extendería de un océano a otro.

La metamorfosis de las diminutas trece colonias británicas apretujadas en la costa este en el coloso independiente que hoy conocemos hizo que el inglés se convirtiera en el lenguaje de mayor uso en la nueva entidad histórica resultante. El español, sin embargo, nunca llegó a desaparecer de estos parajes. Aunque relegado a un segundo plano, publicaciones periódicas y libros se siguieron editando en castellano. Y en el siglo XX dos nuevos medios se encargarían de mantener y hasta extender esa presencia lingüística de la hispanidad en los Estados Unidos: la radio y la televisión. La inestabilidad política y/o económica endémica de la mayoría de las repúblicas latinoamericanas se ha encargado de que nunca falten nuevos hispanohablantes en estas tierras, ávidos por mantener su cultura a través de su mayor exponente: el idioma que le sirve de vehículo e identificación.
  Las primeras emisiones radiales en español en nuestro país aparecieron en la tercera década del siglo XX poco después de sus homólogas en inglés. Y no era de esperarse otra cosa, pues en definitiva los inicios de la transmisión inalámbrica están íntimamente ligados a la hispanidad, ya que los mensajes de radio en España comenzaron, de la mano de Julio Cervera Baviera, tan temprano como en 1902; o sea, mucho antes que en los EE.UU.
  Sin embargo, la radio en castellano al norte del Río Bravo no está directamente relacionada con España, sino con México. Comunicadores mexicanos residentes en los estados americanos fronterizos con la nación azteca, conscientes del mercado potencial que representaba la audiencia formada por sus coterráneos viviendo de este lado de la frontera, comenzaron a comprar bloques habituales de transmisión a estaciones de radio anglosajonas en horarios de poca recepción para emitir programas en nuestra habla. También desde ciudades mexicanas próximas al territorio estadounidense tales como Tijuana, algunas emisoras comenzaron a dirigir parte de su programación a los ‘paisanos’, convirtiéndose con toda probabilidad en los primeros ejemplos de transmisiones radiales binacionales en América.
  Desafortunadamente, entre 1928 y 1929 se dio un paso hacia atrás en el desarrollo de la radio hispana en los EE.UU. como consecuencia de la puesta en práctica de una política gubernamental anti-inmigrante conocida como “Operation Wetback” (Operación Espaldas Mojadas) que implementara la deportación de miles de mexicanos. Consecuentemente, muchas estaciones comenzaron a reducir la programación en castellano debido a las presiones de los gobiernos locales así como por la promulgación de nuevas y más severas regulaciones federales para la radiodifusión.
  Habría que esperar hasta los años cuarenta para que la radio en español en la Unión Americana reiniciara su truncado ascenso. A mediados de la década ya emitían programas en nuestra lengua 58 emisoras y salió al aire la primera estación en transmitir todo el tiempo en castellano, establecida en San Antonio (TX) por Raúl Cortés en 1946.
  Los siguientes decenios presentan un desarrollo vertiginoso de la radio hispanounidense. De unas docenas de estaciones en la década del 50 se asciende a centenares a finales de siglo y a casi mil (contando las retransmisoras) en los inicios del actual. El control financiero y cultural mexicano sigue siendo preponderante, como corresponde a la proporción demográfica de dicha nacionalidad en la población hispana general de los EE.UU. Pero otros conglomerados han logrado abrirse paso en la industria, como los cubanos exiliados, quienes extendieron a este país la popularidad de las novelas radiofónicas y televisivas que previamente la radiodifusión habanera pre-castrista había exportado con gran éxito a toda Latinoamérica, convertidas en su desarrollo en un componente de suma importancia de la cultura hispanoamericana.
  Estas célebres dramatizaciones tienen sus más remotas raíces en las ediciones de novelas impresas por entregas (denominadas “folletines”) tan populares en el siglo XIX, de ahí que las radionovelas ofrecieran en sus inicios adaptaciones radiales de obras famosas de la literatura universal. Pero al poco tiempo, como consecuencia de la inesperada popularidad de dichas transmisiones, se empezarían a escribir historias directamente para la radio, con libretos que no estaban fundados en narraciones publicadas con anterioridad en forma de libros o folletos. Se considera que la primera radionovela original de gran éxito fue El derecho de nacer (1948), de Félix B. Caignet (1892-1976). La obra estuvo en el aire en la radio cubana por un año (tiene 314 capítulos, originalmente transmitidos en vivo de lunes a sábado) y fue llevada posteriormente a otras zonas de la hispanidad con igual acogida del público, habiendo sido adaptada hasta el momento dos veces al cine y en múltiples ocasiones a la TV, al menos en un caso con hasta 600 capítulos.
  Dicha novela narra las vicisitudes de una madre soltera de la alta clase social que, a pesar de todas las presiones, se resiste a abortar a su hijo, a quien no quiere le violen el derecho de nacer. El abuelo de la criatura (Don Rafael del Junco) hasta orquesta el asesinato del recién nacido, pero el encargado del infanticidio no se atreve a ejecutarlo y permite que una nana negra huya con la criatura, informando al malvado abuelo que los había matado a los dos. Con el tiempo, el niño se convierte en un galeno que salva la vida de su abuelo sin que ninguno de los dos supiera del parentesco. Contarles cómo se llega al final feliz luego de una tan escabrosa como complicada trama nos llevaría casi tanto tiempo como estuvo la obra en el aire.
  Pero hay una anécdota de la novela que parece algo así como un elemento precursor del realismo mágico: el actor que hacía el papel del cruel abuelo pidió aumento de sueldo y amenazó con abandonar la transmisión si no se le otorgaba. El dueño de la emisora se resistió a su demanda y ordenó al autor eliminar el personaje de la historia. Como esto era imposible desde el punto de vista dramatúrgico, Caignet ideó el subterfugio de que Don Rafael sufriera un derrame cerebral que le impidiera el habla. De vez en cuando se oían ininteligibles sonidos guturales como si éste intentara decir algo, balbuceos que hacía cualquiera de los otros actores presentes en el estudio. De ahí que aquellos expectantes oyentes que se perdían alguno de los capítulos lo primero que preguntasen a quien lo hubiera oído era: “¿Ya habló Don Rafael?”, pues el desenlace de la trama dependía de una información que solamente él (y los millones de radioescuchas) conocían. La importancia de El derecho de nacer ha sido tal que el libreto original (o sus variantes tanto radiales como televisivas), se continúa emitiendo exitosamente con asombrosa periodicidad en diferentes naciones a pesar del tiempo transcurrido desde su estreno. De ahí que no sea una sorpresa que en una encuesta hecha entre los televidentes por la agencia Associated Press en el año 2008 El derecho de nacer quedara catalogada como la novela más influyente en la audiencia hispanoparlante.
  Las especializaciones temáticas de las emisoras radiales hispanas en los EE.UU. son tan disímiles como las potencias de sus transmisores: de una programación eminentemente musical de carácter étnico o general, a otras de puro texto de opinión, educativo o adoctrinador. En la mayoría de los casos comunicadores carismáticos se encargan de mantener un contacto directo con la comunidad que los hace parte o voceros de la misma. Puede decirse que un oscuro gueto se convierte en pujante comunidad sólo cuando tiene su propia emisora de radio que lo extienda cabalgando Hertzios más allá de sus fronteras, aun cuando el dueño sea un ‘gringo’ que no habla una palabra en español o pertenezca a una corporación asentada en una lejana ciudad desconocida por los escuchas: el coterráneo hablando su idioma, con su acento y los modismos traídos del distante terruño añorado, es la única personalidad reconocida por los radioyentes; él ‘es’ la estación. Hasta exitosos consorcios anglosajones, conscientes de la creciente importancia demográfica de los hispanos en los Estados Unidos, han entrado en el mercado de la radiodifusión en español: CNN y ESPN sirven de ejemplos.
  Un hecho curioso resulta ser la extensión del nombre de algunas emisoras más allá de las frías identificaciones oficiales. Supongo que dicha añadidura tenga su origen en un lema que sirviera originalmente para anunciar el contenido general de la programación diseñada o la radioaudiencia en especial a la que estaba dirigida. Algunas de dichas adiciones resultan del todo lógicas; por ejemplo: “Amor” y “Recuerdo”, seleccionadas para nombrar una estación especializada en música romántica y otra en éxitos del ayer, respectivamente. O “La Campesina” y “Radio Fe de Excelencia”, la primera para identificar una emisora dedicada a oyentes rurales y la segunda a radioescuchas religiosos. Otras hacen un extravagante uso de la letra k con que se inician la mayoría de las denominaciones oficiales al oeste del río Mississippi: “La Kalle” y “La Konsentida” ilustran este grupo. Algunos de esos nombres nuevos resultan algo crípticos: “La Gran D” y “La Super Z” sirven de muestras. Y hasta los hay que parecen ser sugestivamente polivalentes: “La Qué Buena”, “La Bronca”, “La Caliente”, “La Mega”. El tema bien que podría servir para la confección de un artículo costumbrista que, como ya ofrecí en otra ocasión, dejo en las manos de cualquier interesado.
  A la radio hispana en nuestra república le siguió la televisión. A principios de su desarrollo comercial a finales de la quinta década del siglo XX no se le prestó mucha atención al público hispanounidense en los EE.UU., posiblemente por considerarse que, en general, sus integrantes no contaban con los recursos financieros necesarios para la adquisición de un televisor, tenido como poco menos que un costoso artículo de lujo en los primeros años del medio. Luego, con la disminución del precio de los receptores y el sustancial aumento de la colonia hispana en múltiples estados, se comenzó a tomar en cuenta, paulatinamente, a ese preterido segmento de la población estadounidense.
  En un inicio, como sucedió con la radio, se trataba de espacios alquilados a canales anglosajones durante horarios de poca teleaudiencia. Pero no pasó mucho tiempo para que se fundaran estaciones televisivas hispanas en los EE.UU. San Antonio, que fuera la primera ciudad en tener una emisora de radio completamente en español, repetiría su condición de primada de los medios de difusión hispanos en los Estados Unidos al inaugurar el primer de canal de televisión de programación total en castellano en 1961. Un año después le seguiría Los Ángeles, a la que se unirían con posterioridad Nueva York y Miami.
  De canales individuales se pasaría a corporaciones nacionales como las cadenas Univisión y Telemundo, las que prácticamente controlan en la actualidad la industria televisiva estadounidense en nuestro lenguaje. Conglomerados como Azteca América y Estrella TV, han logrado sobrevivir en el aire, aunque muy lejos de poder competir con las dos cadenas punteras citadas. Completan la nómina pequeñas estaciones locales como América TV en Miami que, aunque no pueden pugnar con los grandes consorcios mencionados, tratan de cubrir necesidades específicas de sus comunidades con programaciones contentivas de un sabor local que no logran brindar las cadenas nacionales por la propia vasta extensión de sus objetivos.
  Univisión basa sus ofertas fundamentales en programas grabados en México gracias a sus nexos con Televisa, mientras que Telemundo se inclina más a la programación de factura nacional y suramericana. Por consiguiente, Univisión está dirigida, esencialmente, a la teleaudiencia mexicana, al tiempo que Telemundo pone sus miras, básicamente, en el público puertorriqueño, cubano y centro y suramericano. Telemundo fue adquirida por el gigante de la televisión anglosajona National Broadcasting Company (NBC) en el 2001 y Univisión ampliaría su imperio a la radio con la adquisición en el 2003 de la Hispanic Broadcasting Corporation (HBC), la más significativa corporación de emisoras de radio en castellano de ese tiempo. Finalmente, Univisión Communications, Inc. sería vendida a Broadcasting Media Partners en el 2007.
  Todas ellas tienen como productos básicos las ya mencionadas telenovelas. La nueva versión del lejano “folletín” tendría un gran desarrollo en México, Venezuela y ‒aunque en menor medida‒ en Colombia, desde donde sus producciones se importan a las demás naciones hispanoamericanas y a los Estados Unidos. Dicha modalidad dramática ha logrado imponerse tan marcadamente en la preferencia del público televidente hispanounidense que ha dado pie a importantes obras realizadas en nuestra nación. También ha trascendido las fronteras lingüísticas, con doblajes a más de una docena de idiomas y una destacada elaboración brasileña y turca (que a su vez se doblan al español), así como un reciente proceso de expansión a la TV anglosajona, con piezas grabadas directamente en inglés.
  Las telenovelas actuales se componen, fundamentalmente, de tramas simples que tienen como tema primario una historia de amor que debe vencer un sinnúmero de obstáculos (con especial hincapié en las diferencias entre clases sociales) para llegar al final feliz que todos esperan y conocen de antemano. El nivel artístico-literario, en sentido general, es mediocre; tal parece que se producen en serie, como en una fábrica: todas casi iguales. Esa pobre factura, sin embargo, no les hace perder teleaudiencia; de ahí la necesidad de un análisis profesional que trate de dilucidar el fenómeno.
  El arribo de la televisión por cable hizo que el ciclo se repitiera: la compra de espacios en horarios de poca teleaudiencia, o la adquisición gratuita de segmentos dentro de canales de propiedad municipal, han permitido una pluralidad de ofertas en español en la nueva era televisiva que van del deporte a la religión, pasando por variantes culturales disímiles, la política, intereses gremiales o comunales, etc. Coincidentemente, algunos canales y empresas anglosajonas de temáticas específicas están intentando llegar al televidente hispano con ediciones de sus programas dobladas al castellano o personal hablando nuestro idioma. Entre ellos cabe destacar CNN, ESPN, History Channel, Discovery Channel y el conglomerado cultural no comercial Public Broadcasting System (PBS), el cual ya tiene su versión en español: VeMe. Todos están tratando de repetir con el público hispanounidense los éxitos alcanzados con el de habla inglesa; tendencia que es de suponer se incremente en el futuro a medida que nuestro peso demográfico sea mayor.
  Muchas de las emisoras de TV son repetidoras de la programación general de las cadenas nacionales, aunque aquellas asentadas en zonas de mayor población hispana tienen sus propios estudios de producción encargados de la realización de programas locales (básicamente noticiosos) que alternan con los de carácter nacional. Otras carecen de estudios particulares, como por ejemplo UniMás, cuya programación esencial se basa en la transmisión de películas anglosajonas dobladas al español, antiguas series humorísticas, viejas telenovelas, así como eventos deportivos.
  Las emisoras de radio, por el contrario, tienen sus propios estudios aun cuando formen parte de cadenas nacionales tales como Univisión Radio y la Spanish Broadcasting System. Ello se debe al hecho de que la radio sigue manteniendo su condición prístina de medio de comunicación local, respondiendo a las necesidades y preocupaciones concretas de las comunidades en que están ubicadas las emisoras. Los radioyentes se identifican con las personalidades de los comunicadores que ‘sienten’ cercanos, en una repetición (o continuación) del antiguo caso de Pedro González. La televisión, a pesar de su popularidad, no ha podido alcanzar nunca esa relación tan íntima con el público que la radio logró hace casi un siglo y ha sabido mantener hasta el presente.
  El siglo XXI abriría con nuevos retos tales como la pujante presencia ambivalente de las redes cibernéticas, así como el deterioro de las formas tradicionales del español por efecto de la influencia del inglés o la lejanía de las nuevas comunidades de inmigrantes hispanos de sus zonas de origen. A ellas se uniría la marcada pérdida lingüística de la segunda y tercera generación de hispanos nacidos en los EE.UU. y, en el último decenio, la disminución del flujo migratorio como resultado de las deportaciones masivas y las trabas a la inmigración.
  En un intento por paliar los mencionados efectos negativos y estar a la altura de los tiempos, tanto las grandes cadenas nacionales de radio y televisión como las compañías de menor importancia han creado cibersitios que promocionan o complementan sus ofertas. En algunos de ellos es posible escuchar y/o ver la programación en vivo original o los programas ya emitidos. Sus secciones de noticias, por sus periódicas actualizaciones diarias, hasta compiten con las publicaciones noticiosas de difusión tradicional en la Internet. Sin embargo, todavía está por ver si tal extensión cibernética resulte, a la postre, beneficiosa o inconveniente, asfixia o aliento.
  No obstante los aspectos perjudiciales o irresolutos señalados, no vislumbro una crisis en la radio y la TV en español como la que sufrió la primera a finales de los años veinte del siglo pasado. Teniendo en cuenta el constante ‒aunque actualmente disminuido‒ aumento de la población hispana en los EE.UU., es de esperarse que los medios no impresos de difusión en castellano continúen su ascenso cuantitativo en este país. Estados donde los hispanos eran casi inexistentes hace 20 años, en la actualidad presentan pujantes colonias de nuevos inmigrantes, cuyos miembros están ansiosos por oír su idioma en el radio o ver en el televisor los rostros de sus actores y actrices preferidos con quienes llorar o reír luego de la casi siempre fatigante jornada laboral. Pues es el caso que gracias a la magia de la radio y la televisión en español, el sol enceguecedor de México, Puerto Rico o los llanos venezolanos, bien que puede caldear las montañas nevadas de Utah.
  Y sí, finalmente Don Rafael habló. Incluso en los Estados Unidos gracias al derecho de nacer de la radio y la televisión hispanounidenses.

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